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La columna de Salido

Melilla en mi recuerdo: “Mi primer viaje a la península”

Con mis amigos PACO LÓPEZ y PEPE ALONSO.

Lo he entrecomillado, porque en realidad fue el segundo con mis queridos progenitores (d.e.p.) Carmela y Antonio, ella nacida en Melilla y él malagueño de la Sierra Almijara, del bonito pueblo de Cómpeta, mucho sol, buen vino, uva moscatel, sus derivadas pasas, el aceite de oliva y el magnífico y acogedor carácter de sus pobladores. Del primero, casi ni me acuerdo, no sé si llegaba a tener dos años. Me contaba mi madre, que siendo tan “mocoso”, me pegué un buen atracón de higos que se encontraban esparcidos, secándose, en la escalera de acceso a la azotea de la vivienda de mi abuelo paterno Frasquito. Cuando se dieron cuenta, faltaban unos cuantos al parecer, que yo sepa, no me sentaron mal. Y es que lo mío, esa afición tan prematura y durante los 66 años que llevo vividos, siempre ha sido mucho más la comida que la bebida, cosa que puede certificar la familia y cuantos me conocen. Bueno, ahora, por eso de los “achaques” lógicos de la edad hemos recortado bastante “el pienso”.
Cuando aquel segundo o “primer viaje”, podía conmigo la ansiedad del desconocimiento, quienes ya habían estado en la otra orilla o en la España peninsular, hablaban maravillas de todo aquello, yo ni me imaginaba cómo era o podía ser, algo había visto en los NO&DOS de nuestros cines y muy poquito en la incipiente televisión de algún vecino/a en blanco y negro, como por ejemplo en la de nuestros buenos vecinos y más que amigos Antonio Font, Antonia Zaragoza (d.e.p.) y sus hijos Mari Loli (Lola Font ahora y su hermano que en paz descanse Antonio Francisco, muy triste que haya abandonado este mundo tan joven). Su casa siempre estaba abierta para nosotros y algún que otro vecino. Aquello era verdadera amistad, buena vecindad y mucho cariño mutuo.

Un año antes, cuando tenía 15 años, en el Instituto al lado del Río de Oro, quedamos campeones de Melilla cadetes de balón volea (voleibol ahora, espero ver al cuadro melillense este sábado que juega en Castellón contra l’Illa Grau, como también al equipo decano de baloncesto en la pista Ciutat de Castelló contra el TAU cuando le toque jugar, que creo será en la vuelta, y espero la visita de mi amigo Antonio Alcoba, padre de su buen entrenador Alejandro para ver juntos dicho partido). Unos días más tarde, se jugó la fase final de Andalucía en nuestro Instituto, creo que fue contra Almería la final, participaron también Granada y Sevilla. La ganamos, teníamos buen equipo, recuerdo los nombres de Maza y Vargas entre otros. Nos prometieron jugar la fase final de España en Santander, nada menos que cruzar toda la península hasta el norte. Ni qué decir tiene, que nuestra ilusión era máxima y muy especialmente la mía. Nuestro gozo en un pozo cuando nos dijeron que por coincidir con la Reválida de Cuarto Curso, “nanai de la china, donde dije digo, digo Diego”. Desilusión, cabreo y mis ganas de “cruzar el charco y mucho más” en un saco roto.

Por lo manifestado en el primer párrafo, iniciamos ese viaje “primer viaje” cuando yo tenía unos 16 años, primero unos 15 días a casa de mi hermano mayor destinado en dicha capital (era P.N.), lo fue, con ocasión del bautizo de mi primera sobrina Mari Carmen. Con los ojos como platos, con esa perplejidad que se te queda mirando a babor o estribor del barco, no recuerdo bien, pero seguro sería o el Vicente Puchol o el Antonio Lázaro (el correo se le llamaba, cuando llegaba y se iba a/de Melilla cargado de sacas con correspondencia), luego pasé a la popa, siempre mirando, era de noche, hacia esa Melilla la Vieja, el puerto (muelle) y al Gurugú como cada vez empequeñecían más. Una vez que giramos el faro, mi curiosidad era ver y mirar y contemplar aquella costa de “Los Cortaos” donde tantos baños nos dábamos, Horcas Coloradas y ese cementerio tan bonito que alberga los restos de tantos seres queridos y de tantos patriotas que dieron su vida por ESPAÑA (entre ellos muchos catalanes señores del “procés”). Sí ese cementerio que tiene más que merecido cambiar de nombre, por el de Cementerio Nacional de Héroes de España (si no recuerdo mal, con esa denominación lo reivindica una y mil veces ese gran colaborador de Melilla hoy, nacido en la Cuesta del Aceitero-muy cerca de la Cañada (Calle Castelar), Juan J. Aranda para más señas, ex funcionario de Correos como el menda que esto escribe. Señora Fadela Mohatar, Sr. Imbroda, Señores del Gobierno de la CAM ¿Para cuándo? ¿Esto no merece el más mínimo interés? Señores de la oposición ¿No es algo a proponer? Mi curiosidad por ver todo lo que no había visto jamás al alejarse el barco de nuestra costa, me mantuvo bastante tiempo despierto, curioseando, hasta que el barco dijo ¡Aquí estoy yo!, y comenzó su navegación ondulante “ahora para arriba, ahora para abajo”, mis náuseas y ganas de vomitar me llevaron al camarote. Nunca fui de dormir mucho, y menos en aquella situación. Mi deseo y curiosidad me llevaron a cubierta incluso antes de amanecer, aunque eso sucedía muy temprano ya que estábamos en el mes de julio (se me olvidó decirlo más arriba).

