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El programa de educadores ha permitido ‘poner rostro a los niños de la calle’

El consejero, en la presentación de los educadores de calle en diciembre

El consejero de Bienestar Social, Daniel Ventura, manifiesta que el programa de educadores de calle que ha venido funcionado a lo largo del último mes ha permitido poner rostro y conocer las historias y el estado de salud de los llamados niños de la calle, jóvenes por lo general de más de 15 años que malviven en espacios insalubres con la esperanza de poder colarse en algún barco (en especial los de Marítima Peregar) y llegar a la península sin ninguna finalidad concreta. No obstante, apostilla el consejero que la existencia de educadores de calle todo el año no lograría acabar con la presencia de menores malviviendo fuera de los centros.

Por espacio de 31 días el equipo de educadores de calle (3 trabajadores sociales y 2 psicólogos) han completado un total 1.211 horas en turnos de mañana, tarde y noche, que les han permitido realizar 166 intervenciones y entrevistar a 238 menores, incluyendo tanto a los aproximadamente 40 que viven en la calle como también a acogidos en Purísima que localizaban en sus salidas diarias. En este tiempo, los educadores han tenido que llamar en 12 ocasiones a la policía local porque «han encontrado a menores en situación de peligro o con problemas sanitarios o para trasladar a seis de ellos a Purísima», señala el consejero en el balance.

Balance
En su trabajo diario, los educadores se han encontrado, por lo general, con «los mismos grupos de menores que viven en la calle y que ya tienen identificados». «En un mes ha dado tiempo a conocerlos y conocer sus historias», afirma. Los llamados niños de la calle se distribuyen en zonas concretas de la ciudad: la escollera, Melilla la Vieja, los que viven junto al McDonald’s, los de la zona del Tesorillo (solar junto al instituto) y los del Parque Hernández. Entre ellos localizaron a algunos de los 30 chavales que a lo largo de diciembre llegaron como nuevos a la ciudad y fueron conducidos a Purísima, de donde se escaparon.
«Son grupos muy reducidos de chicos de entre 16 y 17 años la mayoría, en los que se apoyan y protegen de lo que les pueda pasar. También hay algunos de más corta edad, de entre 10 y 14 años, pero es difícil de concretar porque se escapan de Purísima antes de que se les realice la reseña policial y la prueba de edad, por lo que vemos por la calle algunos que aparentan hasta ocho años y pueden tener entre 12 y 14 años, pero es porque al no llevar una buena alimentación, no han desarrollado», explicó.
Los menores aseguran en las entrevistas que ellos no son los que cometen delitos, «sino que acusan a los que llaman los marroquíes, que son jóvenes mayores y adultos los que los cometen, como el hombre que dicen les vende el pegamento y otras sustancias y que se mueve por el Pueblo, donde controla a unos menores de la zona».
Todos ellos, lo que tienen en común, según recogen las entrevistas, es que quieren marcharse de Melilla como polizones. «Dicen que el barco que más le interesa es el de Marítima Peregar para estos intentos y que cuando hay barco para partir, es cuando hay una mayor concentración tanto de menores como de adultos inmigrantes preparados para subir». En este mes, los educadores comprobaron que varios menores habían desaparecido de los grupos de control, y es que habían conseguido viajar como polizones. «Los compañeros estaban tristes porque habían perdido a un amigo y porque ellos no habían tenido la misma suerte», reseña.
Los menores sí conocen la existencia del Centro de Purísima pero entre ellos existe una leyenda negra, por lo que de entrada rechazan entrar asegurando que allí no van a estar bien. «Pero se consiguió que seis de ellos fueran al centro y aunque reconocieron que eran bien tratados, que les daban ropa, cama y alimentos, dijeron que preferían la calle porque en el centro había mucha gente y que no querían seguir normas». De los menores de Purísima encuestados, «la mayoría manifiesta que están bien, pero otros dicen que no, porque son muchos, es decir, que hay opiniones para todos los gustos».
Los niños de la calle también han recurrido a los educadores en busca de ayuda e incluso les pedían si los podían acompañar a visitar el Belén o participar en las actividades infantiles y «así se ha hecho». Explican los educadores, que si se ha visto a menores en las puertas de determinados establecimientos de hostelería, es porque allí les han dado de comer o les ha funcionado la mendicidad.

