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Vida Universal

El regreso de los seres de La Caída

Habría que empezar diciendo que verdadero cristianismo es existencia cristiana absolutamente libre. Jesús de Nazaret pidió a los hombres que Le siguieran, y seguirle a Él significa no sólo aceptar Su enseñanza, sino también aplicarla en la vida diaria. De ello resulta una religión interna, el Cristianismo Interno, puesto que Dios no habita templos de piedras, El está en el interior de cada persona.

¿Para qué entonces una religión externa, un cristianismo externo? ¿Para qué iglesias de piedra, si cada uno es el templo de Dios y cada ser humano puede rezarle directamente al Cristo de Dios? Un aposento pequeño, silencioso y tranquilo, es por lo tanto aconsejable para interiorizarse, para orar con recogimiento, para ello no se necesita una suntuosa iglesia de piedra. Esto ya lo enseñó Jesús de Nazaret. Lo atestiguó Esteban, uno de Sus discípulos, diciendo: «Aunque el Altísimo no habita en casas fabricadas por manos humanas». (Hch 7,48). El alma era originalmente un ser espiritual libre de cargas, pero un día algunos seres espirituales se apartaron de Dios, cayeron y cayeron, dicho literalmente, a las profundidades. Esta Caída se produjo como resultado de su rebeldía contra Dios. Algunos seres divinos querían ser omnipresentes, querían ser como Dios. Pero como existe un solo Dios, una Ley Absoluta que lo abarca todo, en realidad uno no se puede rebelar contra Dios. Quien se rebela, cae en el efecto de sus causas, en la cosecha de su siembra.

De este modo los seres caídos por el suceso de la Caída cayeron en una condensación cada vez más intensa, pasando de lo espiritual, de la sustancia sutil, a una existencia material, a una envoltura material. En este traje material, como ser humano, el alma está atada en su vehículo corporal a la ley de Causa y efecto, que en última instancia ella misma creó. En tanto el alma esté sometida a estas legitimidades en su cuerpo físico, tiene que reparar también el desorden que con sus pecados ha provocado en el orden cósmico. Esto es en realidad muy claro y evidentemente justo. Porque no se puede esperar de Dios, como lo hacen abiertamente los teólogos, que haga desaparecer como por arte de magia el desorden que un alma ha provocado por su comportamiento negativo y excesivamente pecaminoso. Pues Dios concedió a Sus hijos la libertad y esta libertad, unida a la ley de Causa y efecto, implica que aquello que yo mismo he provocado, también lo tengo que reparar yo mismo.

Si Dios nos quitara simplemente nuestros pecados, ¿qué ganaríamos con ello? Si por ejemplo Él transformara en apacible a una persona violenta, si le quitara su culpa sin que razonara previamente sobre aquello que les causó a otros, sin que se arrepintiera ni cambiase de comportamiento, ¿qué ocurriría? Sin propio razonamiento y reconocimiento esa persona no se enmendaría; después de poco tiempo volvería a hacer lo mismo. Si con Su fuerza Dios mantuviese apacible a la persona, ¿no sería entonces el ser humano poco más que una marioneta?
Cada ser humano se decide libremente por una nueva encarnación de su alma o por la meta consciente del regreso al Hogar del Padre a través de los llamados planos de purificación. Por eso el Eterno nos enseñó a través de Moisés los Diez Mandamientos, y por eso vino Jesús, Su Hijo. Él nos enseñó el amor a Dios y el camino de vuelta al Padre. En Su enorme amor por nosotros los seres humanos, nos trajo la libertad y la luz. Si vivimos de acuerdo con los Mandamientos de Dios y con la enseñanza de Jesús entonces no son necesarias otras encarnaciones. De hecho no es la voluntad de Dios que un alma pase por muchas encarnaciones. Su voluntad es que el hombre se purifique en alma y cuerpo aquí y ahora, en esta vida terrenal. ¡En la reencarnación no está implícita ninguna presión, sino el libre albedrío! Cuanto más cargada esté un alma desencarnada, más se sentirá atraída a volver a encarnarse en un cuerpo humano. Cuanto más luminosa se torne un alma menos pensará en una próxima reencarnación, sino que hará todo lo posible por volver lo antes posible a la eternidad, a Dios.

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