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Columna pública

Desde la utopía a la realidad

La experiencia muestra que las teorías, tarde o temprano, acaban llevando a la acción. A lo largo de al menos un par de siglos, el nacionalismo ha ido cultivando pacientemente una formulación teórica a la que parece haberle llegado el tiempo de una acción más ambiciosa: la independencia. La utopía ha devenido en una realidad alcanzable, materializando la afirmación de que las utopías arrastran al hombre más que las realidades. La acción nacionalista ha ido recorriendo estadios muy diversos: desde el discurso meramente académico al terrorismo asesino, hasta llegar hoy al poder político, con el control de alguna autonomía, que les acerca a su meta: al menos ejercen su gobierno como si tal fuera.

Todo ello apoyado en el poder económico y en el control de medios de comunicación, para difundir un programa ideológico que ofrece un destino colectivo del que parece difícil escapar: la utopía ocupa el lugar de la realidad. El lenguaje utilizado en la propaganda de masas y el manejo de la educación de la juventud, transformada en medio de ideologización, llevan a la transformación de la historia y a la difusión de la leyenda negra revivida, que califica a España como opresora de pueblos. Esta acción prolongada en el tiempo tiene una primera consecuencia: se incrementa el número de conversos a la división.
¿Cómo ha podido llegarse a esta fase tan caliente? Sin duda, las causas han sido múltiples, nacidas unas de los tiempos que vivimos: como el desinterés de los ciudadanos por la cosa pública, junto a otras que tienen su origen en la Constitución que nos dimos en el 78. Aquella Constitución, resultado de un esfuerzo unificador, que si bien ha alcanzado muchos de los objetivos perseguidos, también ha producido otros frutos perniciosos que pueden destruir aquel espíritu de concordia y solidaridad: entre ellos el sistema de las autonomías, y su desarrollo, y una ley electoral que se decanta a favor de los partidos nacionalistas.

La puesta en marcha de las autonomías ha supuesto el reparto del poder entre el Estado y las Autonomías, aspecto inicialmente pacífico y racional, que ha acabado por convertirse en una exigencia imperiosa de los partidos nacionalistas, que no siempre se ha resuelto a favor de los intereses de la nación española, e incluso, según algunos observadores, en su contra, de tal manera que se coarta la acción del Estado en esos territorios. ¿Cabe el consenso entre posiciones opuestas, con amenazas y extravíos? Cualquier cuestión planteada ha sido resuelta bajo prismas partidistas cediendo a las pretensiones nacionalistas, con la consecuencia de que se les han suministrado instrumentos de poder y económicos que les facilitan la posibilidad de dar el salto a la independencia.

Después de treinta y cinco años de este proceso, un efecto que quizá pueda pasar desapercibido, pero que parece de la máxima importancia, es la postración del 'ser español', siendo desplazado, en alguna medida, por el 'ser local': aragonés, catalán, gallego, valenciano, andaluz, etc., con mayor incidencia en aquellos territorios que tienen otra lengua propia: lo vasco y lo catalán contagian zonas periféricas, desplazando el propio sentimiento regional, para alistarse a las tesis nacionalistas. Lo local prima sobre lo general. La presión se hace sentir en el interior de los territorios aspirantes a la secesión, tanto creando divisiones familiares como influyendo en la posición de ciudadanos que sintiéndose españoles se adaptan pasivamente; incluso algunos partidos o sus dirigentes han sido contaminados de ese mismo sentir.

España parece indefensa ante las agresiones nacionalistas y una parte de los españoles se sienten cansados de la disensión. La estrategia de oponer argumentos económicos frente a sentimientos no parece que conduzca a ningún lado: la expectativa de una Arcadia feliz, conlleva con optimismo el esfuerzo para llegar a ella. La situación política actual induce a pensar que la secesión incoada no se producirá ahora, mas si el clima de cesión permanente no cambia, el futuro es previsible: solo tienen que esperar.

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