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23 de abril, Día Internacional del Libro – Homenaje a Miguel Fernández en el XXV Aniversario de su partida al Olimpo de los Grandes

El pasado 20 de marzo en Málaga tuve el privilegio de asistir a un homenaje a nuestro añorado Miguel Fernández en el Centro Cultural MVA de la Diputación Provincial. Ver a mi querida Lolita Bartolomé y a todos sus hijos, rodeados de grandes amigos y admiradores del Poeta, es un recuerdo que perdurará para siempre en mi memoria. Es por ello que quiero expresar públicamente al melillense José Luis Ortiz, afincado en Málaga y moderador del acto, mi más sincero agradecimiento por invitarme.
Miguel se fue pero su obra está cada día más viva y presente; más apreciada y valorada. Circunstancia que quedó bien patente con la lectura de algunos de sus poemas por miembros de la Asociación Cultural Capitel.
En aquel acto tras muchos años volví a reencontrarme con Mª Carmen Hoyos Ragel, la viuda de otro gran hombre, José Luis Fernández de la Torre, profesor de literatura y Director Provincial de Cultura en esta Ciudad.
Apenas transcurrido un mes de una maravillosa tarde de recuerdos y poesía en la capital malacitana, otro homenaje me daba la oportunidad de volver a estar entre personas del mundo literario; en Melilla se descubría la placa que da el nombre del entrañable profesor Fernández de la Torre a una calle. Nuestro Presidente comunicó que la Biblioteca Pública llevará también su nombre. Justo y merecido reconocimiento a quien tanto luchó por la cultura.
Su esposa, Mª Carmen, tuvo su particular protagonismo al presentar en la UNED el libro Melilla y la poesía Española desde 1900. Con este trabajo obtuvo la XIX Beca Miguel Fernández de Investigación.
Al finalizar el acto se repartió entre los asistentes Antología del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla. Edición de 2003 a cargo del citado José Luis Fernández de la Torre y publicado por el Centro Asociado de la UNED en Melilla.
Desde mi estancia en Málaga, tenía la necesidad de escribir algo que hiciera referencia al Poeta de Solitudine, Discurso sobre el Páramo o Credo de Libertad, por citar alguna obra suya, en el XXV aniversario de su partida.
No por falta de ganas ni interés sino de tiempo lo he ido postergando hasta que precisamente en mis gratificantes «buceos» en El Telegrama del Rif a pocas jornadas de celebrarse el Día del Libro, encuentro un artículo de un joven Miguel Fernández.
Así pues nada mejor que sus propias palabras a través de lo publicado hace sesenta y cinco años y como colofón uno de sus poemas recogido en la citada Antología.

