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Columna abierta

El campeón obstinado

No sé por qué me ha venido a la memoria la historia de aquel boxeador que contaba mi padre. La del campeón indiscutible, señor de los cuadriláteros, empeñado en continuar después de llegar a su mejor momento profesional. «Piensa el boxeador que, si cuelga los guantes, el boxeo se viene abajo. Que como él nadie queda para mantenerlo dignamente. Pues, ¿quién mueve y enardece a las masas de la manera que él lo consigue?
»Las victorias se amontonan en su larga trayectoria desde que defiende el cinturón de campeón, hace ya muchos años. Ni una sola derrota mancha su currículum. Sin embargo, nota cómo cada vez cuesta más ganar antes del límite. El campeón lo achaca a que ha descuidado algo el entrenamiento. No quiere reconocer el paso del tiempo y el desgaste que supone estar siempre en la cima. Es el campeón, y no tiene por qué preocuparse.
»Convencido de su poderío, relaja la preparación y dedica más tiempo a otros entretenimientos, sin advertir que otros boxeadores vienen achuchando por detrás, aspirando a desbancarlo. Así se presenta a defender el título, y gana de nuevo, pero ya sin soltura. El contrincante lleva años estudiando al campeón. Le conoce, sabe cómo aguantar, pero también cómo aprovechar el momento.
»En esa última pelea va a la lona por primera vez. Con el orgullo herido, dice que resbaló, que no había suficiente resina en el rincón. No lo quiere reconocer. Y todos se preguntan por qué se obstina en continuar cuando la razón le dice que lo deje, que ponga punto y final a su carrera, ahora que aún sigue en lo más alto. Pero él continúa. Sella alianzas con otros equipos de inferior peso y categoría que le apuntalan como rey de la lona, y con los que aún puede mantenerse en su obstinación, pero es esa una alianza inestable, desequilibrada; le obliga a realizar combates que otros proponen, y accede aun a sabiendas que eso le perjudicará, le someterá y le hará perder credibilidad a ojos de sus incondicionales.
»No así, algunos de sus colaboradores, previendo la proximidad de su caída —y de su fuente de ingresos— lo van abandonando. Los que continúan, empiezan a descuidar la preparación de su ídolo; el futuro se avecina incierto y hay que asegurarlo, y aquellos que antes no eran capaces de hacer ni siquiera una objeción, se atreven ahora a poner en tela de juicio su estrategia, su plan de entrenamiento, la planificación de sus combates. Y los combates son cada vez más duros. Los últimos llegan a los doce asaltos. Las piernas no aguantan y las victorias llegan por un estrecho margen. Algunas son incluso amañadas de antemano.
»Mañana será otro contrincante el que le toque de lleno en el mentón y le haga besar la lona, y en la semiinconsciencia del KO, oirá cómo se suceden los números del uno al diez. Se levantará cuando todo haya pasado, y para entonces habrá dejado de ser campeón. Ya no podrá empezar de nuevo. Campeón derrotado por su propia obstinación».

La política tiene algo de boxeo. Exige fuerza y preparación, pero sobre todo aguante. No hay amaños —es terreno de la Justicia decidir y descalificar al trilero—, pero sí una gran masa de gente expectante que repasa atenta cada gesto y analiza los movimientos de los representantes públicos. Cada palabra es hoy objeto de crítica o de alabanza. Cada Asamblea, un nuevo cuadrilátero de la dialéctica. El desgaste es diario, casi no se advierte, y nos creemos en forma hasta que pasan los años y se hace evidente. Y un político que se resiente deja de ser un político eficaz.

Por eso, las carreras políticas, como las deportivas, deben tener fecha de caducidad. Decía Kennedy que el éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano, y cuando se empieza a fracasar en política, como en el deporte, los aficionados empiezan a buscar un equipo nuevo. No es digno para el campeón que no supo retirarse en su momento marcharse con la cabeza gacha por la puerta de atrás del vestuario, pero queda en cada uno la decisión de dar el paso, y no creer que la política se acabará cuando se marche.

Es triste ver al campeón, al que fue número uno, brillante escalador de todas las metas, ir perdiendo puestos. Unas veces por culpa de los demás que alientan su vanidad y otras por su propio endiosamiento. Pero los rivales no esperan, y el tiempo es aún más implacable con aquellos que osan luchar férreamente contra él. Vienen tiempos nuevos. La política, como el boxeo, se moderniza. Se vuelve más rápida, exige más y mejor preparación, y la juventud pega fuerte. El político que no sea capaz de verlo acabará besando lona tras lona, víctima de su propia obstinación.

Dentro de un año, Melilla afrontará uno de los momentos políticos más interesantes de su democracia. Después de casi dos décadas de hegemonía, la próxima lucha por el título no tendrá ganador, pues el combate ya no es de dos, sino de cuatro, y en los duelos múltiples el que gana no es siempre el más fuerte. En Ciudadanos, llevamos tres años viviendo la política desde las bambalinas, y meses trabajando para llegar en forma a la cita de 2019, conociendo a nuestros rivales. Esperando nuestro momento. No defraudaremos. Hay ganas, hay proyecto y, sobre todo, hay futuro. Y vamos a comenzar a escribirlo.

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