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El torreón del vigía

Mañana de San Juan

Anoche a las doce unos cuantos miramos el reloj y al humo de las chimeneas de la Plaza España y nos llevamos una desilusión, el Levante tumbó al Poniente y este será el viento dominante de este inaugurado verano. Aquí, en el Tiempo, ya se sabe que siempre habrá un bipartidismo perfecto y éste vigía se posiciona, a pesar de lo que diga mi amigo Chema, por el aire que limpia el agua de las playas y las vuelve transparentes, que refresca y hace luminosa a Melilla, donde la humedad no nos aplasta y remendando al poeta ni por las calles corren peces ni en el aire pesa el mar. Ese que en la víspera recibió a hombres y mujeres por una costumbre secular, mágica, mientras el fuego de las candelas, que en otra época iluminaba cada barrio melillense, consumían lo malo para que se instaurase lo mejor. Y ya para seguir destruyendo… soplan vientos contra el Acueducto de Segovia. Alguien propone tirarlo por representar la mayor represión de la historia. España, aún en su interior, desea serenarse mirando su costa, como ocurrirá por la Virgen del Carmen. Comienza un paréntesis para casi todos, ya con las aulas cerradas y el merecido descanso de docentes y alumnos. Aunque otros sabrán reforzar materias para la vuelta en Septiembre. El Rey vuelve a vivir la soledad en una línea de saludo, rodeado de tantos o más allá del que pueda tener en su despacho. Asistimos desde Octubre a la forja de un monarca, al que, rompiendo cualquier norma, son capaces de entregarle el reproche recogido en un libro de unos servidores públicos por la libertad de todos. Al que es moderador le confunden con un político al uso y al que hay que enseñar se le hace un hueco reivindicando un dialogo que es más bien un monologo de golpe y exclusión. Fuego, agua, moragas, carbones, música, deseos, pinchitos y amores, que hoy nos hacen despertar al último Domingo de mes. Y por El Pueblo aun resuena con una guitarra magistral de José Luis Montón, la voz rotunda y limpia de Clara Montes. Sus manos elegantes que interpretaban la hora más difícil del silencio y del adiós, de gestos y miradas con mentiras, de irse y quedarse, como el alma desnuda que pintaba Antonio Gala. Esa que en una noche de vino y calor, entre Ayamonte y Faro, penaba María con la agonía del Sur. Ese alma que en cada Turno de Oficio de extranjería, tras su lejano viaje desde Siria, la ves en los ojos de padres y madres o en las de los hijos de la guerra, y que para Clara, trae olores de frio y de venganza, con el hambre por vecina y el odio por palabra. Niños a los que le robaron su inocencia y a los que Montes cantará una nana de vida para calmarlos. Esos amores escondidos o desgarrados que por una palabra, vienen cubiertos de dolor por olvidos, ausencias y traiciones.

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