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Carta del Editor

Gobierno populista: la peor de todas las pestes

Me recuerda mi amigo Abdelkader Mohamed Alí al gran Stefan Zweig que afirmó, con su asombrosamente elegante estilo, que el nacionalismo es lo peor y lo explicó: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración. He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

Nacionalismo y populismo son, en estos tiempos, prácticamente lo mismo. Me recuerda mi amigo Abdelkader Mohamed Alí al gran Stefan Zweig que afirmó, con su asombrosamente elegante estilo, que el nacionalismo es lo peor y lo explicó: “Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración. He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

Nacionalismo y populismo son, en estos tiempos, prácticamente lo mismo. “Ambos tratan de construir una identidad colectiva de un pueblo, en el que la moral, el carácter y el destino son compartidos, una identidad colectiva que dota de pertenencia y que excluye a los que no están con ellos” (profesor Guillermo Vansteeberghe). ¿Cómo se mantienen? A base de adhesiones inquebrantables, reactivismo (se genera y mantiene contra un enemigo, usualmente inventado), excluyentes -la identidad del sujeto colectivo se afirma en oposición a un enemigo al que urge expulsar del sistema, aunque, paradójicamente, necesiten al enemigo para perpetuarse (Zapatero y Pedro Sánchez contra “la derecha”)-, búsqueda de la confrontación y la inestabilidad, intento de dar un cierto aire de modernismo y globalización. Todas ellas características para ser, como son, “la peor de las pestes”
Populismo, populismo ignorante y liberticida, es lo que padecemos hoy en Melilla con el Gobierno del Averno, el de Castro/Liarte (tocar madera), Aberchán y Rojas. Ya conocemos los primeros resultados de la encuesta que MELILLA HOY empezó el 16 de octubre y que todavía no ha terminado, en la que preguntamos a los melillenses su opinión sobre el actual Gobierno local. Los resultados son apabullantes: más del 76% de los ciudadanos (que no súbditos) melillenses opinan, sumadas las respuestas del periódico de papel y de la web de nuestro diario, que el Gobierno melillense actual es pésimo -muy mayoritariamente- o malo, contra un 24% que opina que su gestión es buena. O sea, más de 3 de cada 4 melillenses -sobre un total de 1.285 respuestas recibidas hasta el viernes 24 de octubre- están en contra de la gestión del Gobierno local, transcurridos solo cuatro meses desde las elecciones.
¿Se puede mantener un Gobierno como este, con tamaño rechazo del pueblo melillense? Quizás se puede, pero evidentemente no se debe y democráticamente no debería poderse mantener un Gobierno presidido por un tránsfuga de hecho apoyado en un gafe de hecho y de derecho. Un Gobierno con tintes populistas cada vez más marcados, un Gobierno estructuralmente mal avenido que es, utilizando el calificativo de Stefan Zweig, la peor de las pestes que a Melilla la podía haber caído, un Gobierno que -si no modifica su rumbo, algo que parece poco probable con un gafe tan gigantesco como el cobarde e ignorante Liarte- causará a Melilla un daño del que no podrá recuperarse jamás.

En estas circunstancias, las elecciones generales del 10 de noviembre, que tienen una importancia capital para España, tienen una importancia especialmente importante para Melilla. No tanto por el resultado en sí -aun siendo este especialmente importante para los candidatos al Congreso, especialmente para Aberchán/Hamed (atención al voto por correo) y al Senado- sino por lo que el resultado electoral local puede indicar respecto a lo que los melillenses piensan de la política y del futuro de nuestra ciudad.

Una pregunta cuya respuesta no se quiere abordar, a la que se responde siempre con evasivas: ¿preferimos los melillenses una ciudad marroquinizada o españolizada/europeizada? Una primera pregunta ligada a una segunda: ¿a quién perjudicaría más una Melilla marroquinizada, a los melillenses de origen marroquí o a los de origen español? A mí me parece que la respuesta a las dos preguntas está clara: es mejor una Melilla española (e inevitablemente europea) y los melillenses de origen marroquí (o bereber) serían los más perjudicados por una marroquinización melillense.

La política es un asco, estoy de acuerdo. La democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos conocidos y experimentados, también estoy de acuerdo. Lo malo es preferible a lo peor, de nuevo de acuerdo. Pero, al menos, en democracia podemos votar con cierta libertad (de nuevo, atención al uso abusivo del voto por correo) y la soberanía reside en el pueblo, no en los intereses personales y políticos de un determinado líder de un determinado partido político, sea cual sea ese líder y ese partido. Es legítimo querer ganar las elecciones, pero no son legítimos todos los medios que se pueden emplear para intentar ganarlas, y el menos democráticamente legítimo es el de recurrir al populismo, la peor de las pestes, la peor de las manipulaciones de los más débiles.
¿Qué pasará a partir del ya próximo 11 de noviembre? Más que probablemente, que el mapa político español cambiará, que el PSOE no crecerá o decrecerá y que el PP crecerá y puede incluso superar, en número de escaños, al PSOE. En cualquier caso, el PSOE solo podrá gobernar -y hasta eso es difícil – con los independentistas catalanes y vascos, un suicidio político, o con una gran coalición -estilo alemán- con el PP, lo que habría de tener clara influencia en el gobierno de Melilla o, por emplear palabras más cercanas a la realidad local, sería la forma de terminar, a corto plazo, con el actual Gobierno, la pesadilla que unos miembros del Gobierno tienen al tener que soportar a los otros, la pesadilla que más del 75% de los melillenses confiesan padecer, el horror de un populismo desatado con la maldición del gafe como remate mortal.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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