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Carta del Editor

Yo acuso (de nuevo) Carta abierta al Secretario de Estado del Ministerio del Interior

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“Lo grave, siéndolo mucho, no es tanto el daño moral que se causa a personas inocentes, sino el inmenso daño que prácticas como las que utiliza el capitán de la Guardia Civil antes citado han hecho y siguen haciendo a una ciudad como Melilla, que tiene tantos problemas irresolutos y tanta importancia estratégica para España y para toda la comunidad occidental” Señor: En mi Carta del Editor del domingo anterior recordaba algunos párrafos de la carta que el escritor Emile Zola publicó el 13 de enero de 1898 en la primera página del diario L'Aurore culpando, en primer lugar y como inductor de un proceso judicial militar que terminó con la injusta condena del capitán Dreyfus, al por aquellas fechas comandante Paty de Clam, al que calificó como "laborante del error judicial" y "espíritu de mala eficiencia social". No era el comandante de Clam el único al que acusaba Zola, pero sí era al que consideraba el principal inductor de una serie de abusos y falsedades que causaron un inmenso daño a Francia y a su reputación, además de horribles penurias a unas personas inocentes.

Francia y el pueblo francés, empezando por uno de sus ciudadanos, Dreyfus, fueron los grandes perjudicados de ese espíritu de mala eficiencia social de ese laborante del error judicial que fue el comandante de Clam, como ahora lo es en Melilla el capitán que manda la Unidad Orgánica de Policía Judicial de la Guardia Civil, con el número de identificación F 84308 G, al que cinco ciudadanos melillenses, uno de ellos yo mismo, le acabamos de interponer en el Juzgado de Instrucción cinco denuncias por un delito contra la integridad moral de las personas, tipificado y penado en el artículo 176 del Código Penal. Unas denuncias a las que sin duda se sumarán en los próximos días otras personas, funcionarios, políticos y técnicos de la Ciudad Autónoma a los que, masivamente citados a declarar en las dependencias de la Guardia Civil en un proceso inaudito y sin fundamento contra todo el que haya rozado el Campo de Golf, se les está sometiendo, sin que medie detención alguna, a la denigrante práctica de la reseña, recogida de huellas dactilares y toma de fotografías, causándoles un injustificado daño a su, y a mi, dignidad e integridad moral.

Lo grave, siéndolo mucho, no es tanto el daño moral que se causa a personas inocentes, sino el inmenso daño que prácticas como las que utiliza el capitán de la Guardia Civil antes citado han hecho y siguen haciendo a una ciudad como Melilla, que tiene tantos problemas irresolutos y tanta importancia estratégica para España y para toda la comunidad occidental.

La historia de Melilla, señor Secretario de Estado, es tan larga como agitada. "La joya del Rif", como la llama el escritor Lorenzo Silva en su interesante novela "Siete ciudades en África. Historias del Marruecos español", tiene comprobados orígenes púnico-fenicios y es una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo occidental. Se incorporó, a mediados del siglo I, al Imperio Romano, incluida en la Mauritania Tingitana y fue, tras la caída de ese Imperio, sucesivamente vándala y visigótica, hasta que, en el año 700 de nuestra era, fue conquistada por Musa iban Nusayir y más tarde, en el año 859, saqueada por los vikingos, refundada por los beréberes hacia el año 890, conquistada hacia el 930 por los andaluces del califato de Córdoba de Abderramán III y tomada por los almohades en 1142, para que, finalmente, el duque de Medina Sidonia encomendara su conquista a don Pedro de Estopiñán y Virués y acabara convirtiéndose en una ciudad española en el mes de septiembre de 1497.

Desde entonces la historia de Melilla viene a ser hasta finales del siglo XIX "el relato de un prolongado asedio", como bien dice Lorenzo Silva. El más brutal, el que se produjo entre diciembre de 1774 y marzo de 1775, ordenado por el sultán Sidi Mohammed Ben Abdalah. El más mortífero el de julio del año 1921, cuando el caudillo rifeño Abd el Krim, que había aplastado al ejército que mandaba el general Silvestre, no entró finalmente en Melilla porque no quiso hacerlo, en las cuarenta y ocho horas en las que la tuvo completamente a su merced, pensando que su organización militar "no estaba aún madura para retenerla" y resistir el seguro posterior contraataque de las fuerzas peninsulares españolas.

Melilla, señor Secretario de Estado, ha sufrido mucho a lo largo de su historia, pero casi siempre ha sido por ataques de enemigos exteriores. Ahora lo está haciendo por ataques de enemigos interiores, por una conjunción de algunos políticos locoides y resentidos y un jefe de la Policia Judicial de la Guardia Civil de Melilla que, mirado desde la óptica más benévola posible, no tiene la suficiente mesura ni los necesarios conocimientos como para juzgar a los melillenses, a los que trata como si fuéramos, sin serlo, culpables de todo tipo de corrupciones que su imaginación, o lo que le soplan los políticos resentidos, imagina. El resultado, señor, es una Melilla paralizada, unos funcionarios y técnicos de la administración pública aterrorizados ante denuncias incesantes y tratos vejatorios desde la Policía Judicial de la Guardia Civil, unos políticos al borde de la rendición y la inactividad, una ciudad, en suma, desalentada que, así, no ve futuro alguno.

Y como todo esto, que no es exageración alguna, es muy grave para la Guardia Civil, para Melilla y para España, me permito pedirle, señor Secretario de Estado del Interior, que intervenga y que nos ayude a poner fin a esta situación tan injusta y tan peligrosa.

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