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Historia

En el 110 aniversario de la heroica muerte del capitán Antonio Ripoll Sauvalle (II)

Concesión de la Laureada
Sintéticamente lo narra la Real orden concediéndole la Cruz de San Fernando. Dice así: Excmo. señor: Visto el expediente de juicio contradictorio, incoado para depurar si el capitán de Infantería don Antonio Ripoll Sauvalle se hizo acreedor a la Cruz de San Fernando, por los méritos contraídos en el combate del 30 de septiembre de 1909, en el zoco el Jemís de Beni bu Ifrur (30 Km de Melilla) en el cual murió gloriosamente. El capitán Ripoll, al frente de dos secciones de su compañía, perteneciente al batallón de Cazadores de Figueras nº 6, atacó y ocupó una importante posición tenazmente defendida por su enemigo, Muy superior en número, siendo herido gravemente en el pecho al avanzar, sin que por eso detuviera su marcha al frente de la tropa, animándola con tal ejemplo y valor, que llegó a la temeridad de arrojarse solo sobre un grupo de moros parapetados en unas chumberas, a los que ahuyentó con tan denodada acción, cayendo muerto al poco tiempo a consecuencia de otros dos balazos que recibió en el vientre y la cabeza. Estos hechos se hallan comprendidos en el caso 7º del artículo 27 de la ley de 18 de mayo de 1862, el Rey (que Dios guarde), de acuerdo con lo informado por el Consejo Supremo de Guerra y Marina en pleno, y por resolución de esta fecha, ha tenido a bien conceder al capitán de Infantería don Antonio Ripoll Sauvalle la cruz de segunda clase de la Orden de San Fernando, con la pensión anual de 1.500 pesetas, que podrán percibir las personas de su familia a quienes corresponda según lo dispuesto en el artículo 11 de la ley.

De Real orden lo digo a V.E. para su conocimiento y demás efectos. Dios guarde a V.E. muchos años.

Madrid, 7 de junio de 1911. LUQUE
Su viuda recibió de la Sociedad de Socorros Mutuos de Infantería, una cuota de auxilio de 1.000 ptas. Diario Oficial nº 273 de 10 de diciembre de 1909. Con anterioridad se le había entregado un anticipo por la misma cantidad, Diario Oficial nº 253 de 10 de noviembre de 1909.

Traslado de los restos del heroico capitán Ripoll
En recio combate librado hace once años, en el valle del Jemís de Beni bu Ifrur, cayó acribillado a balazos el capitán de Infantería D. Antonio Ripoll y Sauvalle, que, al frente de dos secciones de Cazadores de Figueras, escaló bravamente una posición de modo formidable defendida.

Su sacrificio, el sacrificio de los héroes, tuvo por premio bien ganada corona de laurel, y los restos mortales del valiente recibieron sepultura en el pedazo de tierra que se consagrara junto a la vieja Alcazaba de Zeluán.

Ahora, esas gloriosas cenizas vienen a ocupar un lugar en soberbio mausoleo que, para los muertos de las campañas, erigió en el cementerio de la Purísima Concepción la gratitud nacional, y el acto ha de ser, sin duda, ocasión de un debido homenaje, cuya grandeza estará en el unánime sentir de las almas, en el sincrónico latir de los corazones.

En Zeluán
El sábado 28 de agosto de 1920, a las once y con mucho retraso, motivado por avería sufrida en la marcha por el coche ambulancia, llegó éste a Zeluán con el comandante Alarcón, capitán La Rocha y otros varios oficiales.

A la puerta del cementerio esperaban el comandante militar señor Pérez Conjiu, capitán Guimerá, jefe de la posición, teniente médico don Augusto Díaz, capellán don Jesús Sanz, profesor veterinario don Bonifacio Benito, teniente de las Fuerzas Regulares señor Dalias y numerosos vecinos del poblado.

Inmediatamente se colocó en el auto severa caja de rica madera con herrajes de plata, sobre la que había tendido un magnífico crucifijo. Una placa de plata decía: “Al heroico capitán don Antonio Ripoll Sauvalle, sus compañeros de promoción”.

