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El Candil

AHORA… pequeñeces

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En todo trabajo o hacer, siempre hay un garbanzo negro en tal cocido, y no quiere esto decir que, no se pueda comer por diferente, no, lo que ocurre es que te llama la atención. No quiero con esto compararlo con tal bazofia plural, democrática y política, con la que hoy en día estamos, un día sí y otro también, desayunando. Ocurrencias que, en mis dos meses de vacaciones frescas y hospitalarias en estos dos meses de calor, vi, probé y comprobé. Las que relajadamente me las tomé, ¡hombre!, no como para pasar de ellas, pero si para recordarlas en un tiempo por aquello de pensar en cómo por un exceso de confianza, se estropea una labor muchos más considerada. En resumidas cuentas, pecados veniales.

Estaba yo en la UVI en Málaga, disfrutando de mimos y atenciones, enmarañado entre tubos, cables, esparadrapos, gasas de tules apelmazados, entre acupunturas y otras delicias orientales, comidas exquisitas a más no poder, ¡por cierto! Que me pusieron una zanca de pollo, dorada ella, jugosa también; de un oler de campo, de ese campo de romeros y tomillos, yerbas buenas y manzanillas que, aspiré con fuerza tal delicia, la que me recordó otra vez aquel conejo frito, troceado, que me pusieron en una hospedería de Vélez-Málaga y que aun cayéndoseme al suelo, sopéelo y me lo zampé. Usted se preguntará que es lo que hice para que se me cayera ¡todo! el conejo al suelo, pues ni más ni menos que, yo, por ser de pueblo y presumir de capital, enganche el tenedor y el cuchillo, teniendo sólo ojos para aquel suculento plato de olor campestre que, puseme a tal tan cerca de mí, que sin darme cuenta no vi que, el lujoso mantel de un fino papiro, extenso pero falso, no me dejó ver que el plato se había quedado con la mitad en el borde de la original mesa barnizada al estuco, y claro, se me volcó encima. Puso me casi perdida la zona de la pretina, pero los trozos que no pude sacar de esta y que en el suelo de esponjosos algodones de ripios de madera, me decían ¡cómeme! ¡Cómeme! Y vive Dios que me los comí. Y fue tal el exquisito sabor y olor de este que, lo recordé ante la zanca de pollo a la vista. La cual estaba súper exquisita. Y es que el Carlos Haya debe de tener una cocina de 5 estrellas Michelin o el Casting que se lo suministra, no hurta. Porque si no, no me lo explico. Luego vino el momento de mí desenchufe, quitaron me las condecoraciones, las colgaduras, los suministros de campaña, en fin todo ¡pero!, llegó la hora de quitarme la “agujita” de la femoral, con algo así de 12 cm, y me la quitó suave y dulcemente la bella y joven doncella. Pero he aquí que suena el “impertinente” y pensé, ya estamos liados, y efectivamente coge ella a tal por su parte baja y pregunta ¿Quién? Ha todo esto, con la mano y la gasa taponando la vía, por eso del sangrado posible. La dicen y contesta,” estoy ocupada con un ingresado”, la otra que iba por cuestiones de horas y tales días de sustituciones por aquello de la reducción en plantas y personal vacacional, sigue con su rollo; mi adorable enfermera se coloca el impertinente entre el oído y el hombro y sigue hablando a la vez que intentaba sujetar fuertemente el apósito con el esparadrapo, termina la acción y la digo al final, ¿su amiga la considera a usted mucho?, ¿por qué?, porque a pesar de que usted la dijo que estaba con un paciente en ese momento, no la ha hecho ni caso. Me miró pensando, calló, y entendió perfectamente por donde iban los tiros.

Luego, ya más tarde, antes de la hora de prepararse para salir, observo que hay una joven enfermera en el centro de la sala, en una mesa que les hace las veces de despachito de observación, y que está pintándose las uñas. Muy bien, pero mira por donde, salta el chivato del control de las constantes y viene a mi pecho a revisar los parches de contacto, me pone sus lindas manitas y sus marcadas uñas a la altura de la clavícula ¡que peste!, ¡qué olor a acetona!, aguante la respiración unos segundos, pocos. Y ahí quedó la cosa. Aunque me pregunté ¿es la misma?…

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