Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Columna abierta

Amor y cuerdas en una noche inolvidable en el Kursaal

Nos vemos obligados, y a la par, temerosos, de comentar lo que se escuchó la pasada noche de los enamorados (viernes 14 de Febrero) en el Teatro Kursaal: obligados, porque los que no pudieron o no quisieron asistir deben conocer que podrían haber descubierto que la música transmite los sentimientos como ninguna otra de las bellas artes, sin filtros, sin aclaraciones ni interpretaciones para su comprensión, no distingue de lenguas, razas ni creencias, pues es una emisión directa al alma; y temerosos, porque siendo las tres partes diversas y heterogéneas, al elogiar cualquiera de ellas no queremos desmerecer a las otras. Todas fueron admirables; en sintonía, como los órganos del ser humano, cada una con sus funciones distintas, pero esenciales para disfrutar la vida.

La primera parte tuvo carácter ruso. Sergei Rachmaninov fue un compositor que supo mantener el nivel alcanzado en los románticos del siglo XIX y llegó a superarlos en sus obras, plasmando un timbre único, unas melodías sensibles, un anhelo apasionado y gran nostalgia. Su segundo concierto para piano posee pasajes que muchos recordarán por haberse llevado a la gran pantalla para acompañar escenas de pasión y enamoramiento. Sin la música, dichas escenas podrían haberse visto en la distancia como la conversación de dos desconocidos, pero el amor que sienten se nos transmite directamente por la música. El amor se puede describir con grandes versos y/o metáforas literarias, pero lo que se siente al estar enamorado es desenterrado del fondo del oyente por la música de Rachamaninov. La música, como las palabras, han de ser leídas para ser comunicadas al interlocutor; no es suficiente para mandar un mensaje leer las vocales y consonantes escritas en un orden monótono (como cuando de niño aprendimos a leer), sino que se han de decir las palabras en un orden, haciendo pausas, enfatizando alguna parte y sintiendo el mensaje. La música es igual, de forma que si el gran pianista Javier Herguera, y la Orquesta Sinfónica “Ciudad de Melilla”, dirigida por la experiencia y humildad de nuestro maestro Angel Lasheras, nos hicieron recordar esos momentos en que el corazón era la guía de nuestros actos, es sencillamente porque fueron grandes transmisores del sentimiento de la música de Rachamaninov, lo que aseguro no es en absoluto fácil de conseguir.

La segunda parte nos descubrió el Concierto para dos Guitarras y Orquesta, Op. 201, de Mario Castelnuovo–Tedesco. Es la obra más conocida del compositor florentino, quien emigró a Norteamérica en 1939 huyendo del racismo, en donde se asentó y pudo llevar a cabo una fructífera obra musical, de las que destacaron sus obras para guitarra. En nuestra noche, los guitarristas Spyridon Konidaris y Alejandro Aparicio, inundaron el escenario con un radiante y contagioso sentimiento de satisfacción por la interpretación de esta obra. ¿Cómo no poder disfrutar una historia cuando el que la cuenta lo hace como si fuera propia? Los guitarristas vivían la música, no la interpretaban. Hay grandes obras que gozan de popularidad, y otras que merecen ser popularizadas, y si nos llegan directamente de las manos de Konidaris y Aparicio, aún mejor.

Si comenzamos con la música que provenían de las cuerdas martilladas de un piano, y continuamos con las cuerdas pellizcadas por las yemas de los dedos en dos grandes guitarras, era de Justicia terminar con las cuerdas vocales más excepcionales con que cuenta nuestra ciudad: las de la soprano Mª Carmen Gálvez. Cuando se habla de ópera, es imposible no rememorar grandes amores, celos y pasiones, pues hablar de amor y no tener ópera en un concierto nos habría dejado huérfanos del arte que más ha destinado esfuerzos en plasmar este sentimiento. Hay quienes recelan de la ópera porque “no entiende lo que se canta”, pero olvidan que es más importante “cómo se canta”. ¿Acaso es necesario saber qué dicen unas palabras cuando la voz y la música al unísono nos están contando un desgarrador amor y un sufrimiento? No escuchamos a Mari Carmen esa noche, sentimos con ella.

Giusseppe Verdi, con La Traviata, marcó la historia de la ópera, y con la Zarzuela, compositores españoles como Chapí, Fernández Caballero o Moreno Torroba, nos hicieron sentir igualmente que el amor no entiende de fronteras, y que en todo el mundo se ama. Fuera de programa, desconociendo si por casualidad o causalidad (agradecidos igualmente), nos sorprendieron con un aria que hoy en día no todo el mundo conoce que pertenece a la ópera “más jurídica” de las que se han escrito: Gianni Schicchi, de Giacomo Puccini. En una trama con herencia, un Notario, una estafa y una posible condena penal. “O mio babbino caro” sigue siendo la súplica de una enamorada, pero no a su hijo o bebé (“bambino”), sino a su “papaíto” (“babbino”) a quien suplica que le deje estar con su amado.

El concierto fue un compendio de diversas cuerdas (piano, guitarra y voz) con mucho, mucho amor, y nos complace haber sido partícipes del mismo, agradeciendo a todos los intérpretes el regalarnos este arte sublime que es la música, la cual, aun cuando es incapaz de imitar la realidad, se eleva por encima de la naturaleza ordinaria y se adentra en un mundo ideal, y con una armonía celestial consigue mover las pasiones mundanas.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€