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El rincón de Aranda

¿Pedir perdón a Méjico?

Desde un hace algún tiempo, algunas organizaciones políticas extranjeras, y una de confesión religiosa no católica, quieren que España pida perdón por hechos ocurridos hace más de 500 años. También lo pide alguien en representación de los rifeños que murieron en las guerras del Rif, pero sin reconocer la felonía, cobardía y traición, que ellos cometieron con nuestros soldados cuando éstos, enfermos, heridos y depauperados, se rendían en las posiciones, como en la de Monte Arruit, a los seguidores de Abdelkrím. Una comunidad religiosa musulmana en España en una carta dirigida a Felipe VI le dice que, “…Ha llegado el momento de reconocer la culpabilidad de las vilezas (sic), expoliaciones, destierros y asesinatos llevados a cabo por los Reyes Católicos y sus colaboradores… (…). Al ser descendiente de los reyes mencionados qué ocasión tan formidable tendría Usted para demostrar a la comunidad musulmana, su respeto y discrepancia con las tesis islamófobas, por tantas atrocidades e intercediendo para el reconocimiento de la nacionalidad española (sic) de los descendientes de Al Ándalus, tal como se hizo con la comunidad judía sefardí…”. Bueno, yo quisiera subrayar algo que al parecer, no dicen en esa petición, y es que los descendientes de los judíos expulsados de España (Sefarad), los sefardíes, han heredado la lengua llamada: Ladino, y la siguen hablando los descendientes de aquéllos judíos; que como bien saben, es una lengua derivada del castellano y actualmente hablada por 250.000 personas en comunidades de Israel, Turquía, Yugoslavia, Grecia, Marruecos, España y América, entre muchos otros. Pero sobre todo en Israel donde ha sido conservada, y hasta la fecha lo tienen como lengua materna conviviendo con las lenguas oficiales, el hebreo y el árabe. Dicen que muchas familias aún conservan las llaves de las viviendas que poseían en España.

Y por si fuera poco, ahora el perdón también lo pide López Obrador, Presidente de Méjico con apellidos tan castellanos y españoles como los de un servidor. A este señor solo le voy a contestar con una comentario jocoso que circula por la Red en el que se lee: “ Si con 550 hombres, de ellos 50 marineros, 16 caballos y 4 perros, conquisté lo que hoy es su país. No debía exigir perdón, había de felicitarme. Saludos afectuosos. Hernán Cortés”. Yo igualmente lo firmaría con el seudónimo “Gachupino”, que es como en Méjico nos llaman a los españoles, cosa que a mi me importa poco.

Y para finalizar me gustaría poner de ejemplo lo que escribió en su joya literaria, Pablo Neruda, que era chileno y comunista, sobre nuestro idioma, “Confieso que he vivido”, pag. 58: “Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se acechan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como perlas de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció. Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.

Por eso creo que debemos tratar con sumo cuidado las historias viejas, ya que parecen como hojas marchitas y secas que al menor contacto se rompen. Charles A. de Tocqueville decía que la Historia es una galería de cuadros, en la que hay pocos originales y muchas copias. Yo creo que las que he descrito en estas páginas sean una copia.

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