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El coronavirus y un mundo nuevo

Inés Arrimadas ganó, el domingo pasado y por goleada, las elecciones para la presidencia de Ciudadanos y se convirtió en la primera mujer presidenta del partido. Eduardo de Castro -que solo es nominalmente de Ciudadanos, aunque realmente es un tránsfuga- quizás aconsejado por su monumental gafe, apostó por el perdedor, primero, y criticó a los que votaron a la vencedora, después. Muy típico de una persona como Castro que considera que todo el mundo está equivocado, salvo los que coinciden con sus particulares opiniones.
Las declaraciones de Eduardo de Castro que publicamos el martes son demostrativas de su inaudita incapacidad política. Por una parte denigra a los que votaron a Inés Arrimadas, que barrió electoralmente a los “críticos” como Castro se autodenomina, y a continuación dice esperar que la que va a ser nueva presidenta cuente con él, con los críticos, como (es ironía) Castro ha hecho con todos los ciudadanos, políticos o no, de cualquier otra tendencia que no sea la de la sumisión al presidente de una población de 85.000 habitantes con el sueldo más alto de España, y quizás del mundo.

Por cierto, Javier Imbroda sí entró en la Ejecutiva Nacional de Ciudadanos. Su (presunto) compañero de partido, Castro -que estuvo a favor de que eliminaran el nombre de Javier del Pabellón de Deportes de nuestra ciudad- no. Es seguro que Eduardo de Castro considera que su categoría está muy por encima de la de Javier Imbroda, aunque el resto de los melillenses y del mundo entero -gafe excluido, y ya, para su desesperación, sin opciones de cobrar más o menos como Castro, como presidente de la sociedad pública Promesa- opine absolutamente lo contrario. Pero Castro, según él, siempre tiene razón, aunque el mundo entero, melillenses incluidos, opine lo contrario.

Asombrosas, por lo indignas, torpes y falsas, son las declaraciones del tránsfuga Jesús Delgado Aboy -¡sí, tránsfuga, o trásfuga, político!- asegurando que con él su partido había logrado un éxito electoral, siendo evidente que sin él Vox obtuvo un resultado electoral mucho mejor en Melilla en las elecciones generales, con candidatos desconocidos a la cabeza del partido. El problema para Vox fue que a él, a Jesús Delgado, sí le conocían y ha sido un peso muerto para Vox. Entonces demostró y sigue demostrando ahora una ignorancia monumental, solo comparable a su torpeza infinita. Lo que dice del actual único diputado de Vox, Juan Carlos Escoz -porque el tránsfuga Delgado se ha negado a dejar el escaño de diputado local que logró con las siglas del partido- y que fuera el número dos de ese partido, es repugnante. Que se le proporcione dinero a Jesús Delgado, vía grupo parlamentario o lo que sea, sería un golpe mortal para nuestra ya más que angustiada ciudad, por mucho que él pueda ser, junto con Castro, ese ansiado diputado numero trece, necesario para mantener al actual Gobierno.

Pero todo eso, que tenía escrito desde mediados de semana, ha quedado minimizado por el caos originado por el coronavirus. De la nada y la inacción se ha pasado al caos casi absoluto. La Bolsa se hunde, especialmente tras las intervenciones, tardías y propagandísticas, del presidente Sánchez. Los hospitales se colapsan. Los empresarios y autónomos se arruinan.Los colegios, aunque tarde, se cierran, como las fronteras con Marruecos, mientras que la delegada del Gobierno en Melilla se entera por la prensa, la nuestra, de que Marruecos cierra sus fronteras con nosotros y de que los melillenses en Marruecos han de volver a toda prisa a nuestra ciudad. El deporte se paraliza. Los contagios y las muertes aumentan.
¡Quédate en casa! es la recomendación de la Comunidad de Madrid, la que más rápidamente ha reaccionado ante la pandemia. Nuestros hábitos de vida han de cambiar, quizás ya para siempre. Las rebajas fiscales son imprescindibles, por mucho que le pese al Gobierno socialcomunista que padecemos. El Gobierno de Melilla también ha de cambiar, radicalmente, porque Melilla, así, como iba y como va, se termina, se muere. “Estamos trabajando mucho”, la frase más oída proveniente de nuestros dirigentes, siempre ha sonado falsa, pero ahora es ya una burla suicida.

Ya estamos, por segunda vez en la historia de España, en estado de alarma nacional, en situación de reclusión y limitación forzadas. ¿Venceremos al coronavirus? Sí, claro, le venceremos, antes o después, quizás pronto, dentro de unos dos meses, si encuentran la vacuna adecuada, pero una etapa de nuestras vidas ha terminado para siempre. De esta catástrofe pandémica mundial surgirá un mundo nuevo y muy distinto del actual. Ya nada volverá a ser como era.

Posdata
Lo del Estatuto de Autonomía de Melilla y su vigésimo quinto aniversario, el pasado viernes, hubiera sido un tema de debate capital en circunstancias normales. Ahora parece una insignificancia, pero, para desintoxicar un poco el ambiente, resulta curiosa la discrepancia sobre nuestro incompleto, o casi fallido -como se prefiera- Estatuto. Dos opiniones antagónicas sobre lo del Estatuto y su salud: la de José Megías -“Melilla no quiere ser cuestión de Estado. No existen padres autonómicos. No hubo Asamblea Constituyente. No hubo comisión redactora del Estatuto. Sí hubo obedientes y disciplinados transportistas del texto que les dieron”- y la de Ignacio Velázquez -“Melilla: la última autonomía”, con su personal versión de lo que él considera un gran logro, a pesar de que no se aceptaron dos peticiones iniciales del PP local: la capacidad legislativa y la designación del senador autonómico.

Lo importante, hoy, ahora: Si de las grandes crisis surgen los grandes hombres (en el sentido de seres humanos de cualquier sexo) Melilla puede ser el laboratorio ideal. Ojalá un grupo de grandes melillenses surja de esta catástrofe, se pueda hacer con el poder y el control y pueda salvar a nuestra moribunda ciudad.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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