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Ventana al mundo

Educar para la convivencia democrática (I): La paz es inseparablede la libertad

La paz es la máxima expresión y consecuencia última de una convivencia democrática practicada en todos los ámbitos, en el seno de la sociedad civil, entre las instituciones privadas y públicas, así como entre los gobiernos, local y globalmente.

El ejercicio de esa indispensable convivencia democrática exige una formación individual y colectiva que la educación debe ofrecer en todas sus modalidades y de forma permanente, desde la visión y misión de aprender para el futuro.

Sin embargo, el mundo sigue viviendo una paz precaria, frecuentemente conculcada por graves conflictos de diversa naturaleza y alcance en decenas de países de todos los confines de la Tierra. Al mismo tiempo, la violencia terrorista se extiende y contribuye a la amenaza de romper el delicado equilibrio de la gobernabilidad de muchos países y, por ende, la deseable paz mundial.

Una paz activa y generalizada entre todos los habitantes del mundo, basada en el diálogo constructivo, es prerrequisito indispensable de un desarrollo sostenible para permitir vivir en plenitud espiritual y material, con bienestar y felicidad, en armonía entre todos los hombres y de éstos con la naturaleza o el medio ambiente.

Concretamente, el desarrollo económico, social y político de muchos países se ve atenazado hoy en día por múltiples factores internos y externos que conllevan secuelas de aislacionismo, envidia, ambición y, finalmente, confrontación. Así, por ejemplo, a falta de desarrollo endógeno en los países menos desarrollados se propicia la emigración masiva ilegal marcada siempre por el dolor y frecuentemente por la explotación seguida de rencor. Un comercio internacional libre para todos, entre países que respetan y ejercen los derechos y los deberes humanos, es esencial. Por el contrario, lamentablemente se fomenta el comercio de las armas, incluso por parte de países supuestamente amantes de la paz en aras de la seguridad, con lo que se refuerza la tentación y oportunidad de conflictos violentos en vez de contribuir a construir la paz.

La paz al igual que la libertad, para ser auténtica, no puede conformarse con ser una paz pasiva. La paz debe ser activa, constructiva, concebida y alentada desde la ética democrática y humanista a la vez que sostenida por una vigorosa voluntad política. De otro modo, desprovista de valores firmes y principios éticos y morales que garanticen la libertad, la justicia y la solidaridad, la paz se convierte en una paz a la defensiva y frágil que cae fácilmente en connivencia con intereses inconfesables. Desgraciadamente tal es el caso de algunos movimientos que, para mayor confusión, toman nombres y objetivos que, en el mejor de los casos, no son más que un pobre sustituto de la paz honesta y valerosa que exige una visión a largo plazo.

Nuestros pueblos tienen que despertar de este engaño y reconocer que la paz es una y solidaria para los ciudadanos de cada localidad, de cada Estado y, en consecuencia, para los ciudadanos del mundo de todos los Estados. Que la paz es inseparable de la libertad, de la justicia social y de la democracia. Que la paz de cualquier región del mundo, aunque distante, es también parte de la garantía de paz para todos. Y que la paz es el primero de los frutos de la educación y de la cultura de los pueblos. De hecho, la paz es el mejor “caldo de cultivo” para la única gran batalla que vale la pena pelear por parte de cada generación y de cada pueblo: La batalla por el desarrollo cultural, social, económico, es decir, por los bienes del espíritu y del progreso en libertad y justicia.

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