El ejercicio de la convivencia democrática es absolutamente esencial en el seno de cualquier sociedad, en beneficio de cada uno de sus miembros y de la respectiva sociedad en su conjunto, cualquiera que sea su dimensión, cultura o circunstancias materiales. Por otra parte, la interrelación o interacción pacífica y democrática entre las diversas sociedades, países, …
…Estados-nación o regiones transnacionales del mundo está condicionada a su vez por la convivencia democrática existente en el seno de cada una de ellas. El consenso o divergencia de criterios a nivel internacional o mundial, nacidos de la colaboración o debates entre países democráticos, será en tal caso una expresión futura de las ventajas de una globalización bien entendida en beneficio de la Humanidad toda.
A su vez, toda política democrática inter-partidista así como y el propio gobierno de cada país necesita cuidar también de forma exquisita e intensa las relaciones internas, tanto en su contenido como en su forma y procedimientos, para que sean expresión propia de los principios de una auténtica convivencia democrática, por encima de todo disentimiento o controversia propios de la legítima diferencia de visión, objetivos y convicciones que orienten a las partes en sus programas o litigios.
Lo mismo ocurre con el desarrollo de las más diversas instituciones frecuencia la ambición de dominio ideológico, económico y militar, reforzada por los orgullos nacionales y las incomprensiones más profundas a falta de un sólido diálogo intercultural e interconfesional, como el que propugna intensamente el Club de Roma a fin de facilitar el juicio sereno y la interpretación correcta de la información disponible. Si a ello se suman el egoísmo materialista y la crisis económico-financiera — que no respeta los valores éticos como patrones de conducta individual y colectiva porque la simulación ha sustituido muchas veces a la autenticidad — no es de extrañar la carencia de un liderazgo realmente comprometido en favor de la paz, tantas veces proclamada gratuitamente a la vez que mancillada y empequeñecida.
Aunque este comienzo de un nuevo siglo y milenio se presenta como un período turbulento de transición, cargado de graves acontecimientos y amenazas, bien podría desembocar en un gran renacimiento humanista, en el nacimiento de una nueva era de convivencia democrática generalizada y de paz mundial. Para poder dar una respuesta positiva a tan inmenso desafío es indispensable, sin embargo, empezar por tomar plena conciencia del alcance y de la gravedad de la situación actual y actuar cuanto antes con la determinación y el vigor que movilicen la voluntad política y el ingenio creativo necesarios para alcanzar el desarrollo en paz anhelado en base a una educación para la convivencia democrática.
Es tiempo de que se detenga ya el sufrimiento humano de la inseguridad ciudadana, de la violencia terrorista, de la creciente pobreza extrema y de las múltiples guerras antes de que degeneren en violencia de alcance mundial. “Inventar un porvenir mejor es inventar también una mejor manera de ser para poder sobrevivir y progresar.(..) Un pensamiento fundamental nuevo resulta indispensable. Sólo un nuevo humanismo podrá realizar dicho cuasi-milagro: provocar en el interior del hombre el renacimiento del espíritu (..), es decir, una verdadera revolución humana” escribió mi inolvidable y admirado Aurelio Peccei poco antes de morir .
Juan Pablo II, desde su extraordinaria autoridad espiritual, afirmó en su día con fortuna que “la paz nace de un corazón nuevo” ya que “el corazón, en el lenguaje bíblico, es lo más profundo de la persona humana en su relación con el bien y el mal, con los otros, con Dios. (…) Mediante el corazón, el hombre se hace sensible a los valores absolutos del bien, a la justicia, a la fraternidad, a la paz”.
