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Los voluntarios del IAE-Melilla regresan satisfechos de Ecuador y enamorados de la humanidad de sus gentes

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(Autor: Guerrero)

El jet lag y el cansancio tras casi dos semanas de intenso trabajo en condiciones a veces complicadas, aún asoman a los rostros risueños de Merche González y Francisco Javier Capilla. El domingo 1 de mayo tomaban tierra en Melilla estos dos voluntarios del IAE melillense (Intervención, Ayuda y Emergencia), donde eran recibidos por familias y amigos. Atrás dejaban un país, Ecuador, azotado por el terrorífico temblor que ha causado más de quinientas víctimas mortales, pero del que se traen no sólo la satisfacción de haber aportado su grano de arena en ayudar a los damnificados, sino la experiencia de vida del calor, solidaridad y hospitalidad del pueblo ecuatoriano. El mal tiempo casi impide que Merche González y Francisco Javier Capilla pudieran llegar a Madrid y sumarse al grupo de compañeros españoles del IAE-España que se desplazaba el día 19 de abril a Ecuador con el objetivo de participar en labores de ayuda, una vez que el país americano concedió el pertinente permiso. En Barajas, además de los dos melillenses, se unieron cinco compañeros franceses de Pompiers de L'Urgence Internationale (PUI).

Terremoto
El vuelo de doce horas hasta Quito permitió que los componentes de la expedición pudieran estrechar lazos y hablar de lo que se encontrarían una vez en destino y el trabajo que podrían desarrollar. Las dudas se desvelaron al tomar tierra. Allí, además del recibimiento de las autoridades, pudieron trasladarse hasta la localidad de Puerto Viejo, donde se instaló la base del EQU 991, “que es como el 112 de España”. En plena madrugada se comenzó la instalación de un campo para acoger a damnificados, con tiendas de campaña y los servicios correspondientes.

A las seis de la mañana los equipos se dirigieron a la ciudad de Puerto Viejo, localidad muy afectada por el seísmo. La llegada a la ciudad fue impactante, porque “veías edificios enteros a ras de suelo, volcados, o bloques de cuatro o cinco plantas en los que se habían hundido las dos centrales”. Afirman que “lo que te puedan mostrar en fotografías apenas si puede ser un esbozo de la realidad de ver en persona la desolación que puede provocar la naturaleza”. Imágenes similares las vivieron en su día cuando también viajaron a Haití tras el tsunami.
“Nuestro trabajo consistió en la supervisión de edificios colapsados. Estuvimos día y medio con esta labor, pero el problema es que ya habían comenzado a introducir maquinaria pesada para la retirada de escombros, y entonces poco se puede hacer en cuanto a labores de rescate”, relatan. Las autoridades del país, una semana después del sismo, desconvocaron el estado de emergencia, por lo que los equipos de rescate podían retirarse. En ese momento, el equipo español dio paso a la ayuda humanitaria con los damnificados, tanto labores sanitarias como la que se le demandara en cualquier momento, pero el tema central fue la instalación de la planta potabilizadora de agua, un bien de primera necesidad que tras el terremoto se convirtió en algo escaso.

El relato de estos más de doce días en Ecuador está plagado de vivencias, de recuerdos difíciles como cuando en las carreteras encontraban a gente que pedía ayuda para intentar rescatar a algún familiar o pedían agua o comida. “En ese momento te sientes impotente en cierto sentido, porque nuestra misión no era llevar alimentos, sino que sabíamos a lo que íbamos y teníamos que cumplir esa misión. El ejército del país junto a organizaciones internacionales como Cruz Roja se dedicaban al tema de alimentos, y nosotros al agua, que era una prioridad”, explican.

Potabilizadora
Tras los estudios pertinentes, se decidió instalar la potabilizadora traída desde España en la localidad de Correagua. La aldea siempre había tenido problemas de suministro de agua, de hecho las gentes compraban garrafas de 20 litros a 1,20 dólares, pero tras el terremoto, el precio subió a más de cinco dólares, un precio que se escapaba de la economía de los vecinos, por ese motivo “cuando vieron que estábamos montando la potabilizadora, todo el pueblo de volcó”. La gente, la calidez de los ecuatorianos es algo que destacan una y mil veces en el relato de esta aventura, la solidaridad y hospitalidad de unas personas que “te dan todo”.

La planta entró en servicio para alegría y regocijo de los vecinos de Correagua y de las aldeas cercanas. No en vano, dará agua de calidad a más de nueve mil familias de forma gratuita. Para su gestión, se firmó un contrato con el presidente de la comunidad y los bomberos de la zona, que se encargarán de la supervisión de la máquina y su mantenimiento. En cuanto al coste del combustible para el grupo electrógeno que la hace funcionar, no se descarta que se detraiga de lo que se recaude del bingo semanal que se organiza en la zona y que permitió hace unos años pagar la construcción de la iglesia del pueblo. Una vez que el gobierno ecuatoriano reconoció la pureza del agua, la planta entró en servicio y los vecinos “no salían de su asombro al probar por primera vez agua potable con la calidad el agua embotellada”.

El montaje de la planta incluye también una divertida anécdota, y es que una de las piscinas hinchables que llevaron para el tratamiento del agua del río que pensaban se podría utilizar para la potabilizadora, al final se ha quedado ya como un servicio más para el pueblo, un divertimento que están disfrutando en especial los pequeños de la zona.

El equipo del IAE también se encargó de elaborar un censo de necesidades de damnificados de distintas zonas, como en Bahía Caráquez, una zona costera turística muy dañada. “El 80% de las edificaciones están derruidas. Allí, en la plaza de la iglesia de la Merced encontramos un campamento perfectamente organizado, integrado por vecinos de la zona, entre ellos médicos, veterinarios o ingenieros que han perdido sus casas”. Con ellos, los damnificados, la conversación siempre se deriva al miedo a los temblores y es que, según indicaron a los españoles, el país necesita de la importante labor de los psicólogos para superar el terror vivido.

“La madre patria”
Con esta expresión, “la madre patria”, se referían los ecuatorianos a los voluntarios del IAE cuando les preguntaban de dónde venían. “El contacto con los ecuatorianos fue siempre muy estrecho. De hecho, contamos desde el principio con la colaboración de un ingeniero de Ecuador llamado Daniel Bazurto, que nos ayudó con la instalación de la potabilizadora y ha sido un miembro más del equipo IAE-PUI”, afirman.
“Puede ser más o menos duro lo que hemos visto en el país, por el daño del terremoto, pero nos quedamos con el trato de la gente. Lo que digamos es poco. Nos daban lo que no tenían”, afirman. Cuentan que el día que terminaron el montaje de la potabilizadora, ese día los vecinos le llevaban agua fría, “que es un lujo”, e incluso “cocinaron para nosotros”. “Sabían hasta dónde estaba Melilla”, comentan con humor. “Nos han tratado genial”, apostillan. A la pregunta de si les gustaría volver, asienten ambos al unísono. El motivo es que el país aún necesita mucho para salir adelante. Si no pueden regresar ahora sí les gustaría poder hacerlo dentro de un tiempo para comprobar cómo se va recuperando el país y, en especial, su fantástica gente.

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Jesús Andújar

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