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La firma invitada

La nueva era, la del pacto, ha llegado sin llamar a la puerta

Ha empezado el período de llamadas frenéticas, más que, me temo, el de reflexión y el de contrición por los errores cometidos. "Estas elecciones han sido el principio del fin de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno". Con esta frase, sacando pecho tras unos resultados dudosamente buenos, pero no tan malos como algunos auguraban, Pedro Sánchez, el secretario general del PSOE, se declaraba satisfecho por lo obtenido en este 24 de mayo, que le posibilita, dijo, para formar 'gobiernos de progreso' en algunas comunidades autónomas y en algunos ayuntamientos. ¿Mano tendida a Podemos, tan atacado por los socialistas durante la campaña electoral? Indudablemente: con Podemos, el PSOE podría gobernar en Castilla-La Mancha -desterrando nada menos que a la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal–, en Extremadura -aunque el vuelco ya está consumado–, en varios ayuntamientos andaluces, incluyendo Sevilla… Y, claro, en la Junta de Andalucía, donde ahora, cuando entramos en tiempos de acuerdo, se renuevan las posibilidades de una rápida investidura de Susana Díaz. Y, por cierto, también 'casi' gobernar en el Ayuntamiento de Madrid, donde el candidato socialista, Antonio Miguel Carmona, tras una meritoria campaña, se ha pegado un batacazo, aunque ahora podría ser vicealcalde con su casi homónima Carmena, aupada por Podemos. Si todo sale como se planea, por supuesto…

En la sede del PSOE, en la madrileña calle de Ferraz, se daba por hecho en la noche del domingo que el pacto global con Podemos será posible; no parece que los socialistas estén demasiado preocupados por quedar 'marcados' merced a un pacto con la formación de Pablo Iglesias, que, por otra parte, ha moderado mucho su lenguaje y que tampoco haría ascos, a saber a cambio de qué, a un acuerdo con el partido que fundó el 'otro' Pablo Iglesias, allá por 1879. Las contrapartidas es lo que ahora se pone encima de la mesa: Sánchez, que no puede dar precisamente gritos de alegría por los resultados, pese a sus eufóricas palabras en la noche electoral, tendrá que demostrar, con sus negociaciones con el 'moderno Iglesias', que es un estadista: acabaron los viejos, tal vez para algunos buenos, tiempos en los que el secretario general de un partido hacía y deshacía casi a su antojo.

Lo mismo podría decirse de la otra posibilidad, un pacto entre el Partido Popular y Ciudadanos. Cierto que los resultados del partido de Albert Rivera no fueron tan espectaculares como indicaban algunas encuestas -en general, las encuestas estuvieron bien orientadas, no obstante– , y cierto que no en todas partes el elector confió en los candidatos de Ciudadanos, pero aún puede ser la llave para que el PP se mantenga en algunas comunidades y en muchos ayuntamientos, aunque no en el de Madrid, donde un acuerdo entre Carmena y el socialista Carmona daría al traste, como he dicho antes, con la exigua ventaja lograda por Esperanza Aguirre en las urnas. En la Comunidad madrileña, en cambio, la suma de Podemos y el PSOE no podría batir la sólida ventaja de Cristina Cifuentes en eventual alianza con Ciudadanos. En otras autonomías y ciudades se abre un período de negociaciones difíciles con otras fuerzas: Navarra, Aragón, Baleares… saber en qué concluirán las conversaciones que ahora se inician.

Claro que un acuerdo global entre Ciudadanos y el PP, de manera que el primero permitiese, con su abstención, el gobierno del candidato más votado, no se haría sin unas condiciones muy duras para los 'populares'. Rivera lo ha advertido claramente: no se podrá seguir gobernando como hasta ahora. Sin flexibilidad, sin cambios, sin diálogo, sin elecciones primarias… Muchas cosas habrán de mudar en los predios del inmóvil Rajoy si quiere consumar un acuerdo efectivo con el partido de Rivera. El PP ha dicho ya que está dispuesto a pactar, porque con los gobiernos de La Rioja, Murcia y Castilla y León, que es donde ha obtenido una mayoría suficiente, y quizá con la Comunidad de Madrid y unas decenas de alcaldías importantes, a Rajoy no puede bastarle: ha ganado, en términos globales de votos, concejales y escaños, las elecciones del 24-m, pero puede tornársele en una pérdida mucho mayor aún que los casi dos millones de votos que se quedaron en el camino desde 2011.

En todo caso, parece difícil que Rajoy, que tanto -aunque, eso sí, tan educadamente– atacó a Ciudadanos durante la campaña, pueda mantener la tónica de los últimos tiempos, refractaria a los cambios y a las 'aventuras', satisfecha de sí misma y de lo conseguido en los tres años y medio de su mandato, especialmente en materia económica. Son tiempos de menos autobombo y más pacto, de llamarse por teléfono para citarse, de flexibilidad y, por tanto, de cambio. Al fin. La pregunta que muchos nos hacemos es si este Mariano Rajoy, que se ha quedado solo como representante de los aquellos viejos tiempos, será capaz de entender el mensaje lanzado por las urnas y por la calle. Si este Mariano Rajoy, el prudente, calmoso, poco carismático, demasiado cauteloso Rajoy, podrá violentar los usos y costumbres de tantos años y empezar a ejercer el todavía enorme poder de que dispone de otra manera. De una manera muy diferente a la que hasta el momento ha venido manteniendo.

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