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Carta del Editor

Banalización, redes sociales y necedad cultural

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“Y ojalá termine de una vez toda esta absurda, y política, presión banal, necia, artificial e infundada que se está intentando ejercer sobre el Campo de Golf de Melilla.” Son poco más de las seis de la mañana de un día cualquiera en Melilla. El sonido del helicóptero de la Guardia Civil (a la que defendemos mucho en esto del control fronterizo, porque es justo que lo hagamos, aunque algunos miembros del Cuerpo no se portan muy bien con nosotros, dicho sea de paso) dando vueltas empieza a despertarme. Los gritos de los inmigrantes que han conseguido entrar en Melilla, según el día, prosiguen esa tarea de terminar con mi somnolencia, una somnolencia que acaba cuando desde las mezquitas se inicia la habitual, e ilegal, competencia de ver quién grita más a través de los altavoces llamando a la oración matutina. El remate despertador suelen ser las sirenas de los coches oficiales que cruzan la ciudad acudiendo acá y acullá. En fin, un día más, corriente en Melilla aunque no lo sería, en absoluto, en cualquier otro lugar de España (excepto nuestra hermana Ceuta, probablemente). Ya estoy despierto del todo, y me pongo a escribir o a leer.
Leo, en esta ocasión, a Mario Vargas Llosa, quien, poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura, escribió uno de su libros más densos, "La civilización del espectáculo", sobre la "banalización lúdica de la cultura imperante", el triunfo del periodismo amarillo y las redes sociales que han logrado que "la necedad haya pasado a ser la reina y señora de la vida posmoderna", la repetición del "guión esnobista de izquierda: agitar el cotarro, dar que hablar" (casos Pablo Iglesias y Podemos, en España, o el PPL, en Melilla), la explotación, con total irresponsabilidad periodística, de las bajas pasiones de la gente, la frivolidad de la política tras un proceso concienzudo de magnificar, "a menudo de una manera exagerada e irresponsable, los aspectos negativos de la vida política por un periodismo (y unas redes sociales) amarillos, con el resultado de que la opinión pública ha llegado al convencimiento de que la política es un quehacer de personas amorales, ineficientes y propensas a la corrupción".

Concluye Vargas Llosa: "Hoy hay innumerables cosas mejores que las que vieron nuestros ancestros: menos dictaduras, más democracias, más libertad, más prosperidad y educación, más oportunidades…Pero, en el campo específico de la cultura, hamos más bien retrocedido, por culpa fundamentalmente de los países más cultos, y una de las consecuencias que podría tener la corrupción de la vida cultural por obra de la frivolidad podría ser que aquellos países perdieran su protagonismo y poder, por haber derrochado con tanta ligereza el arma secreta que hizo de ellos lo que han llegado a ser, esa delicada materia que da sentido, contenido y un orden a lo que llamamos civilización. Felizmente, la historia no es algo fatídico, sino una página en blanco en la que, con nuestras decisiones y omisiones, escribiremos el futuro. Siempre estamos a tiempo de rectificar". Ojalá sea así.
Y ojalá termine de una vez toda esta absurda, y política, presión banal, necia, artificial e infundada que se está intentando ejercer sobre el Campo de Golf de Melilla. De todas las cosas, muchas y siempre gratuitamente, que he hecho para el golf y el campo de golf de Melilla sólo me arrepiento de una, porque me equivoqué claramente y durante demasiado tiempo. Mi error fue mantener en el equipo, con un cargo directivo y bien remunerado (aproximadamente nada menos que el 20% de los ingresos netos del Campo se han utilizado para pagarle), a Ignacio Suárez. Su jefe anterior, Miguel Fuentes, que fue presidente de la Federación Melillense de Golf, ya me advirtió sobre Ignacio Suárez, su vagancia, su deslealtad, su nula capacidad laboral. No le hice caso, pensé que, con una dirección de otro tipo, una persona joven como Suárez podría ser reconducido y, en vez de hacer lo que hice con otros que estaban ya trabajando en el campo de golf y a los que no admití, lo mantuve como gerente e incluso le reconocí la antigüedad.
Poco a poco me fui dando cuenta de mi error, de que Miguel Fuentes tenía razón e Ignacio Suárez era, efectivamente, vago, desleal, mal jefe, incapaz de ejercer su función de gerente con un mínimo de eficacia. Pero me daba pena despedirlo, sus padres eran amigos nuestros (aunque sobre su padre, Carlos Suárez, ya me habían advertido que me traicionaría, como efectivamente había hecho con anterioridad en múltiples ocasiones y como ha hecho con nosotros) y creía que, con paciencia terminaría por aprender y trabajaría. Intento inútil, promesas incumplidas de arrepentimiento por parte de Ignacio Suárez y al final, tarde, demasiado tarde, tras demasiado coste para las arcas públicas, en Junta Directiva tomamos la decisión de despedirle, tras repetidos juramentos por su parte de que jamás haría nada que pudiera dañar al Campo de Golf.
Se llevó documentos, los aireó en las miserables redes sociales habituales, se llevó dinero (devolvió mas tarde un dinero, que no es todo el que falta), pactó, junto con su padre, con los enemigos políticos del gobierno de la Ciudad Autónoma, les informó (muy mal, por cierto) de lo que él, con su habitual torpeza, creía que habíamos hecho, propició una querella absurda y sin fundamento por parte de una persona recientemente fallecida. Es difícil llegar a ser más malo y más torpe. Ni una sola de las personas que han tratado con él cuando era gerente entienden cómo le mantuve tanto tiempo. La respuesta es, como dije antes, que me equivoqué, gravemente, y pido disculpas por ello.

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