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El rincón de Aranda

Otra monedita de oro

melillahoy.cibeles.net fotos 1478 Juan Aranda web

Hace algunos años, el “Poeta Andariego de Rusadir”, como yo llamaba a Eladio Algarra, (q.e.p.d.), desde Cádiz, me comentaba la jugarreta que le hizo la responsable de la cultura en la ciudad, cuando ésta le dió permiso para que escribiera, y declamara, un poema motivado por la conmemoración de la Conquista de Melilla, en la Plaza del Reloj.

Resulta que el hombre, lleno de ilusión, llegó con su humilde poema: “A las Mesnadas Andaluzas”, de apenas tres minutos de lectura, de versos llenos de amor patrio. Harto de esperar, y viendo que nadie advirtió su presencia, le preguntó al responsable del evento, cuándo le tocaba recitar su poema, y la contestación fue algo así como: “… Lo siento Eladio, no hay hueco, ya no da tiempo para lo tuyo…”. La anécdota me la contaba sin reproche, pero con dolor; ya que como me dijo, él no se mereció esa humillación, humillación que sintió en lo más hondo de su alma, por la señora del “Caserón de Enrique Nieto”, en la Plaza de España. Así que triste y con su cuartilla doblada en un bolsillo de su sempiterna chaqueta, bajó por Las Peñuelas hacia la Puerta de la Marina, hasta la habitación del hotel donde residía. A propósito yo le recordé un refrán que muy bien pudo venir a cuento: “Hombre chico, venenico”. Esta paremia se refiere también a una anécdota que le ocurrió al pintor Toulouse-Lautrec, que padeció en su niñez una enfermedad que afecta al desarrollo de los huesos, llegando a medir, tan solo 1,52 metros de estatura; autor del “Diván japonés”, y “La Toilette”, entre cientos de grandes obras pictóricas. Este genio estando en una exposición de sus cuadros, y rodeado de circunstantes talludos, alguien vino a decirle, por su sencillez en el vestir y su corta estatura, que sin duda debía sentirse muy incómodo allí: “En efecto, mi querido amigo (repuso al momento el ilustre chiquito). Me siento como una monedita de oro en medio de un montón de calderilla”. Eladio sonriente, me dijo que lo suyo “no fue para tanto”. Pero claro, yo creí que sí.

Bueno, pues sepan que en nuestra ciudad, junto a la de Eladio, tenemos varias “moneditas de oro”, que podríamos contar con los dedos de las manos, y creo que sobrarían dedos. Aunque a uno de ellos, por su humildad y no agradarle salir en los papeles lo tachen,“viperinamente”, de misántropo, cuando él, con humildad y honradez, ha elegido como tribuna natural, la de sus libros y archivos, y ser capitán solo de su blanca alma. Por eso yo, a veces, me pregunto, qué es la envidia, la que Unamuno llamaba, “noble emulación”; y la respuesta, cayendo por su propio peso dice, que es la ingratitud que detesta la luz que le alumbra y le calienta. Como “monedita de oro”, sus amigos sabemos, que su luz ha brillado siempre en sus trabajos históricos e historiógráficos; como también la calidez conque ha servido a quienes le han solicitado, apremiándole a veces, multitud de datos, sin percibir nada a cambio. Mientras que esos mismos solicitantes permanecen con la actitud, exageradamente humilde y servicial, ante los superiores o poderosos, esperando obtener un momento de gloria, o algún “chapón” inmerecido. A esta gente yo los catalogo como “serviles de escabel”, que como saben el escabel es el taburete que sirve para posar los pies doloridos para su solaz descanso.

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