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CARTA DEL EDITOR

Ahora, a gobernar de verdad, al servicio de los ciudadanos

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Lo que sí es de esperar, y por supuesto desear, es que, además de que el nuevo gobierno de PP-PPL ofrezca la posibilidad de participar en el mismo a Coalición por Melilla, gobierne de verdad. Que no gobiernen ni los juzgados, ni los funcionarios, ni la burocracia omnipresente, sino aquellos a los que los ciudadanos con nuestros votos hemos elegido y con nuestro dinero mantenemos.
CARTA DEL EDITOR

Ahora, a gobernar de verdad, al servicio de los ciudadanos

Enrique Bohórquez López-Dóriga

"Concedo a los hechos cotidianos, a los actos de la vida individual, tanta importancia como la que los historiadores han atribuido hasta ahora a los acontecimientos públicos de las naciones", escribía Balzac para comentar el contenido de su asombrosa y extensa Comedia Humana. Algo similar es lo que explica Pérez Galdós sobre sus Episodios Nacionales. Ambos grandes escritores confirman la tesis de que la novela es un arte de cualquier cosa, con tal de que contenga personajes. Y los personajes no son sólo Napoleón o Alejandro, sino algunos de los millones de seres anónimos que sufren cada día el pesar de la subsistencia, cuando no de la simple supervivencia.

Personajes dignos de toda atención son los que tienen que trabajar gratis casi la mitad de su vida laboral para pagar los impuestos. Con el agravante de que no hay pie a la esperanza de que eso cambie, porque o se reduce el gasto público, inasumible en España en su nivel actual, o no hay nada que hacer. En otras palabras, jamás saldremos de verdad de la crisis si nuestros gobiernos, locales, nacionales y demás, no dejan de gastar más de lo que nos quitan vía impuestos, que es mucho, que es ya una carga insoportable e injustificable para la clase media española, la que soporta mayoritariamente tan pesada carga.

En España, y no digamos en Melilla, dicen los políticos que han hecho muchas y profundas reformas, pero no es verdad, porque la verdadera reforma, que es reducir el gasto público, no se ha producido. Y eso sin contar con la ingente cantidad de enchufados, la mayoría incompetentes manifiestos cuando no declarados inútiles sin ganas de trabajar, que la administración pública "obliga" a colocar a diferentes empresas privadas, proveedoras de la Administración, una deplorable táctica muy extendida en Melilla, por cierto.

En nuestra ciudad ha terminado, por fin, el proceso de elección de la persona que, durante los próximos cuatro años ha de dirigir nuestros asuntos públicos locales. Ha sido un parto largo, sinuoso, oscuro, tardío.

Empezó con retraso de veinte días, debido a la ya desgraciadamente habitual impugnación del proceso electoral que durante las tres últimas elecciones locales ha protagonizado Coalición por Melilla, el partido que preside, inamovible en su puesto, Mustafa Aberchán, el político que ha asumido el papel de "líder carismático" del colectivo rifeño melillense que otrora ocupó Aomar Duddú. El hábito de impugnar y, consecuentemente, retrasar el final del proceso electoral local es, como tantos otros hábitos melillenses (el de utilizar las denuncias judiciales para dañar a los enemigos o adversarios a los que no se puede vencer en buena lid, por ejemplo) una mala cosa que ha hecho un enorme daño a nuestra ciudad. Un hábito que sólo se eliminará si, a semejanza de lo que ocurría en la antigüedad en algunos pueblos, no se castiga judicialmente a los que interponen denuncias falsas con un pena similar a la que ellos piden para los denunciados. Por ejemplo, con no poder volverse a presentar a unas elecciones al partido que, injustificadamente, retrase un proceso electoral. O con el castigo para los falsos denunciantes, digamos por ejemplo que el extinto político que es Julio Liarte, por poner un destacado ejemplo de alguien que ha utilizado la falsa denuncia como casi única arma política (y así le ha ido), el castigo de ser sometidos a la inhabilitación que ellos piden para otros e incluso a la reclusión carcelaria que ellos solicitan para sus denunciados.

También ha sido oscuro todo el proceso electoral que ha terminado con la reelección de Juan José Imbroda como presidente de la Ciudad Autónoma. Todos estos procesos de pactos entre bastidores, o sea, a espaldas del público, de los ciudadanos, son, parece ser que inevitablemente, oscuros, y dejan, no menos inevitablemente, el amargo sabor de que, con dinero público, se cierran acuerdos para pagar el favor electoral de personas dedicadas a la política con todo el aire de que no están ahí por sus méritos, ni por el noble deseo de contribuir al bienestar general, sino con la ambición de resolver los personales problemas económicos, irresolutos e irresolubles, a través de otros medios.

La elección de Juan José Imbroda era lógica, dado que su partido se había quedado al borde de la mayoría absoluta y con mucha ventaja electoral sobre los demás partidos políticos. Por supuesto que trece diputados son más que doce, pero la amalgama de cuatro partidos tan distintos, los que sumaban trece, conducía a la seguridad de la inseguridad política local, a un inevitable caos para los melillenses. Siempre quedará la duda de si no se ha cedido tanto por tan poco, de si no hubiera sido preferible intentar gobernar en minoría, con acuerdos puntuales sobre temas importantes. Pero eso implicaba suponer que, en ese caso, los otros cuatro partidos no hubieran pactado votar a alguien de entre ellos, lo que podría haber llevado, por ejemplo, al absurdo democrático, no sólo de unas uniones antinatura, sino al de que un partido con un sólo diputado/a presidiera la Asamblea melillense.

Lo curioso es que a este pacto PP (de Imbroda) y PPL (de Velázquez) se ha llegado con un proceso similar al que se produjo años atrás entre el PP de Velázquez y la UPM de Imbroda. Los protagonistas principales han cambiado de bando, pero el proceso, ayer como hoy, empezó con la disolución de los dos partidos pequeños (PPL y UPM), cuyo eje político era ir contra el PP. Que no te mande Madrid (donde mandaba el PP) era el lema de UPM. No votes al partido de la corrupción, el PP de Imbroda, ha sido el eje del mensaje del PPL de Velázquez. Sabemos que antaño el pez chico, la UPM, se comió al grande, el PP. Es una incógnita lo que ocurrirá ahora. No parece probable que se repita la historia pero, estando Javier Arenas de por medio, ya veremos.

Lo que sí es de esperar, y por supuesto desear, es que, además de que el nuevo gobierno ofrezca la posibilidad de participar en el mismo a Coalición por Melilla, gobierne de verdad. Que no gobiernen ni los juzgados, ni los funcionarios, ni la burocracia omnipresente, sino aquellos a los que los ciudadanos con nuestros votos hemos elegido y con nuestro dinero mantenemos. Para que nos sirvan, en el más completo sentido de la palabra, no para que se sirvan de nosotros y tengamos que solucionar sus personales problemas económicos. Nosotros, los ciudadanos, somos los verdaderos personajes de esta novela.

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