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Carta del Editor.

Sobre la luz, la sanidad y la revolución necesaria

"El mercado eléctrico español es un sector, otro más, estatalizado e hiperintervenido, aunque los operadores del mercado eléctrico sean agentes privados. El resultado es el que ahora estamos padeciendo en España entera, y en Melilla muy especialmente. El precio de la luz se ha disparado en nuestro país, en estos días de intenso frío, y se acerca ya a los 100 euros por mwh, o sea, un carísimo recibo de la luz y un palo más para los ciudadanos"

El mercado eléctrico español es un sector, otro más, estatalizado e hiperintervenido, aunque los operadores del mercado eléctrico sean agentes privados. El resultado es el que ahora estamos padeciendo en España entera, y en Melilla muy especialmente.

El precio de la luz se ha disparado en nuestro país, en estos días de intenso frío, y se acerca ya a los 100 euros por mwh, o sea, un carísimo recibo de la luz y un palo más para los ciudadanos, que el mismo Gobierno -siempre tan poco fiable en este tipo de cálculos- estima en una subida de 100 euros al año para todos los recibos. Hay que destacar que el coste mayorista de la luz tiene un peso de sólo el 35% sobre la factura de un consumidor medio, y que el resto del recibo, el 65% del coste total, está compuesto por impuestos -los malditos impuestos, una vez más y en todas partes presentes- y diferentes peajes.

Todo el mundo que maneje un mínimo de información sabe que la energía constituye uno de los factores esenciales de cualquier economía y que disponer de una energía barata resulta fundamental para aumentar la productividad y el crecimiento económico, en cuanto que esa energía más barata permitiría rentabilizar muchos proyectos empresariales que ahora no son viables con costes energéticos altos (como los de España). No todo el mundo sabe, aunque no es menos cierto, que "el problema principal de que el Estado monopolice o regule estrechamente el mercado eléctrico es que éste no termina respondiendo a las necesidades de los consumidores, sino a los intereses de los planificadores….y así, en este sistema estatalizado, es la oferta la que se impone sobre la demanda" (Juan Ramón Rallo, en el capítulo Mercado eléctrico, de su libro Una revolución liberal para España).

El precio de la electricidad en España se duplicó entre el año 2000 y el 2012, tanto para consumidores domésticos como industriales. Se trataba, ya entonces, de un encarecimiento sin parangón en Europa. Y desde entonces el ritmo del encarecimiento se ha acelerado aún más, como cruelmente podemos comprobar en estos duros días invernales (muy propios, dicho sea con toda ironía, del "calentamiento global del planeta", del que tanto gusta hablar a tantos progres oficiales). "España -concluye Rallo- necesita eliminar todo el sistema de remuneraciones y restricciones políticas a la libre competencia en el mercado eléctrico, al tiempo que internaliza todos los costes, asignando derechos de propiedad sobre las ciudades y el medio ambiente". Y concretamente el Gobierno debería eliminar, o al menos disminuir drásticamente, ayudas estatales a empresas de distribución eléctrica como la melillense Gaselec, subvenciones que rondan los 10 millones de euros anuales para paliar unas presuntas pérdidas que realmente no existen, sino todo lo contrario, como es fácilmente comprobable y públicamente exhibido por la monopolista -por decreto- Gaselec en nuestra ciudad.

Una Gaselec que, por cierto, jamás tiene culpa de los numerosos y muy frecuentes apagones de luz que Melilla padece (222 apagones desde 2014, según los datos que comunica la propia Gaselec de Cabanillas). Lo curioso -y que es motivo de chufla entre los melillenses en general y el personal de MELILLA HOY en particular- es que inmediatamente después de cada apagón llega un comunicado de Gaselec en el que culpa de todo a Endesa, empresa que invariablemente, sin excepción alguna, no contesta al comunicado, no sé si abrumada por tantos errores cometidos (parecen demasiados para tener siempre el mismo origen) o por una prudencia exacerbada (tipo PP, en general) que le hace aparecer siempre como culpable, al no haber podido, o querido, demostrar su inocencia, al menos ocasionalmente.

Pero no es la luz, la energía eléctrica, lo único que hay que cambiar en Melilla. El jueves pasado, con ocasión de esa Feria del Turismo (FITUR) que, aunque parezca imposible, cada año atrae a más gente al recinto ferial madrileño, mantuve diversas conversaciones con visitantes del stand melillense, políticos y funcionarios asistentes, empresarios con interés en y por nuestra ciudad, directivos de varias Casas de Melilla, expertos nacionales e internacionales en turismo y, por resumir, ciudadanos varios que conocen Melilla. En todos, absolutamente en todos, observé el mismo denominador común: la ciudad, nuestra ciudad, no puede seguir como está, se ha llegado a una situación límite en la que actuar como si nada pasara, como si todo debiera y pudiera seguir igual, significaría un auténtico suicidio colectivo. No necesitamos un cambio, necesitamos una auténtica (por supuesto pacífica) revolución, en uno de los sentidos que el diccionario español da a la palabra, el de "cambio radical en cualquier cosa". Y para lograr ese cambio radical es imprescindible que la sovietizada estructura económica de la ciudad, el peso angustioso y paralizador de la administración pública en la vida de los melillenses, se termine, que seamos conscientes de que -como escribía el gran Hayek- "lo que hoy con mayor urgencia precisa el mundo (y muy especialmente Melilla) es suprimir esos innumerables obstáculos con los que la administración pública impide el libre desarrollo".

Me comunicaba mi buen amigo Jesús Delgado, y lo confirmaba Juan José Imbroda en rueda de prensa el jueves, que la ministra de Sanidad vendrá a Melilla el día 25. Aunque hay mucha competencia en eso de estar mal, es innegable que una de las cosas que están muy mal en Melilla es la sanidad. En este periódico hemos dado cabida a las opiniones y a los datos facilitados por expertos y usuarios de ese área local, que extrañamente depende de un organismo (INGESA) de cuya eficacia cabe dudar mucho (o nada, si se cree, como es más que probable, que dicho organismo público es -otro más- absolutamente ineficaz). Hemos de partir del problema fundamental de la sanidad española, y de la europea en general, de que la filosofía fundamental de la sanidad pública es la restricción del gasto sanitario, sobre la base de que el ciudadano es ignorante y no puede gestionar por sí mismo su propia salud, y el no menor problema de que los burócratas estatales carecen de la información y de los incentivos personales necesarios para mejorar el modo en el que han venido prestando los servicios sanitarios. Y hemos de continuar resaltando que la sanidad melillense no atiende a una población de unas 85.000 personas, si no, por mor de tantas y tantas situaciones judiciales y políticas irresolutas, a un colectivo marroquí muy superior en número.

Conclusión de todo ello: espero que la ministra no venga aquí en una visita -¿una más?- de protocolaria y breve cortesía. Sería deseable, con el objetivo de intentar lograr mayor practicidad en la importante visita, que, además de reunirse con las altas autoridades habituales, oyera personalmente la opinión de los que dedican su vida laboral a la sanidad e incluso la de algún ciudadano usuario de esos servicios o en espera (que son muchos) de recibirlos.

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