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Carta del Editor

El Desierto

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Desde el desierto marroquí de Erg (que significa un mar de dunas) Chebbi, a los pies de las impresionantes dunas, en el Riad Madu, un recomendable, original y, lo que es muy extraño en Marruecos, bien mantenido albergue-hotel inaugurado hace sólo siete meses por los Anaam, una familia marroquí muy emprendedora en esto del turismo, leo un libro, en inglés, de Xavier Girard, "Símbolos de Marruecos". Cosas, paisajes, ciudades, comidas etc. Y entre esos símbolos está, claro, "El Desierto". Como nos recuerdan cuadros y postales, "el desierto es todo nuestro" y, al mismo tiempo, somos todos nosotros. De allí provienen, y nos lo cuentan a menudo, muchas de las grandes dinastías bereberes: los almorávides, que después fundaron Marraquech y la dinastía Omaya en Alándalus, en el siglo XI; los Meriníes y hasta la actual dinastía reinante en Marruecos, los Alauítas, dinastía que nació en el siglo XVII en las arenas de Tafilalet, cerca de Erfoud y Rissani.
El desierto es hoy la parte trasera de Marruecos, su "hinterland", pero es también el Paraíso del Islam, el Ras el Madajba, el origen de la soledad, un territorio abandonado por Dios, el reino de las sensuales dunas y, al mismo tiempo, la tierra donde el estándar de vida está entre los más bajos del mundo, donde la mortalidad infantil es una de las más altas (el 35%, contra el 1% en los países industrializados), donde el agua es amarga y la gente ansía la lluvia.
Muchas personas, muchos exploradores (y muchos melillenses, dicho sea de paso) han sentido y siguen sintiendo la famosa "llamada del desierto", ahora como turistas. Cada vez hay más turistas que sienten, que sentimos, esa llamada, cada vez más viva entre aquéllos, como dice Girard, "con suficiente gusto y pasión como para avanzar en el descubrimiento de las cosas".
Muchos de esos turistas, incluidos nosotros estos días pasados de la pre Semana Santa, visitamos Kemylia, una comunidad de malís -hoy,por cierto, la comunidad con más representantes en nuestro atestado CETI- que se ha organizado muy bien en el desierto y que tiene como principal fuente de ingresos, me parece, algo que en estos días es muy difícil de vender, unos cedes, con muestras de su curiosa y monótona música, de la cual hacen una relativamente breve y no demasiado entusiasta demostración a los numerosos turistas que visitan su kasar.
También es frecuente, y en temporada turística alta mucho más, ir al albergue Ksarmer Zouga, de donde, en rigurosa fila, salen los dromedarios con su cansino caminar hacia las dunas, transportando a turistas, la mayoría españoles, ansiosos de contemplar la espléndida puesta del sol y sus últimos reflejos sobre las impresionantes dunas. Porque esta es otra destacada característica del desierto marroquí en estos tiempos: que hay mucha gente, muchos 4 por 4, buggies, fotógrafos, kasares, albergues. Ya no es la soledad lo que nos envuelve en el antaño solitario desierto.
Otra de las conocidas atracciones turísticas del desierto son los fósiles. Antes, como nos contaba nuestro gran guía, Germán Fidel, el desierto era un mar. De él provienen los fósiles (los verdaderos, no los falsificados) y a unos 10 kilómetros de Erfoud hay uno de los muchos talleres que se dedican a tallar artesanía de piedra, puliendo varias de las inmensas cantidades de rocas que se recolectan de los grandes yacimientos negros del desierto de Erg Chebbi.
Al terminar el viaje, de regreso a Melilla, es costumbre hacer un alto en Midelt, un pueblo muy feo, lleno de cuarteles. Allí nos encontramos con un numeroso grupo de excursionistas del Club Escorpio, un club que, por cierto, hace una gran labor turística en Marruecos que es digna de todo elogio. Y, continuando la aproximación a Melilla, es conveniente visitar los bosques de Arzue, con su famoso cedro milenario Gouraud y sus comilones monos -de manzanas, porque los cacahuetes les deben dar mucho trabajo pelarlos- y pasar por la aristocrática, para el estándar marroquí, Ifran, que parece una ciudad suiza y que certifica la idea de que Marruecos es, de verdad, un país de grandes contrastes.
Una de las mejores cosas de los viajes es que te hacen darte cuenta de que coexisten muchos mundos y muchas personas que, aunque a veces cercanos, no conocemos. Este viaje al desierto marroquí de Erg Chebbi me ha permitido conocer mejor y apreciar a melillenses como Germán Fidel, el alma de un proyecto turístico local especializado en Marruecos, el hijo de un amigo, Leandro Fidel, al que conocí cuando trabajaba con Antonio Potous. Un joven tranquilo, Germán, con ideas innovadoras en el sector turístico, uno de los (por desgracia no tan frecuentes) melillenses que prefieren arriesgarse, trabajar mucho y no depender de la administración pública, y cuya empresa ha crecido mucho, fruto del esfuerzo y la imaginación creativa. Se merece Germán el éxito, y el viaje al desierto con él fue muy ameno, con magníficos acompañantes y guías como José Manuel Fernández, "Tarzán", Angel de Diego, y Miguel Marín, "El Gato" (no confundir con el político), melillenses o residentes en Melilla a los que he tenido la ventura de conocer, tratar y apreciar durante nuestro viaje de cuatro días de la semana pasada.
Vuelto a Melilla llamo a mi gente para ver cómo van los asuntos pendientes. Como me imaginaba, y temía, los que dependen de la administración pública siguen como estaban antes de que empezara la Semana Santa, o sea, y como es habitual, parados. No ha tenido la numerosa prole funcionarial tiempo, ni ganas, supongo, de echar siquiera un leve vistazo a lo que yace pendiente de resolución en los profundos fosos de la enorme burocracia que, como decía en mi Carta del domingo pasado, es uno de los mayores males que España padece. ¿Que puede haber personas que trabajan indirectamente para cosas de la administración pública y que no pueden cobrar? Pues nosotros ya hemos cobrado, supongo que pensarán ésos burócratas que consideran que los ciudadanos estamos a su servicio (insisto en que no todos son así, pero también insisto en que el sistema sí es así), así que ahora toca, oficialmente, descansar, y otra de gambas con su correspondiente caña. Pero siempre nos quedará el desierto, especialmente en temporada turística baja, para olvidar las penas y los agravios.


FRASE:
Al terminar el viaje, de regreso a Melilla, es costumbre hacer un alto en Midelt, un pueblo muy feo, lleno de cuarteles. Allí nos encontramos con un numeroso grupo de excursionistas del Club Escorpio, un club que, por cierto, hace una gran labor turística en Marruecos que es digna de todo elogio.

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