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Carta del Editor

Utopía: algo halagüeño, pero irrealizable

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"Albert Rivera, de Ciudadanos, aboga por cambiar la Educación y que el Estado recupere las competencias que en ese campo se han hecho a las autonomías. Pide respeto democrático a una Ley justa. Recuerda que paro, economía y corrupción son los tres mayores problemas que los españoles detectan, y no una posible reforma constitucional. Le parece imprescindible para luchar contra el paro que bajen los costes de contratación y que se inyecte dinero público, vía los bancos, a autónomos y empresas. Ciudadanos es un rayo de esperanza en el viciado sistema político español (y Podemos un rayo destructor)" Utopía: proviene del griego ou (no) y topos (lugar), o sea, un lugar que no existe. Otra acepción: la tomada del libro del escritor inglés Tomás Moro con el título de Utopía, describiendo una república imaginaria. Y una última acepción, la que quizás venga más a cuento en estos momentos: Plan, proyecto, doctrina o sistema halagüeño, pero irrealizable.

La aspiración de un mundo sin fronteras, donde todas las personas puedan desplazarse a cualquier parte y en cualquier momento, es una aspiración loable y muy extendida, pero es una utopía, un proyecto halagüeño, pero evidentemente irrealizable. Las diferentes, y extraordinariamente numerosas ONGs (organizaciones no gubernamentales) que pueblan el planeta, y que tan especialmente abundan y hablan sobre lo de las fronteras de Melilla y Ceuta con Marruecos, lo saben pero, probablemente porque muchas viven y se financian a base de mantener estas utopías, insisten sobre la ficción de que se puede realizar lo irrealizable, porque ni Melilla, ni Ceuta podrían sobrevivir, ni el resto de España y de Europa podrían absorber, la marea humana que se precipitaría sobre ellas, de la misma manera que los Estados Unidos tampoco podrían asimilar la apertura de sus fronteras con México, por citar otro ejemplo.

Mario Vargas Llosa, en un espléndido prólogo, titulado "El paraíso como pesadilla", que publicó en la Biblioteca de plata de la narrativa del siglo XX sobre el famoso libro de Aldous Huxley "Un mundo feliz", escribió que "ahora sabemos que la búsqueda de la perfección absoluta en el dominio social conduce, tarde o temprano, al horror absoluto" y que subyace, como en la novela de Huxley y en su planeta Ford, la evidencia de la catástrofe que significa cualquier sociedad organizada desde el principio totalitario de que el Estado es superior al individuo y que, por lo tanto, éste se halla a su servicio. "La vida planificada tiene su precio: la desaparición de la libertad… Y la utopía representa una inconsciente nostalgia de esclavitud, de regreso a ese estado de total entrega y sumisión, de falta de responsabilidad que, para muchos, es también una forma de felicidad", añade Mario Vargas Llosa.

Ese estado de total entrega y sumisión, de falta de responsabilidad, esa nostalgia de la esclavitud, se ha generalizado en nuestra España, y en nuestra Melilla también. Y la desaparición de la libertad, que es la consecuencia inevitable de la falta de responsabilidad y de la nostalgia esclavista, se nota en el desánimo generalizado, en la rendición sin condiciones, ante el sistema establecido, muy especialmente. ¿Qué se puede hacer ante una sentencia judicial injusta? Nada. ¿Y ante un impuesto abusivo? Nada. ¿Y ante unas denuncias injustas e injustificadas? Nada. ¿Y ante unas injurias soeces? Nada ¿Y ante un trabajador que no trabaja y muy probablemente algo mucho peor que eso? Nada ¿Y ante una administración pública paralizada y paralizante? Nada. Todo, todo es imposible, excepto la rendición incondicional, ese es el sentir general. Y así, de mal, nos va.

Sin embargo, cabe la esperanza de que el cambio es posible. Mi propia experiencia profesional con el MELILLA HOY lo demuestra. Lo fundé hace ya casi treinta años y nunca pude imaginar que fuera posible luchar, y vencer, contra tantas fuerzas públicas y privadas desencadenadas para evitar que el periódico, el único de Melilla, naciera y creciera. Presionaron tanto, y tan suciamente, para evitarlo que, como Hernán Cortés al quemar sus barcos para evitar la retirada de México, me juré no dar ni un paso atrás, pasara lo que pasara, costase lo que costase. Resistimos sentencias judiciales instigadas por el poder político, boicots totalitarios y absolutos, amenazas de todo tipo, injurias y calumnias sin cuento, creación política de competencias que los ciudadanos -como se sigue demostrando- ni querían ni necesitaban. Parecía imposible resistir, pero, con un magnífico equipo humano de colaboradores convencidos de que era mejor morir con gloria que vivir con vilipendio, lo conseguimos.

Hoy los eternos perdedores, los resentidos incapaces de hacer algo por sí mismos, nos acusan de estar "vendidos" al poder político local porque la Ciudad Autónoma, como a todos los demás medios de comunicación locales (incluyendo los creados artificialmente por el poder político local) nos ingresa, tarde, un dinero a cambio de insertar publicidad pública. No saben nuestra historia, no me conocen y creen que soy como ellos o, lo que es peor, sí me conocen y saben que están mintiendo, pero intentan justificar sus mentiras a base de repetirlas, como los nazis, y pretendiendo lograr una rentabilidad política que, por sus propias carencias, son incapaces de alcanzar. Nunca nos hemos rendido, y no lo vamos a hacer ahora, por mucho que mientan, insulten y calumnien.

En el ámbito nacional, español, también hay muchos problemas y muchas actitudes de rendición, pero hay rayos de esperanza. He visto varias veces en televisión a Albert Rivera, el presidente de Ciudadanos (bonito nombre para un partido político). Tiene Albert buena pinta y el enorme mérito de presidir un partido que se declara español en esta Cataluña martirizada por los independentistas. Se declara demócrata liberal, lo que me parece un acierto. Incluye en su programa electoral, como punto básico, la intención de evitar que España se rompa y la decisión de luchar por ello sin miedos. Considera prioritario reformar "de arriba a abajo" la administración pública (un asunto de capital importancia, una reforma absolutamente imprescindible para salir de la situación de pobreza en la que nos encontramos). Cree firmemente que "conllevarse" con los nacionalistas es un error, como lo es pactar para gobernar España con los que quieren romperla. Aboga por cambiar la Educación y que el Estado recupere las competencias que en ese campo se han hecho a las autonomías. Pide respeto democrático a una Ley justa. Recuerda que paro, economía y corrupción son los tres mayores problemas que los españoles detectan, y no una posible reforma constitucional. Le parece imprescindible para luchar contra el paro que bajen los costes de contratación y que se inyecte dinero público, vía los bancos, a autónomos y empresas. Ciudadanos es un rayo de esperanza en el viciado sistema político español (y Podemos un rayo destructor).

Posdata. Lamento profundamente la muerte de una persona tan valiosa y entrañable como Manuel Espigares, más conocido como Manolo, el del Ventorrillo. Él era uno de esos héroes de cualquier sociedad, la melillense en su caso, capaces de crear cosas como El Ventorrillo, capaces de mantenerse y mantener puestos de trabajo proporcionando ilusión a los ciudadanos. Una gran, e inesperada, pérdida y mi sentido pésame a toda su gran y extraordinaria familia.

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