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In Memoriam

Adiós a un ilustre ciudadano melillense

He vuelto a Melilla, lugar donde siempre se quiere volver. Pero en esta ocasión, aún disfrutando de poder pasear sus calles, visitar el Pueblo, y saludar a tantos conocidos, una irreparable pérdida, reciente, empaña de emoción mi regreso.

Hace unas fechas nos dejó don Carlos Castañeda, un hombre de bien, alguien que, para mí, personificó lo que siempre me brindó Melilla; una persona/una ciudad, acogedora, hospitalaria, y que ocupará siempre lugar de privilegio en mi memoria.
Tuve el gusto de conocerle en 1985, durante mi estancia en el Tercio Gran Capitán; destinado en la imprenta del mismo, mi trato con él fue casi a diario, aunque de una manera limitada a nuestras facetas de proveedor y cliente. Recuerdo que el día anterior a mi licenciamiento, le visité en su oficina para saludarle en mi despedida.

Casi veinte años después, en 2004, decidí volver en plan vacacional, conocer más Melilla, su historia y sus gentes. Volví a visitarle, charlamos un buen rato, y aquel año comenzó una “maravillosa rutina”. Son muchas las veces que, desde entonces, he vuelto a Melilla. Y siempre fue don Carlos visita obligada para mí. En alguna ocasión le traje algún libro de mi tierra, Santander, o del municipio cántabro de Castañeda (posible origen de su apellido); lo que procuré no olvidarme de llevarle eran anchoas y sobaos, lo cual nos hacía siempre recordar, entre bromas, a cierto político.

Pero esos presentes, ningún valor tienen en comparación con el tiempo y atención que me dedicó. A pesar de que su salud se resentía año tras año, y que mis vacaciones eran en agosto, no siendo la mejor época del año para él, su hospitalidad fue siempre excelsa, y charlar con él , el tiempo que fuera, era un reencuentro permanente
con la bondad.

Oír hablar a don Carlos de Melilla, su historia, su querida iglesia de la Purísima, y tantas cosas ligadas a su ciudad, era sumergirse en una ola de erudición, amenidad y también gran sentido del humor, que te atrapaban en su conjunto.

Recuerdo, cuando la Ciudad Autónoma decidió acertadamente homenajearle en 2014 con el nombramiento de Melillense del Año, lo muy contento y agradecido que se hallaba por ello; y, al mismo tiempo, comentaba bromeando sobre si “se habrían equivocado” con la modestia franciscana que siempre le conocí.

En este momento del adiós, sirvan estas letras de humilde homenaje por parte de alguien que tuvo el honor de conocerle y departir con él, aunque fuera en no muchas ocasiones, pero ciertamente inolvidables.

Cuando fatal ausencia deja un triste vacío,
la dignidad impele a brindar homenaje
a quien llevó en su vida modélico equipaje
de humildad franciscana y español señorío.

Su charla era pausada, erudita y amena,
y su conocimiento, profuso y eminente;
su corazón, inmenso, inagotable fuente
de amor que, hacia los suyos, siempre mantuvo llena.

De su ciudad amada, del Pueblo y de su templo,
¡cuantas vicisitudes de sus labios oyera!,
placenteras lecciones venidas de quien fuera
ministro de la Iglesia, probo y cívico ejemplo.

Melilla le despide, pero el recuerdo queda
de un ciudadano ilustre que a su tierra quería;
compendio de sapiencia, nobleza y bonhomía,
recordaremos siempre a don Carlos Castañeda.

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