Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Atril ciudadano

Cadáveres y difuntos

Muchas veces me he preguntado qué diferencia puede haber entre un difunto y un cadáver. Y me he preguntado esto, pues aunque parezca lo mismo, siempre me daban la sensación de que eran diferentes. Cadáver me suena como a despojo. A algo inservible para todo aquello que no sea su propia reconversión. Cadáver me suena como a trabajo mal acabado. Chapucería

. Ese “mantente mientras cobro”, que solemos decir de la labor de los malos artesanos. Sin embargo difunto, fue siempre para mí, una palabra extraña. Más que una palabra, se me antoja como una extraña sonoridad de una acústica lejana, como cuando a veces vemos una cara desconocida y sin saber por qué la recordamos. Algo más allá de la misma presencia mortal de nuestro cuerpo, el difunto nos pone en la memoria. Cadáver es un escombro. El resto de un naufragio. Los habitantes del mundo y sus herederos. Sin embargo, difunto es una esencia. Una salida de esta tierra habitada por dentro. Recordamos, no a nuestros cadáveres, si a nuestros difuntos. La memoria no acepta reciclajes. Es pieza enamorada de la vida, y a ella entiende en su neutral y virgen concepto. La memoria, ese archivo inmaculado que cada ser humano contiene en si mismo, es ya de por si, algo más que el día que amanece. Porque el día que amanece tiene muertos y vivos, pero la memoria conserva intacta la síntesis no de la vida, pero si de lo eterno.

Miles y miles de cadáveres, victimas de sus propias mentiras, sepulta el mundo cada día en guerras, odios y traiciones. Sin embargo un difunto es siempre una historia. Una historia invencible, porque difunto no es otra cosa que un panegírico, una elegía, un aparecido. La Iglesia recoge los cadáveres abandonados por el odio, la venganza, el poder y la mentira y les da una alta razón de ser dignidad, más allá de lo convencional y lo multitudinario. La Iglesia, esa palabra tan discutida, tan censurada, tan siempre mal entendida, no es otra cosa que nuestra propia y sagrada razón de ser. Porque la Iglesia está entre la vida y la muerte y su reino no es de este mundo. Al igual que un difunto no es un despojo ni un cadáver, así la Iglesia no es un estado, ni una identidad oportunista como alguien pudiera pretender ver en ella, sin darse cuenta que se ve a si mismo. La Iglesia es la rescatadora de la dignidad del ser creado. Es la guardiana de la criatura humana. La celadora de todo aquello que sirve para que la memoria no desfallezca, ni caiga humillada por el destello APARENTE de lo atractivo y seductor. La Iglesia, la que fue instituida un día por Aquel que dijo: “Dejad a los muertos que entierren a sus muertos”, hace de la muerte una síntesis triunfante de la vida, y a lo que el mundo arroja como cadáver o despojo, ella lo rehabilita y lo construye, no como ciudadanos si no como universo. No como NACIDOS SI NO COMO CREADOS.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€