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El bluf del cambio

Estos cien días que han pasado desde el 15 de junio no ha habido ningún cambio, sino una guerra sin cuartel en los despachos del Palacio de la Asamblea, especialmente en el de Presidencia, aquel donde su nuevo inquilino se estrenó denunciando supuestos robos de los que después nada más se supo. Todo apunta a que no fue más que una farsa, una cortina de humo para distraer la atención de una ciudad que tenía los ojos puestos en una persona sin capacidad para llevarla adelante Se acaban de cumplir los 100 días de gracia que se suelen conceder en el ámbito político cuando hay un cambio de Gobierno. En concreto, hoy hace 103 de aquel 15 de junio, en el que Melilla estrenó como presidente al solitario diputado de Ciudadanos, Eduardo De Castro, después de dos décadas de liderazgo de Juan José Imbroda y el PP al frente de la Ciudad Autónoma. Tanto De Castro como quienes le auparon a un sillón al que no habría llegado nunca por méritos propios, dados sus pobres y menguantes resultados electorales, prometieron un cambio que se ha quedado en un bluf. Para el que no sepa qué es, le ahorramos la búsqueda en el diccionario de la RAE: “Montaje propagandístico destinado a crear un prestigio que posteriormente se revela falso”.
Y tan falso, pensarán muchos melillenses tras hacer el balance obligado transcurridos los primeros 100 días del nuevo Gobierno tripartito presidido, en teoría, por De Castro, acompañado por PSOE y CpM en esta nueva etapa del cambio que se abría en Melilla poco antes de arrancar el verano. Ahora que ha llegado el otoño, la conclusión a la que llegamos es que nada ha cambiado, salvo los rostros de quienes integran el Ejecutivo, que se han limitado a seguir exactamente los mismos pasos que sus antecesores. Han seguido haciendo muchas de las actuaciones que ya estaban en marcha, sin que se haya visto ninguna nueva. Se han puesto los mismos sueldos, aunque en el pasado, desde la oposición, los criticaran hasta la saciedad por elevados. Por no cambiar, el nuevo Gobierno no cambió ni una coma del programa de actividades del Día de Melilla que envió a los invitados copiando y pegando, literalmente, el que se llevó a cabo en 2018, metiendo la pata hasta arriba porque este año, a diferencia del anterior, no hubo exhibición de la patrulla ASPA ni tampoco fuegos artificiales en el Pueblo.
Pero algo sí ha cambiado, y es que los problemas de esta ciudad han ido a peor por la falta de un Gobierno que esté centrado en solucionarlos y que tenga las ideas claras de cómo hay que afrontarlos. Sus miembros están, desde que llegaron al poder, dedicados en cuerpo y alma a mirarse de reojo los unos a los otros ante la falta de confianza en sus compañeros de viaje y a tratar de imponer sus criterios sobre el resto. Estos cien días que han pasado desde el 15 de junio no ha habido ningún cambio, sino una guerra sin cuartel en los despachos del Palacio de la Asamblea, especialmente en el de Presidencia, aquel donde su nuevo inquilino se estrenó denunciando supuestos robos de los que después nada más se supo. Todo apunta a que no fue más que una farsa, una cortina de humo para distraer la atención de una ciudad que tenía los ojos puestos en una persona sin capacidad para llevarla adelante, y cuyas decisiones hasta el momento se han limitado a ponerse el máximo sueldo que le permitía la ley, dar las Medallas de Oro a quienes él quería y colocar a sus aduladores cercanos en los altos puestos que correspondían a Ciudadanos en el nuevo organigrama de la Ciudad Autónoma.
En resumen, 100 días perdidos en los que han quedado en evidencia dos cosas. La primera, el bluf del cambio que Cs llevaba vendiendo cuatro años, y PSOE y CpM muchos más. La segunda y principal: Melilla ha salido perdiendo.

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