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Atril ciudadano

“Castillos en el aire”

Llega la liturgia, que este año coincide en parte con otra, la de la Cuaresma; llega la caravana, que como la de un circo confundirá ilusión con realidad, interés general con preservación de privilegios, doctrina electoral de partido por prioridades sociales. Llega el tiempo de afanoso intento de control y persecución sobre los críticos y aspaviento de la motivación de los adeptos, eso si, por el bien de la formación política que es como decir, el de la Humanidad. Arrecian los días en que los proyectos que nunca fueron, y que probablemente nunca serán, asoman como espárragos y así impresionar a un caudal de votantes a los que se les suele considerar susceptibles de lo simple y el fogonazo, Castillos en el aire.
Se escuchan voces mandatarias proclamar el desconocimiento y su incompetencia para la gestión institucional de los adversarios, de la oposición. Olvidan, esas voces, que las instituciones funcionan gracias a los empleados públicos que garantizan los servicios. Lo demás son malas o buenas decisiones políticas, la tentación de la corrupción o el sectarismo, tentación política que se activa o desactiva según convenga.

La representatividad del gobierno es tan legítima como la de la oposición, están y son por la medida del voto de la gente y eso conlleva responsabilidad y respeto a ella (a la segunda también), no desdén.

Tiempo de exabruptos, ya sean huesos, bombas o lo que tercie y justificados, cuando interesa, en lo figurativo; jaleados por incondicionales temerosos del destino cual altavoz ronco que irrumpe en el sosiego del sentido común y da estabilidad a la soberbia, frecuente enfermedad crónica del poder longevo y que suele acabar con el. Todo vale.

Tiempo de obras públicas, apresuradas en su adjudicación, por mor de un litúrgico frenesí estacional previo a la cita con las urnas. Muchas obras y muchas “prisas”, dando muestra de falta de orden y concierto que no sea, aparentemente, el partidario y las urnas por venir.

Tiempo de “patrimonios”; de los oscuros que temen la luz sorpresiva e inesperada como un incubo y la de los circunstanciales e intangibles, como la españolidad, arrogados falazmente cuando no lo es de nadie y es de todos. Tiempo y lugar del miedo; del miedo al otro y su “afán destructivo”, del miedo propio que atenaza, escora la mente y que al unirlo a la soberbia citada, se convierte, al fin y al cabo, en la propia autodestrucción.

Y tiempo, también, de propuestas de diálogo postergadas al resultado tras el último domingo de mayo y según interese, mas que a nadie al partido y los privilegios de quienes los detentan y el alumbramiento de ciertas verdades ocultas que el laberinto judicial e institucional esconde.
“Puede que en aras al sentido común se nos diga que es mejor no realizar grandes modificaciones si no son ineludibles. Pero este es un sentido engañoso que favorece el inmovilismo, la resignación y la preservación de intereses personales. Aquello de “mas vale malo conocido…” induce a seguir con “lo malo (cuando lo es)” más allá de lo conveniente”. Es solo una opinión.

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