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Ataques a los pilares de nuestra democracia

Sería conveniente que, de cara a la repetición de las elecciones generales del 10 de noviembre, Melilla tuviera en el Parlamento español un representante de un partido político genuinamente local. Cuando escribo esta Carta estoy en Málaga, en la celebración de un Congreso y un torneo anual que reúne a directivos de todas las federaciones de golf de España, en la que los participantes melillenses, directivos de la Federación y acompañantes, han hecho un gran papel, deportivo y social. Al golf español están federadas 280.000 personas y el deporte genera un impacto positivo fundamental en el turismo, en la economía española en general. Me comentaba el presidente de la Federación Andaluza, Pablo Mansilla, anfitrión del Congreso, que el golf en Andalucía genera unos ingresos, directos e indirectos, de 1.600 millones de euros anuales. Para Melilla el golf podría ser también una fuente de ingresos y de desarrollo, pero para eso es imprescindible que la administración pública aparte sus “sucias manos” de la gestión del único campo de golf que nuestra ciudad tiene y que, con su ubicación y sus vecinos como agravante, se está muriendo, con el área de Turismo local ignorando, ahora y antes, el enorme potencial de desarrollo económico y social que el golf posee. Un potencial que, como en tantas otras cosas, estamos desaprovechando, a base de burocracias e intrusismo público exasperante y paralizante.

Vamos a la política, cada vez más denostada por los ciudadanos. “Líder indiscutible”. Así califica Miguel Marín a Juan José Imbroda. Indiscutible, en una democracia, no es ningún político ¿Cómo está tu mujer?, le pregunta una persona a un amigo con el que se cruza por la calle. ¿Comparada con quién?, le contesta el amigo. Pues, volviendo a lo anterior y partiendo de la premisa indiscutible de que ningún político es indiscutible, Imbroda incluido, la pregunta sensata es si ese o cualquier otro político es mejor que otro. Por ejemplo: si alguien preguntara si la pareja política Castro-Liarte es mejor que cualquier otro político, la respuesta sería muy fácil: no. En otros casos no sería tan fácil la respuesta.

Juan José Imbroda, por cierto, hizo el pasado martes unas declaraciones inteligentes y valientes, dos condiciones que no suelen encontrarse habitualmente en las declaraciones de los políticos en ejercicio. Declaró, entre otras cosas, lo siguiente: “Tras un golpe de Estado, los golpistas toman inmediatamente los medios de comunicación (eso es lo que ha hecho el PSOE melillense con el torpérrimo Mohamed Mohamed Mohand, intentar tomar la televisión pública y golpear a los medios de comunicación privados). Si ustedes no dan vida a los medios de comunicación, a los deportes, a la sanidad, a la educación, etc, la ciudad se muere. El Sr. Bohórquez, insistiendo en el cambio, me ha dado muchos palos. En Melilla trabajan 160 profesionales en los medios de comunicación, con los que ustedes (el Gobierno nuevo) acabarán… si es por ahorrar dinero, cierren la tv pública, que cuesta 3,5 millones de euros…ustedes no están para castigar… ustedes han dado un golpe de Estado a los medios de comunicación y a la libertad”, etc, etc.
“El efecto sobre los pilares de nuestra democracia era extremo”, dice la sentencia del Tribunal Supremo británico sobre el cierre del Parlamento instigado por Johnson. El “castigo” a los medios privados melillenses no es tan grave como lo que hizo el primer ministro británico con su Parlamento, pero lo de este Gobierno de Castro-Liarte se le parece bastante. Es vital para los melillenses que esta pareja desaparezca de la política lo antes posible. También es vital que haya un acuerdo de largo alcance, dos períodos electorales al menos, ocho años, entre los dos partidos más votados de Melilla, el PP, ahora en la oposición, y CpM, ahora ampliamente mayoritario en el Gobierno melillense, lo mismo que sería conveniente que, de cara a la repetición de las elecciones generales del 10 de noviembre, Melilla tuviera en el Parlamento español un representante de un partido político genuinamente local. E insisto una vez más, a propósito del cambio: como dijo Groucho Marx, nos hallamos ya no en una época de cambio, sino en un cambio de época. El pasado, pasado está. Del futuro solo sabemos que será muy distinto del presente.

Para tener algún futuro en Melilla: “Nos olvidamos de que nuestros gobernantes son nuestros empleados”, declaraba hace unos días Ricardo Darín, un gran actor argentino. ¿Lo habrá entendido la pareja Castro-Liarte? Dirán que sí, pero los hechos y sus explicaciones disparatadas demuestran todo lo contrario.

Más política, de la mala. Jesús Delgado Aboy apoya -siempre tan obediente, mientras le interese a él, con sus jefes políticos- que su partido se presente en Melilla a las elecciones generales del 10 de noviembre. Debería presentarse él como cabeza de lista para el Congreso. Así se volvería a comprobar lo pésimo político que es, lo mal que los votantes melillenses opinan de él, como demostraron en las últimas elecciones. Así se recordaría cuántos votos obtuvieron en las últimas elecciones generales dos candidatos desconocidos de Vox y cuántos Delgado Aboy en las locales, pocas semanas después. No lo hará, no se presentará, ya se verá, porque la cobardía traicionera y egoísta le puede.

Corolario. Me encontré hace unos días con Antonio Calderay, al que hacía mucho tiempo que no veía, compañero del alma, compañero (como escribió Miguel Hernández). Antonio es historia viva de MELILLA HOY. Me alegró infinitamente verle, rodeado de parte de su numerosa familia. Gran parte de nuestra supervivencia periodística se debe a personas como Antonio Calderay, que tanto, con tanta humildad y tanta valía personal, aportaron. Nunca te olvidaré, querido amigo.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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