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El rincón de Aranda

Cataluña antaño y hogaño

Se llamaba don Serapio, y su esposa doña Fuencisla. D. Serapio era un viejo catalán, “palpón” con cualquier mujer que se le acercara, ya fuera jovencita o entradita en años, soltándole una ráfaga de halitosis, que tiraba “pa´trás”. Solía criticar, despectivamente, a todo el que escribía o hablaba algo en contra de sus pensamientos políticos separatistas, siendo él un charnego juntaletras de pluma mala y tinta clara, que no se le entendía ni “papa”, como los que aún háilos, pululando por algunas páginas. Dª Fuencisla era otra cosa, solía sentarse en silencio en su sillón orejero, con el recogimiento de la nota “mi” suspendida en la cuerda “cantino” de un violín, siempre haciendo calceta. Ella no se quitaba años, pero tampoco se los ponía: y ¿para qué?, decía, si con los que tenía ya eran suficientes.

Nació en un caserón de piedra, ¡ah!, pero con escudo heráldico en su frontispicio: -“claro, porque sus padres eran los guardeses”-, contestaba su marido, con retranca y mala leche. Éste siempre decía que para escribir una buena réplica es mejor usar un punzón que el pincel literario, pero con frialdad en vez de templanza.

En la década de los 60, en Barcelona, si hablabas con un catalán, de los pocos que había, independentista, como aquél vejete, te decía que la conservación de las libertades, privilegios y prerrogativas de los catalanes, las que sus antecesores ganaron a costa de su sangre, ellos deben mantener, porque las cuales no fueron tomadas en consideración ni en Utrech, ni en Hospitalet. El cronista Francesc de Castellví tras la firma del Convenio de Hospitalet, firmado el 22.06.1713, decía que el derrotismo se apoderó de Barcelona, donde por las noches se podían oír cantos en catalán: “Carlos e Isabel al fin nos han dejado”, o “Ingleses han faltado, portugueses han firmado, holandeses firmarán y al fin nos colgarán”. El historiador catalán, Ferrán Soldevila, decía que “…La defensa fue tan heroica que suscitó el estupor y la admiración de toda Europa, ganándose el respeto de sus adversarios en sus figuras más dignas. El Consejo Municipal, que encabezaba Rafael de Casanova, (con calle en el Ensanche barcelonés), fue el alma de la resistencia…”. En la actualidad Puigdemont, con su sonrisa y pelambrera, pareciendo un encantador y desafortunado antropomorfizado de dibujos animados, como el “Pollo Calimero”, junto a sus adláteres han engañado a los catalanes de buena fe, haciéndoles creer que Europa los iba a recibir con los brazos abiertos, y que Cataluña la iban a invadir cientos de empresas; y lo que han recibido ha sido un corte de mangas en todas sus jetas.

Todo el que ha leído un poquito parte de la historia de Cataluña, sabrá que los catalanes participaron en las Navas de Tolosa, en la Toma de Granada y también en Lepanto. Los primeros monjes que llegaron a América en el 2º viaje, fueron catalanes. Un batallón castrense defendió la Hispanidad desde Sicilia hasta California. Tampoco hay que olvidar sus gestas en el Bruch, Gerona y Tarragona. Y en lo que afecta a nuestra ciudad, sabrán que existe una calle en El Tesorillo, con el
nombre: “Voluntarios de Cataluña”, que para saber su historia, sería menester varias páginas, pero como aperitivo es que intervino en el Sitio de Melilla (1774-1775); ese en el que cada 19 de marzo, los del partido de la oposición no quieren acudir, manifestando que es “una acción de guerra”. También participó en la Expedición de Argel en 1775, en el bloqueo a Gibraltar en 1779, y en 1781 en la conquista de la Isla de Jamaica. O sea que fueron unos buenos españoles, con dos cojones.

También creo que no debemos negar nunca que la Catalanidad es Hispanidad, a pesar de que los Bofarull idearan una catalanidad que jamás existió; convirtiendo a los separatistas en unos separadores, que con artículos como este humilde escrito estamos a tiempo, -“som a temp”-, de desenmascarar a toda esa caterva de románticos republicanos de ojana y pandereta. Así que desde estas líneas invito a los diplomados historiadores, que en vez de hacer copia y pega de noticias obituarias de hace más de un siglo, se “mojen” en la verdadera Historia de nuestro País.

Y ahora Napoleón, que aún sigue el tío en nuestro callejero, con su mano en el pecho, como un falso prócer de nuestra ciudad. ¿Cuándo lo retirará, señora Fadela?. Si algún día, aunque sea con nocturnidad y de esquinilla, quitasen la placa, por favor, háganlo saber por medio de este periódico. Les prometo que como agradecimiento, guardaré un sepulcral silencio.

Y a nuestro Cementerio: ¡ay! La Purísima de mi alma: ¿cuándo lo van a denominar “Cementerio Nacional de Héroes de España”?. Y la vieja campanita que cuelga en el atrio: ¿suena ya a muerto? Muchas preguntas son, pero también necesarias.

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