Qué de luces se veían en el horizonte, era la costa almeriense en el año 67 si no recuerdo mal, allí seguí hasta que esa parte de la Península Ibérica se iba acercando más y más con el paso de los minutos. Fue en realidad mi primera vez en pisar ese otro suelo patrio, con mis padres, las ganas de ver a mi hermano mayor y a esa sobrinita que iba a ser bautizada.

Tengo que decir y sin temor a que se piense algún querido lector que puedo exagerar, que aquellos días pasados en Almería, creo que lo fue desde mitad de julio hasta final de agosto, todo una maravilla. Allí no conocía a nadie, solo la familia. Hice amistad primero con una vecina de mi edad y posteriormente, con otros amigos/as de ella un poco más mayores y pasamos unos días de la Feria en Almería de lo más divertido. Mi primera “tajá” y la única lo fue allí y curiosamente de vino dulce, en Melilla en aquellos años 60 era una de nuestras distracciones tanto entre colegas o luego en pareja, tomarnos unos vinos o cervezas, pero siempre con buenas y abundantes tapas, algo muy distinto. Era una caseta en la feria almeriense llamada “El Botijo”, nos sentábamos todos los amigos/as en aquellas sillas plegables incómodas de madera, alrededor de un “botijito” mediano con ese morapio semi-dulzón que estaba muy rico circulando de unos a otros y de picoteo sólo unas aceitunas para mi desgracia. Todos cantando, tocando las palmas y los más atrevidos algún zapateado, como era natural, canciones flamencas de entonces donde se llevaba “la palma” Manolo Escobar. Al ser yo más de comer que de beber, recuerdo que con el botijo vacío en mano nos metimos en aquel laberinto de cristales, como los de la feria en Melilla. No encontraba la salida ni por coincidencia de mi apellido “Salido” y porrazos continuos a los cristales, tantos, que me tuvo que sacar el encargado de la atracción. Iba un tanto “grogui y agustito”, pero aún en pie. La cosa se complicó cuando alguien dijo de montarnos en los coches de choque. Todas las atracciones en aquella especie de rambla inferior que existía antes en Almería, ahora tapada, convertida en un gran paseo y jardín superior. Salimos de la atracción, era algo tarde ya y había que regresar. Recuerdo que subíamos la calle principal de Almería hacia Puerta Puchena, cuando cuándo a aquel “Salido” con sólo 16 años le fallaron las fuerzas, tembleque, mareo y marcha atrás, menudo porrazo me pegué. Cuando desperté estábamos todos los chavales en slip blancos reglamentarios de la época durmiendo en la playa del Zapillo, serían las 5 de la mañana y la pareja de la guardia civil que nos alumbraba con sus linternas: ¿Qué hacéis aquí en paños menores? ¡Venga vestiros que os vamos a llevar al cuartelillo! Yo como no sabía ni recordaba nada me callé. Otro llamado Antonio como yo, algo más mayor, les dijo que no habíamos hecho nada, sólo bañarnos y dormir un rato que yo me había mareado algo al sentarme mal la bebida del botijo. Eso nos salvó, fue comprensiva la pareja de la “MENETÉRICA” (Benemérita) (sirva como mi homenaje más que merecido al gran malagueño recientemente fallecido y que descanse en paz, conocido como Chiquito de la Calzada) y nosotros para casa.

Cuando acabó la feria de Almería, marchamos a Málaga seguramente en autobús, cuando llegamos a aquella estación muy cercana al puerto y al “Cenachero”, esperamos la salida de otro autobús hacia el bonito pueblo de mi padre, Cómpeta, donde a su entrada reza un lustroso mosaico de cerámica con la frase: ¡Cómpeta, la cornisa de la Costa del Sol! Allí pasamos unos pocos días tanto mi hermano Manolo que tendría entonces unos 9 o 10 años, como yo, muy bonitos con nuestros primos y bañándonos en una gran charca de un río cercano, comiendo migas, mojando en el desayuno buen pan en un tazón de aceite de oliva casero y alguna tira de bacalao, con nuestro correspondiente café con leche. Sentida despedida de la familia competeña.

Regreso a Melilla, tan bonita como siempre y de muy madrugada, despierto viendo de acercarse el barco a la costa del Cabo Tres Forcas , luego Aguadú, los Cortaos, nuestro querido cementerio, Melilla la Vieja, ya era de día y en la lejanía ese Monte Gurugú donde dejaron su vida defendiendo a Melilla y España miles de soldados españoles.

Siempre recordaré con mucho agrado ese “mi primer viaje”, “cruzar el charco siempre fue mi pasión y mayor deseo”. No obstante, también me ilusionaba el regreso a nuestra Melilla del alma, a aquel barrio del Monte María Cristina tan entrañable y acogedor, volver a ver al resto de la familia, vecinos y amigos y mi primer trabajo en la Mercería y Perfumería KIRA de la Calle Margallo, muy buenos jefes y excelentes compañeros/s.

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