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Tribuna Pública

Revisitando la primavera árabe cuatro años después. Un sueño que derivó en pesadilla

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Desde finales del 2010, el Magreb y Próximo Oriente han conocido importantes cambios políticos, cambios que ponían fin a décadas de dictaduras. Olas de protesta y revueltas pacíficas que generaron sin excepción situaciones sociales abiertas y dieron lugar a grandes esperanzas de democratización. La primavera árabe arrancó en Túnez con la inmolación a lo bonzo, el 17 de diciembre de 2010, de un vendedor ambulante de frutas, Mohamed Bouazizi, debido a sus problemas con la policía, desatando una ola de manifestaciones en Sidi Bouzid que se extendió desde los barrios periféricos de Túnez hasta su misma capital y derivó en la caída de Ben Ali tras 23 años en el poder.

La toma de las plazas en Túnez y Egipto por medio de las acampadas, generó una concepción nueva de la realidad árabe. Las protestas necesitan, para poder ejercer su poder, de espacios de encuentro y de contacto. Esos lugares son justamente los espacios públicos. La acampada de Sahat At Tahrir o plaza de la liberación nunca buscó la separación, y por eso suscitó tantos flujos de solidaridad dentro/fuera. Nunca se planteó como un afuera utópico, sino como una invitación a los indignados egipcios a luchar juntos contra la dictadura de Mubarak, rechazando viejos paternalismos y, demandando una democracia que consistiera en compartir derechos y participar en el juego político en igualdad de condiciones.
“Sólo queremos más libertad y democracia” gritaban los sublevados egipcios atrincherados en Maydan At Tahrir. La plaza de la liberación del Cairo, se convirtió en el símbolo de las protestas árabes. Allí conocieron los egipcios la marcha de Hosni Mubarak y allí regresaron para exigir la dimisión del islamista Mohamed el Morsi, en junio de 1913, que semanas después fue derrocado por el general Abdel Fatah el-Sisi.

Las revueltas en Túnez, Egipto y Libia dieron pie a una oleada de transiciones democráticas, libertades políticas en países en las que el autoritarismo, la represión y la corrupción habían imperado durante décadas. A pesar de esto, gran parte de las expectativas creadas en torno a estas rápidas y heterogéneas transiciones se han visto frustradas. Cuatro años después no se puede hablar de mejoras, sino de alarmantes retrocesos en la mayoría de estos países en transición. Las sublevaciones que sacudieron Oriente Medio y Norte de África no se han traducido en más democracia y libertad para los pueblos árabes, sino que han derivado en estados fallidos, nuevos dictadores y un auge del radicalismo religioso.
“No es recomendable ser árabe en nuestros días. Da igual cómo se mire: desde el golfo Pérsico al océano Índico, el panorama es sombrío ¿Cómo se llegó al marasmo actual, quizá más intelectual e ideológico que material, pero que lleva a que los árabes crean que no tienen más porvenir que el señalado por un milenarismo enfermizo? ¿Cómo se llegó a despreciar una cultura tan viva y profesar el culto a la desgracia y la muerte?”

La “chispa” que encendió la primavera árabe
Este miércoles 17 de diciembre se cumplen cuatro años de la muerte de Tariq Tayyib Mohammed Bouazizi, el tunecino que desató la oleada de protestas en Túnez y el efecto dominó que provocó en las demás naciones del norte de África.

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