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Carta abierta

Aclaraciones a Lorenzo Silva

Llegan a mis manos unas fotocopias enviadas por mi amigo Vicente Jorro, que él dice de un “librillo” (entre comillas), pero que yo más bien calificaría de libelo. Hace referencia al viaje que un tal Lorenzo Silva, al parecer periodista, hizo a nuestra Ciudad de paso para Marruecos. Yo, solamente, como es natural, me referiré a Melilla, al que ese individuo no describe ni con un mínimo de objetividad, sino que arroja sobre ella una andanada de descalificaciones y vilezas propias de una persona despistada, engreída y amargada. Por supuesto, no voy a dar pistas de esa publicación para que no pueda convertirse, tal vez, en alguna especie de propaganda del susodicho libelo.
Trataré de responder, sin extenderme demasiado, a algunas de sus irresponsables afirmaciones. Por eso le digo: Es cierto que los aviones que operan en nuestra ciudad son comparativamente “minúsculos”, pero sí tan fiables como las grandes aeronaves, y en condiciones meteorológicas normales, aquí disponen de una pista de aterrizaje de doble longitud de la que necesitan.

Melilla no es “una superficie de unos pocos kilómetros cuadrados arrinconada contra una playa”, sino una ciudad de doble extensión y población que Gibraltar (por ejemplo), que goza de una magnífica playa de fina arena blanca y buenas instalaciones, que años tras años luce bandera azul, concurrida en los veranos, pero por suerte, lejos de las incómodas y agobiantes playas turísticas, como las de Mallorca o Benidorm, que Vd. cita.

Aquí no vivimos sometidos a una “bofetada de aire tropical” ni sabemos de ningún “mercedes antidiluviano sucio y corroído”; Vd. ha perdido el norte y no sabe lo que dice. Y en cuanto a lo de “exigua ciudad colonial” debería darle vergüenza de no saber que Melilla nunca ha sido colonia, y que ni siquiera se pueda decir “de” España, sino España, tanto como la Puerta del Sol o la Plaza del Pilar; y eso, desde que se empezaba a descubrir el continente americano, y mucho antes de que existiera el reino de Marruecos, de que el Rosellón fuera francés, de que se incorporara Navarra a España y de que aparecieran los Estados Unidos de América; ¡Cuánta ignorancia!, ¿dónde estudió y qué clase de conocimientos recibió?
Más todavía: aquí nunca “llegaban los cañonazos de los rifeños”, ni se puede hablar de muchas “calles abandonadas”. Antes de venir a Melilla, debió documentarse al menos un poco, como suelen hacer las personas prudentes antes llegar a su destino, y hubiera sabido que es una bonita ciudad, con bellas edificaciones, entre ellas las no desdeñables de estilo modernista, que hacen de Melilla, después de Barcelona, la ciudad de España con mayor número de estos preciosos edificios. Y más: nuestra ciudad no es “un lugar que ha quedado descolgado del tiempo, como un residuo dejado por la historia”. La cosa no merece mayor comentario; su autor me parece que es un supino ignorante cargado de mala leche, lo que dice muy poco en su favor.

También dice que a su llegada fue advertido: “Tenga cuidado con los moros chicos”; lo dudo, pero la escena que a continuación describe “un remolino de cinco o seis niños y niñas de no más de nueve años se organiza a nuestro alrededor” es rotundamente falsa; lo que sí es cierto es que aquí no nos hace falta protegernos, como ocurre en Madrid, Barcelona y tantísimos otros lugares, de las mafias rumanas, gitanas o payas, que incordian, roban y matan; aquí vivimos mucho mejor.

Es poco creíble que hubiera dado “una razonable propina” al taxista y a la vez haya sido tan tacaño como para alojarse en un establecimiento cuya “ventana de mi habitación da a un patio mezquino y sucio”. Mejor le hubiera valido ser más generoso consigo mismo y haber reservado habitación en el Parador Nacional de Turismo, desde donde hubiera podido contemplar unas magníficas vistas sobre la Ciudad, el Mediterráneo y el campo próximo, o en el hotel Tryp Melilla Puerto, junto al puerto deportivo y la estupenda playa; amén de otros más.

Es una pena que por su ignorancia, o mala fe, no haya gozado de un paseo por la encantadora ciudad antigua (Melilla la Vieja) o por el precioso parque Hernández, o por el espléndido paseo marítimo. Pero claro, ya se sabe que no se hizo la miel para la boca…
Y hace una confesión esclarecedora: “Nunca he sido un militarista”. Bueno, ahí nos acercamos un poco. Yo tampoco lo he sido siempre, a veces sí, y en ocasiones no. Pero le aseguro que Vd. denota una falta evidente de valores que, aunque no sean exclusivos de los militares, ahí se dan con una mayor firmeza; me refiero a la disciplina, el respeto, el sentido de responsabilidad, el patriotismo (que nunca puede faltar a un bien nacido)… pero que, a la vista de lo visto, en su proceder brillan por su ausencia ¡Qué pena!.

Termino. Pero antes me permito hacerle una recomendación: use un buen colirio que le aclare la vista y le permita valorar adecuadamente lo que ve; y en lo sucesivo, lo que diga o escriba que no sea falso ni turbio, sino bueno, constructivo y oportuno.

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