En el aniversario cervantino. A pesar de ser bacía, es yelmo
Por Miguel Fernández
El Telegrama del Rif de 23 de abril de 1953
Precisamente acabo de cruzar la Mancha. El compañero de tren se lamenta de no ver tractores. Están pelando el campo como hace cien años, doscientos o mil años. El compañero de tren se lamenta de la falta de Progreso. Es tan lógico este buen hombre que no puedo darle, del todo, la razón. No se le puede dar la razón a la lógica absoluta, porque andaríamos eternamente en lo que de dos y dos son cuatro porque si. El compañero de viaje piensa en los frutos de la llanura. Llanura que aquí, en el corazón de España es llaneza, por amplitud y corazón, El corazón piensa, en esto mientras yo, sonriendo bautizo a aquellos dos labriegos. Uno puede llamarse Rinconete, a este otro le puedan nombrar por Cortadillo. Quien sabe. El compañero no hace más que pensar en la falta de Progreso. Yo, en Don Quijote, nuestro señor, que puede arremeter de un momento a otro contra este tren de morosidad. El compañero de viaje es industrial catalán. Yo, soy andaluz.
«Rinconete» y «Cortadillo» siguen allá lejos pelando la tierra como hace cien, doscientos, y mil años. Y el ingenioso hidalgo Don Miguel de Cervantes se sonríe, porque allí estuvieron junto a ellos vagabundos y ladrones, con su gesto de enorme heroicidad, definiendo el Progreso. O lo que entienden los españoles por Progreso. Porque con don Miguel hay que reir y llenarse la cabeza de pájaros, deshacer entuertos y tomar bacia en vez de yelmo. Quijote tiene el honor de trastocar la locura y hacer de ella un honor. La cordura de la demencia es un símbolo grandioso, heroico y justo. El ingenioso hidalgo Don Miguel de Cervantes es doblemente ingenioso por ello, porque llega a este elogio por el camino del temple. «Genio genial, con templanza, prenda es, que no defecto», diría Gracián. Y la serenidad es uno de los atributos de Don Miguel, Porque La Mancha requiere la serenísima comprensión de lo que simboliza: seguir arañándola como hace cien, doscientos o mil años; darle vueltas a los molinos para que sigan abrazando desesperadamente el vacío; reflejar el espejismo Dulcinea, que se llama esperanza, mientras los dos labriegos ( uno puede llamarse Rinconete; otro, Cortadillo) saludan como espantapájaros la lentitud de la vida, que es igual a este tren moroso y eterno.
Dice Kari Vossler que Don Quijote se manifiesta, más que como una obra de arte europea, como una obra de arte humana. Y de aquí por qué Alonso Quijano se viene reflejando en este sentido del mundo. El sentido español del mundo mejor, Porque no por exclusivismo podemos dejar que Don Quijote represente una psicología ecuménica del hombre, sino porque este sentimiento responde solamente a la psicología hispánica. ¡Cuánta virtud encierran los contrastes! Al menos, en una raza cuyo nacimiento se debe a ellos. Nuestros valores son distintos: a los que encierran Goethe o Dante, Shakespeare o Ibesen. Nos debemos a una determinada serie de circunstancias históricas imprevisibles que nos han definido, dentro de su heterogeneidad, en un módulo personal y nuestro, y estos valores constituyen nuestra expresión humana. Ni somos mejores ni peores. Somos hispánicos con sus grandes ventajas. Lo que para un centroeuropeo, un ario o un oriental determina un defecto, para nosotros puede trastocarse en una ley ética. Lo normal es saber apreciar nuestra psicología con nuestros propios ojos, los que tuvo Cervantes. De ahí que, si sabemos apreciar el símbolo Mancha, igualmente podamos interpretar el símbolo Quijote, no en lo externo o heroico, aventurero o demente, sino en lo puro y artísticamente humano, como dice Vossier, que encierra en su esencia. Porque de nobleza (Don Quijote) y de llaneza (Sancho) está formado el castellano, está erigida La Mancha y todo elemento hispánico eterno. Estos son nuestros símbolos, nuestros directos y sencillos símbolos, lo que nuestros señor Don Quijote, como diría Unamuno, fue repartiendo de un lado a otro del país. No cabe menos nihilismo destructivo ni más afirmativa esperanza que en este vigor que cabalga por los campos, enfrentándose a los molinos.
(El compañero de tren seguirá lamentándose de la falta de Progreso. El es industrial catalán, yo soy andaluz. Pero, hombre ¿no comprende que si Don Quijote viera tractores aquí arremetería contra ellos, porque le llenaban de agujeros el campo? A pesar de ser bacías, amigo, a veces conviene sean yelmos; estos, para nosotros, es una razón y una virtud).

Sombrero con velas
Hoy han traído malas nuevas, arrepentimientos
de la legislación para las diversiones públicas;
enmiendas al uso de que desnuda pose
hembra galana.
(Aunque sea fácil ya reptar a Europa,
la hermosa carne suya es resbaladiza
y la sutil defensa con sus sedas:
los burdos brazos son para otrasmieles).
No quiero oir aunque pudiera.
Subo
estos peldaños hacia el cupulario.
Es de noche y ventisca en La Florida,
al menos debo ver un resplandor.
He aquí mi tocado para los trances lúcidos:
este sombrero en negro fieltro;
cúbrome
como grande de España si lo fuera
ante tal majestad
Ya quedo
en los altos andamios.
Mojo mi cañamar en este temple
de la barrica con barnices.
Mojo
y lloro sobre líquido.
Trazo
una larga verónica de espátula
y píntase así el mundo.
Coloco en mi tocado velas de sebo, enciéndolas
todas para ver;
oh qué luciérnagas
sobre el tapiz de cal de la alta fábrica.
Aquí mi ya milagro arrepentido,
Ávidos sienas llegan a que cubren.
Mi cabeza es la lámpara.
Ya tengo
luces que alumbren las legislaciones:
Pintar, más que lo vivo, lo soñado.

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