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Ventana al mundo

Humanismo y Economía (II): Paz y pluralismo cultural

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En el siglo XVIII, Diderot junto con un grupo de sus amistades y asociados, pretendieron poner por escrito, en una serie de volúmenes, nada menos que todo el conocimiento humano. Hoy en día, en cambio, hasta los más eruditos saben que tienen que auto-limitarse a algún ámbito concreto del saber, si bien desde una visión lo más amplia y global posible.

Eso condiciona la manera de pensar sobre lo concreto y local desde los entrelazamientos e interdependencia en el marco de lo global. Ese conocimiento especializado influye, desde luego, en la manera de como vemos el mundo y de ahí también que frecuentemente hablemos de lo global y de la globalización, aunque honestamente no alcancemos a dominarlo y comprenderlo como es debido y quisiéramos lograr hacerlo. El pluralismo cultural constituye, por lo tanto y en todo caso, una cultura en si mismo y seguramente es la mejor expresión de la realidad política, social y económica de la mayor parte de los Estados modernos.

Sin embargo, la tolerancia es esencial a ese pluralismo porque permite comprender y ponerse en el lugar de los demás. Ante esa realidad, la educación ha de jugar, cada vez más, un papel determinante en favor de la tolerancia y de la paz gracias a la socialización y la formación cultural de cada individuo. Actualmente, la educación tiene que contribuir a alumbrar, desde el corazón de cada persona, una sociedad mundial, además de promover la convivencia desde la cohesión social en cada país, así como el desarrollo económico y social. Esta difícil tarea tiene que ser asumida cuanto antes desde la perspectiva de una educación para el siglo XXI, para las futuras generaciones.

En el cumplimiento de tan perentoria misión, la Universidad debería recuperar, por su parte, su vocación universal con una cada vez más amplia percepción e investigación de los problemas de alcance planetario. Ello exige, a su vez, un mayor ejercicio de la interdisciplinariedad junto con una profundización en las respectivas raíces culturales. En todo caso, la escuela tiene que empezar por contribuir, por su parte, a promover las bases de una cultura abierta a todos desde la comprensión y la cooperación. De ahí que la formación para la tolerancia y para la solidaridad sea prioritaria en la educación para este tercer milenio ya iniciado, coadyuvando a la globalización de lo mejor de las diversas identidades culturales en beneficio de una común base cultural para todos los pueblos deseosos de paz.

Ante tan primordial tarea, los educadores todos debieran ser conscientes de la lamentable violencia que existe en el seno de prácticamente toda cultura y deben plantearse cómo combatirla con criterios para la paz. Sin embargo, los enfoques educativos más generalizados parten aún de enseñanzas sobre conflictos de los que la gente sale victoriosa o vencida. La violencia y el derramamiento de sangre se asocian, por lo tanto, demasiado a menudo con cuadros heroicos que celebran la gloria del conflicto dominado, a su vez, con violencia y sangre. Desde los círculos infernales de Dante hasta las pinturas de los templos hinduistas de Bali, nuestra mente sigue repleta de imágenes de violencia. Ante tanta violencia necesitamos invocar a las musas para inspirar a nuestros poetas y pintores para que inventen e ilustren esperanzas y utopías que vayan más allá de la paz bucólica para iluminarnos con la viabilidad de una paz global, mundial. Por ejemplo, en la lengua Masai, se emplea la misma palabra para paz que para belleza. El enlace de estos dos términos provee un mensaje subliminal muy importante, a saber: Sin paz no hay belleza.

Por todo ello también habrá que tratar de aclarar a qué paz nos referimos. Hablar de la paz está muy bien, desde luego, pero ¿qué entiende cada uno por ello? ¿Nos referimos a la paz de los muertos y a la paz del silencio, de la sumisión, de las dictaduras, es decir a una paz pasiva? Lo cierto es que la paz es tan indivisible como la libertad: O bien todos se benefician de una paz atenta a esa diversidad de factores o no se logra la paz. Y eso hay que decirlo también frente a la xenofobia, la marginación y, muy particularmente, frente al odioso terrorismo que ya se extiende por doquier.

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