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Un debate que no acaba

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Si no fuera por la labor de la Guardia Civil, la inmigración clandestina se cobraría muchas más víctimas y provocaría, a buen seguro, considerables problemas para España, Europa y, sobre todo, para Melilla . Por eso no es justo que ahora se esté juzgando el papel importantísimo que juega en primera línea protegiendo nuestras fronteras, probablemente intentando manchar el buen hacer de un Cuerpo que ostenta merecidamente el título de benemérita La actuación policial en las fronteras de España y Marruecos vuelve a estar en el ojo del huracán. En realidad, nunca ha dejado de estarlo porque la inmigración irregular es un drama humano de tan enormes dimensiones, que nadie se queda impasible ante lo que ocurre en nuestra valla y algunos kilómetros más allá. El debate cíclico sobre la frontera había estado centrado hasta hace unos meses en las medidas del Gobierno para intentar salvaguardarlas, como la instalación de las polémicas concertinas. Poco después, los dimes y diretes pusieron el foco de atención en los medios antidisturbios empleados por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, sobre todo a raíz de la muerte de varios inmigrantes subsaharianos que intentaban llegar a nado a Ceuta. Aquel episodio generó una polvareda mediática y política que pilló en medio, como siempre, a los agentes de la Guardia Civil, la mayoría de los cuales miran el drama de la inmigración clandestina con la misma sensibilidad o más que algunos de los que se autoproclaman activistas de derechos humanos. Muestra palpable de ello fue hace poco una carta reciente que un agente de su puño y letra escribió relatando una noche cualquiera de vigilancia en la frontera con un intento de entrada de inmigrantes. Aquella misiva dio muchas vueltas en las redes sociales porque plasmaba en pocas líneas el sentir de muchos guardias civiles al tener que impedir la entrada a personas alimentadas por la esperanza de buscar un mundo mejor. Otros guardias civiles han arriesgado sus propias vidas o han sufrido daños en su integridad física por sacar de situaciones de peligro a inmigrantes desesperados que en su intento de entrar a toda costa no miden el grave riesgo que corren. Si no fuera por la labor de la Guardia Civil, la inmigración clandestina se cobraría muchas más víctimas y provocaría, a buen seguro, considerables problemas para España, Europa y, sobre todo, para Melilla . Por eso no es justo que ahora se esté juzgando el papel importantísimo que juega en primera línea protegiendo nuestras fronteras, probablemente intentando manchar el buen hacer de un Cuerpo que ostenta merecidamente el título de benemérita.

Los vídeos divulgados esta semana por dos ONG como son HRW y PRODEIN son impactantes y no dejan a nadie indiferente, pero siembran la duda o directamente señalan a la Guardia Civil de maltratar a inmigrantes cuando no parece que sean efectivos españoles los autores de los golpes, sino fuerzas del país vecino sobre las que España no tiene responsabilidad o capacidad de actuación, y menos en una zona que tampoco está claro que sea territorio español como es el entrevallado o los últimos metros antes de llegar a la primera reja. Las críticas y reproches deberían darse de manera particular en el caso de que alguno de los guardias civiles destinados en la valla se extralimitara de sus funciones y cometidos, como ya pasó en 2005 con otro vídeo grabado con cámara oculta que empañó de manera inmerecida la imagen de todos los agentes desplegados en la frontera. Ahora no debería ocurrir lo mismo, pero algunas instituciones, como es el caso de la Comisión Europea, tampoco ayudan con sus advertencias y recordatorios a España respecto a que se deben cumplir los derechos humanos, como si esto fuera una república bananera. Las declaraciones que ayer llegaron desde Bruselas recuerdan a las famosas críticas de la comisaria de Interior sobre la concertina de las que después tuvo que retractarse por desconocer la realidad de nuestra frontera. Veremos si esta vez no ocurre lo mismo, máxime cuando Europa sigue sin implicarse demasiado en su responsabilidad de atender como debería sus fronteras del norte de África ante la extrema presión migratoria que sufre desde hace ya demasiado tiempo.

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