En buen estado
Asegura el consejero que «en general, los niños de la calle, están bien físicamente, pero el inconveniente es que una parte de ellos sufre problemas de adicción a drogas, como un muy bajito que tiene entre 10 y 14 años, que está muy enganchado al pegamento y al que hemos tratado de ayudar en más de una ocasión». De hecho en una de las ocasiones que fue llevado a Purísima «destrozó el coche de uno de los cuidadores». Este menor debería ser enviado a un centro de trastorno de conducta donde también pudiera ser tratado de su grave adicción. El juez de Menores es el que debería determinar qué hacer con este menor en cuestión.
Manifiesta Daniel Ventura, a tenor de lo recogido en el trabajo de campo de los educadores de calle, es que «muchos de los chavales que viven en la calle tienen la mayoría de edad, pero no puede determinarse porque no están el tiempo suficiente en el centro para la reseña policial y la prueba forense». Esto es algo que conocen los propios jóvenes y de esta forma, al no haberse fijado legalmente su edad, «saben que si los suben al centro, pueden hacerse pasar por menores de edad sin serlo». En la calle «encontramos adolescentes de entre 16 y 17 años y jóvenes de hasta 21 años que aparentan mucha menos edad, y muchos de ellos, aunque han estado sólo días en Purísima, después piden un certificado de estancia para poder pedir la residencia». Afirman que también hay otros más pequeños, pero son los menos y que no hay niños de ocho años o menos.
Los niños de la calle también cuentan que «engañan a sus familias y eso les entristece, porque les dicen que están bien, que están en el centro de Purísima, que van al colegio y que van a conseguir la documentación, pero en realidad lo que esperan es poder llegar a la península como polizones y entre tanto, malviven en la calle y cometen delitos para salir adelante y conseguir drogas», indicó el consejero.
Con el programa de educadores de calle lo que se ha logrado, según Daniel Ventura, «es saber que esos menores existen, saber en qué estado se encuentra, tanto su salud como su estado físico, para poder intervenir si tienen problemas». También ha demostrado que «es importante que tengamos a un equipo de personas en la calle de manera continua, porque con el tiempo los niños se abren y se puede conseguir que acepten ir a los centros y no vivir en la calle». No obstante, asevera que el que hubiese educadores todo el año no significaría que no habría menores malviviendo en la calle, «pero al menos podríamos intervenir con ellos».

Las buenas perspectivas del programa de Save the Children

Indicó el consejero que se está pendiente de la aprobación de los presupuestos de este nuevo año para conocer la partida concreta que recibirá la Consejería de Bienestar Social y ver qué programas de los previstos poder desarrollar, aunque sí se conoce que se reforzarán los de tipo asistencial y de emergencia. «Tendremos que priorizar», por lo que el de educadores de calle no se sabe si tendrá continuidad. Por ese motivo aplaude Daniel Ventura que la ong Save The Children vaya a poner en marcha en breve un centro de día en el que llevar a cabo un «trabajo muy interesante». La idea es que los niños de la calle pudieran acudir «a comer algo frío (bocadillo), darse una ducha, participar en actividades de ocio informales, es decir, ofrecerles una serie de servicios que les anime a acercarse y trabajar con ellos y, después, lograr que se decidan trasladarse a Purísima». «Ojalá se consiga quitarles la idea de querer irse como polizones porque se ahogan, se matan, se destrozan el cuerpo, se rompen piernas en este objetivo sin sentido», apostilló.

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Jesús Andújar

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