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El rincón de Aranda

Ataque Seco en mis recuerdos

La periodista Mar Padilla dice que últimamente la ciencia anda algo crecida y desbocada. Habla de un futuro sin muertes y de viajes al pasado. Entonces, como cualquier mortal, yo me puse a fantasear sobre si nos dieran a elegir entre la inmortalidad y la máquina del tiempo, creo sin dudar que iría de cabeza a por la segunda opción; aunque a veces el retorno al pasado tenga un sesgo obsesivo y agridulce. En cambio vivir para siempre se nos antoja un poco chungo. Al menos para algunos. Hace poco yo conseguí, solo por un instante, sumergirme en la ciudad de Barcelona cuando corrían los primeros años de los 60. Fue cuando observé una serie de fotografías en blanco y negro, de Xavier Miserachs. Por unos momentos, volví a pasear por unas calles que fueron otras, y vi a personas y edificios, que solo permanecen en mi memoria, pensando que era el pasado, que estaba de vuelta. Entonces, recordaba con pena, como los retratados, que vivimos una larga y dura dictadura, tan triste y gris, que a mucha gente no se lo parece ya, y otros lo ponen en duda.

Yo recordaba que entonces las calles estaban vivas y sucias, que todo era más oscuro, con más ruido y silencio a la vez. Y todas las chavalas llevaban falda: todas. Y a los "bailes", o salas de fiestas, -ahora discotecas-, a los hombres nos obligaban llevar chaqueta y corbata en plena canícula. En los bares los hombres fumaban y bebían muchísimo alcohol del malo, del que te hacía que el hígado se pusiera cirrótico hasta las trancas; y también había vasos churretosos de cafés con leche hirviendo. Observar esas fotos ha sido como sumergirme en un sueño, extrañamente familiar, y entonces caí en la cuenta de que la ilusión de inmortalidad y, a la vez, la ficción de la máquina del tiempo confluyen en un doble entramado: la fotografía y la infancia.

Miserachs, entre 1962 y 1964 se dedicó a dar paseos por la Ciudad Condal: de la Diagonal, -entonces Av. Generalísimo-, a las Ramblas, fotografiando los reflejos de vida que se cruzaban a su paso. Con treinta años ya estaba convencido de que las fotos debían estar en las revistas, o en los libros, no en exposiciones. Si le decían que era un artista, él humildemente contestaba, que la máquina lo hacía todo, cosa que no es así. Afirmaba que parte de su trabajo ya estaba hecho, que solo se trata de prestar atención a tu alrededor. Él, como los buenos fotógrafos, tenía la perspicacia de saber ver y mostrar a sus contemporáneos antes, a nosotros ahora, y a las generaciones del futuro después, su verdadero arte. Al fin y al cabo, la belleza, muchas veces atroz, está en todas partes, y el único y verdadero artista del tipo hermético es este enajenado mundo de mierda.

En la actualidad, los recuerdos de mi niñez en el barrio de Ataque Seco, allá por la primavera de los 50, veo sus callejuelas de abecedario, hoy de poetas y literatos, ¡menos mal!, abrirse en días floridos, recibiendo el suave viento que se paseaba por sus tejados de uralita, sujetados por grandes piedras. En mis viajes, siempre se me representan redondos y luminosos, donde las fachadas de sus casas, pasaban del azul al verde-lechuga, y algunas con el soleado blanco enjalbegado, pero sin sonreírle jamás al negro. También la lluvia sobre los tejados hogaño, a mí no me parezca igual que la de antaño, como la huella y el aspecto de su gente, que hace varias décadas conocí.

Y creo que como estamos cercanos a La Purísima, divisando sus tumbas y panteones, en espera de que algún día sea denominado: "Cementerio Nacional de Héroes de España". -Lo de Héroes lo escribo siempre en mayúsculas porque sabrán que en ese sagrado recinto descansan los restos de más Caballeros Laureados que en todo el país-. Decía Cervantes que la poesía era una gracia que no quiso darle el cielo, y yo, como soy de la forma que soy, porque así me parió mi madre: hace años tuve la osadía de escribirles estos humildes versos a nuestros Héroes: "Hace un siglo, atrás quedaron humeantes / los cascotes de la guerra. / Era cuando los hombres luchaban, /y cientos, por la Patria murieron. / Ahora están quietos, a la tierra pegados/ entre el honor, la gloria, y la nada. / Derretido mi corazón de desaliento /en un paisaje de amargura / a veces, mi alma sangra,/ cuando estas humildes líneas escribo / volviendo el aire de un suspiro / en un paisaje de amargura".

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