Hecha la entrega al capitán de La Rocha, como representante de la familia, la ambulancia se puso en camino y en este momento un piquete de Infantería hizo los últimos honores a los restos del heroico capitán.

Camino de Melilla
Poca fortuna tuvo la ambulancia que conducía los restos mortales del bravo soldado. Varias veces sufrió paradas, despertando verdadera impaciencia en los antedichos jefes y oficiales que los acompañaban, por darse cuenta que en la Plaza de España esperaban las fuerzas que debían rendir honores y comisiones civiles y militares.

La feliz oportunidad de pasar el automóvil rápido del comandante de Ingenieros don Emilio Alzugaray, solucionó el conflicto. En él fue depositada la urna, y el vehículo, honradísimo con el santo depósito, aceleró su marcha.

Con el mismo objeto había enviado el Comandante General su automóvil, que encontró al anterior en Nador. A las doce y cuarto llegaban ambos a la Plaza de España.

La comitiva fúnebre, en marcha
Desde las once y media se encontraban en la Plaza de España los Excmos. Sres. Comandante General y General segundo jefe, jefes principales de los cuerpos y dependencias, nutridas comisiones civiles y militares, jefe de policía, todos los caballeros cadetes y numeroso público.

Dos compañías del regimiento de Ceriñola con bandera y música, al mando del comandante González Larrea y capitanes González (don Esteban) y Hernández Arteaga, tenían la misión de rendir honores.

Un armón de Artillería, preparado al efecto, cubierto de negros paños, sobre los que resaltaban la seda de los colores nacionales, llevada a brazos de los comandantes Alarcón y Velázquez y capitán La Rocha.

Las cintas la llevaban los tenientes coroneles Núñez de Prado y Lorduy y comandantes de Artillería e Ingenieros Ruano y Músia.

Presidían el duelo, el Comandante General y General segundo jefe, vicario castrense Zaydín, coronel más antiguo de Infantería Jiménez Arroyo, jefe más antiguo de la promoción del finado Fernández Alarcón, su primo, capitán de La Rocha y nuestro director Cándido Lobera.

Frente al Casino Militar se detuvo el fúnebre cortejo y dos bellísimas señoritas, Pilar y María Velázquez, depositaron sobre el armón soberbias coronas de flores naturales, piadosa ofrenda de los compañeros de promoción que sirven en este ejército.

Cruzó el entierro la calle de Alfonso XIII, honor rara vez concedido y por la del Padre Lerchundi ganó el Cementerio. Allí desfiló la fuerza en columna de honor. Minutos después, los sagrados restos quedaban depositados en el Panteón de Héroes de las Campañas, entre las preces del clero y las salvas de ordenanza.

Al subir las gradas que a él conducen, una dama y dos señoritas que se distinguen por la solicitud con que atienden las tumbas de las víctimas de Laural, depositaron sobre el féretro flores y una corona de laurel.

El General Fernández Silvestre, muy conmovido, tuvo un recuerdo para el héroe. No es posible -decía- abandonar este sagrado recinto sin despedirnos del bravo comandante, cuyos restos mortales hemos acompañado y evocar su heroísmo y enaltecer sus dotes militares y admirar su abnegación y fe patriótica.

Pudo evitar los riesgos de la guerra, después de perder la mano, y los desafió; pudo llevar vida regalada y prefirió la penosa vida de campaña, y en campaña ofrendó su vida a la Patria. Su nombre vivirá eternamente en la historia, con letras de oro, para que las generaciones venideras le veneren con la veneración que merecen los que como él supieron morir por la Patria.

Terminó su vibrante alocución, con vítores a España, al Rey y al Ejército, que resonaron vigorosos bajo la grandiosa bóveda del templo, destinado a los mártires de la Patria.

El pueblo de Melilla, sin previa invitación, por espontáneo impulso, se adhirió al homenaje.

Bibliografía

  • – Diario “El Telegrama del Rif”
  • – España en sus héroes. Ornigraf. José María Gárate Córdoba
  • – Diario Melilla Hoy
  • – I Centenario Panteón de Héroes 1915-2015. Isabel María Migallón Aguilar y Eduardo Sar Quintas

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