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El Torreón del Vigía

Ocho apellidos vascos

melillahoy.cibeles.net fotos 818 Angel Gil

Las salas de cine continúan siendo un espacio para la evasión cotidiana, son algo así como un paréntesis que ponemos en un rato de nuestra vida. Antes los cines, además de inmensos, poseían un halo de misterio, tras las cortinas de las puertas de acceso al patio de butacas. Recuerden aquel Nacional, donde, en veranos calurosos, podías pillar algo de película al pasar por las celosías de Pablo Vallescá. Es cierto que el cine tiene sus momentos, sus altas y bajas como dientes de sierra en la expresión gráfica de cotizaciones. A la pantalla grande se le ha puesto fecha de caducidad en base a la comodidad del sofá casero y de las últimas tecnologías. Pero ahí resiste, porque tiene ese algo que guarda celosamente. ¿Usted que prefiere lo que se rueda aquí o lo foráneo?. Si tuviera que responder a esta pregunta, me inclinaría por lo bien acabado y no me fijo demasiado en su nacionalidad. No me van las cintas politizadas, las de guerras o las americanadas. Pero cuando se estaba hablando de la crisis que, también, sufría el cine español surge la última película de Emilio Martínez – Lázaro, Ocho apellidos vascos, que está logrando casi cinco millones y medio de espectadores con una recaudación de treinta millones de euros. Las claves de su rotundo éxito se basan en el talento, en un guión bien construido y en unas interpretaciones naturales que arrancan la risa desde su comienzo. No pasa nada por reírnos de nosotros mismos, de esos tópicos que nos rodean que tal vez, no llegamos a descubrir. La película está consiguiendo, además, unir regiones desde los contrastes que arrancan de la guerra de sexos para transformarse en amores reñidos que recorren cientos de kilómetros en busca de quien le ha tratado diferente y no ha caído a la primera en sus brazos. El fino, el baile y la gomina de un españolazo, como dice Clara Lago en la peli, no la conquistan. Allí, en tierra vasca, hasta donde viaja Dani Rovira, hay enredos, equívocos y lo mismo se cuela el novio por una ventana que ella se viste de blanco para correr por las calles, antes de todo esto hay que pasar por la prueba más difícil, que sea aceptado por el padre (Karra Elejalde) de la chica, un pescador que farda del atún capturado y que no entiende que su hija pueda salir con alguien más allá de Álava. Memorable la escena del mitin de los independentistas dirigido por un sevillano que reivindica sus ancestros vascos. Ahí de nuevo los tópicos nos llevan a la carcajada. Carmen Machi es, en la cinta, esa cómplice, que se hace pasar por madre del novio, y que crea también unos brillantes momentos. A Ocho apellidos vascos le sobra la campaña publicitaria, ha logrado que el boca a boca funcione y se recomienda sola. El tirón del humor en la época que estamos sufriendo es la mejor tarjeta de presentación. Ojala otros guionistas y directores sigan esta senda para ofrecernos productos tan buenos como este. La segunda parte de la peli ya la anuncian, que logren romper con el tópico.

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