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Tiempo de Navidad

La humildad del pesebre

Nacer en un pesebre es también un acto de humildad. Ser humilde no es ser menos. Ni más. Simplemente es ser distinto. La humildad es una ciencia exacta que elabora un estilo de vida. Una forma de ser. No se hace una cosa humilde por el mero hecho de hacerla. Por la mera necesidad impuesta por una religión o bien por una situación acomodada en un instante. No. Llegar a ser humilde es recorrer un largo itinerario a través de uno mismo. Porque ser humilde es despojarse de todos los accesorios y adornos que configuran una representación aparente. Por ello, la humildad del pesebre, no es una lección para que se aprenda y se simule con gestos vacíos y palabras huecas. No. Es mucho más profundo el ejemplo. Nacer en un pesebre supone no ser pesebre, sino dignificar el pesebre. Hay quien nace en un palacio y no ha nacido, sigue siendo palacio. Hay quien nace en una cueva y no ha nacido, sigue siendo cueva. Por eso, el Niño, no nos trae el amor, ni la sabiduría, ni tampoco nos trae una religión para que nos sirva de modelo. El Niño, simplemente, NOS ENSEÑA A NACER. A nacer de entre las cosas en las cuales estamos inmersos. Nacer de entre las pajas, nacer de entre los adornos, de entre los deberes y derechos familiares, sociales, heráldicos. Nacer desde el tengo y del no tengo. Nacer desde el rico y nacer desde el pobre. Nacer, en una palabra, no por obra de varón que origina toda esa confusión de poderes, necesidades y traumas, que dejan sin identidad a la criatura y nacer de arriba. Nacer desde ese otro nacimiento. DESDE NOSOTROS MISMOS. Y para ello, hay que ejercitar la humildad. Porque esta es sencillamente la relación directa que existe entre la vida y su representación. Porque ser humilde es ser abstracto, la vida entonces está despojada de representantes y solamente se queda reducida a ser. No estar. Estar significa situación. Representación. Principio y fin. Lo visible no como real y si como aparente. Ya que lo real es aquello que no se deja domar por formas. Si no fuese así, no sería real, sería esclavitud. Y el hombre entorna todos sus anhelos en el hallazgo de una libertad congénita. Libertad de acción. Libertad de salud. Libertad de comunicación. Libertad de proyección, etc…
Por tanto la forma le estorba. La anula y le aprisiona. Le esclaviza. Pero la forma, no es un enemigo exterior más potente que haya bajado desde la más recóndita galaxia a destruirle. No. La forma es simplemente ineptitud del hombre en pos de su origen. El hombre se representa, se asienta y se instituye en el personalismo. En la auto contemplación. En la auto adoración. Y surge la forma grotesca de un dios a imagen y semejanza de un hombre, al no presentir en un estado ególatra a un hombre a imagen y semejanza de un Dios. Y forma un sistema vital parasitario, amorfo, injusto y caduco, obra elemental de su propia impotencia. Por eso, cada año, cuando el invierno es como un terrible encuentro, una terrible realidad para la vida efímera de ese dios hombre, desde la sublime humildad de un pesebre, se hace presente un Niño Dios por el extraño y desconocido sentido del amor hacía lo inextinguible.

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