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El peligro de ser mujer

No se trata de feminismo ni de poner etiquetas, sino de una labor común de todos, de hombres y mujeres, si de verdad queremos ir empezando a avanzar en esta cuestión, la de la igualdad, en la que nos queda demasiado camino por recorrer. Parece mentira que no nos demos más prisa por conseguirlo, después de tantas víctimas de abuso machista en menor o mayor grado, que también afecta a los hombres La mujer ha sido, históricamente, víctima de situaciones que atentan contra su libertad e indemnidad sexual. Unas más graves que otras, algunas incluso tan leves y normalizadas en nuestra sociedad sexista, que ni siquiera muchos consideran que supongan un comportamiento machista, aunque en realidad lo sea. La mayoría de las mujeres ha sufrido en algún momento de su vida algún episodio contra su indemnidad sexual que habría deseado que no hubiera ocurrido nunca, ya sea en forma de comentarios o miradas intimidatorias de carácter sexual, persecuciones, acosos, abusos e incluso agresiones por parte de hombres que tienen una visión muy distorsionada del respeto y la igualdad o, lo que es más triste, ni siquiera saben lo que son esos dos conceptos básicos para una convivencia sana y sin fisuras. Episodios que marcan a quienes los sufren, que se quedan en el recuerdo y que miles de mujeres han compartido durante el pasado fin de semana en Twitter, bajo el hashtag #Cuéntalo, que se ha convertido en todo un fenómeno en España, de dimensiones equiparables al #MeToo, que ha llegado a traspasar fronteras.
Repasar los miles de tuits de #Cuéntalo, cuyas autoras son mujeres de cualquier punto de España e incluso de otros países, de edades y generaciones distintas, supone darse cuenta de que prácticamente todas las mujeres, en algún momento de su vida, han tenido que sufrir escenas parecidas que les hacen vivir con miedo por el peligro que supone, por desgracia, ser consideradas inferiores o un mero objeto sexual para los hombres con mentalidad machista. Por el mero hecho de ser mujeres. No todos los hombres son así, claro, pero aunque sea una minoría de población masculina la que protagoniza esos comportamientos rechazables y deleznables, la realidad es que esta conducta retrógrada la sufren ellas y que ellos, la mayoría que no la comparten, deben hacer más de lo que hacen para arrinconar socialmente a quienes sí tienen esos comportamientos, que deben ser condenados sin ambages.
No se trata de feminismo ni de poner etiquetas, sino de una labor común de todos, de hombres y mujeres, si de verdad queremos ir empezando a avanzar en esta cuestión, la de la igualdad, en la que nos queda demasiado camino por recorrer. Parece mentira que no nos demos más prisa por conseguirlo, después de tantas víctimas de abuso machista en menor o mayor grado, que también afecta a los hombres. Primero porque sufren la injusticia de que les metan en el mismo saco que a los que causan tanto dolor, miedo y vergüenza a la mitad de la población y parte de la otra. Y segundo, porque las víctimas también han sido, son y serán sus madres, hermanas, novias, esposas e hijas. El caso de La Manada ha supuesto un punto de inflexión en una realidad que ya existía. Trabajemos todos para ponerle fin después de décadas y siglos con este problema a cuestas.

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