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Carta del Editor

La imposibilidad de “trabajar juntos” y de soportar la prisión domiciliaria

Eduardo de Castro, que preside actualmente el Gobierno de la Ciudad, rechaza relajar el confinamiento en Melilla, a pesar de ser nuestra ciudad la que tiene la menor tasa de mortalidad de España. Y, siguiendo su habitual proceder, De Castro riñe a los demás, esta vez a los presidentes autonómicos españoles -incluyendo entre ellos al declaradamente no español Torra- por “apresurarse” a solicitar tal relajación del “confinamiento” (por cierto, y de acuerdo con el diccionario de la lengua española, lo que estamos padeciendo no es confinamiento, sino una especie de prisión domiciliaria).
Eduardo de Castro, que preside actualmente el Gobierno de la Ciudad, rechaza relajar el confinamiento en Melilla, a pesar de ser nuestra ciudad la que tiene la menor tasa de mortalidad de España. Y, siguiendo su habitual proceder, De Castro riñe a los demás, esta vez a los presidentes autonómicos españoles -incluyendo entre ellos al declaradamente no español Torra- por “apresurarse” a solicitar tal relajación del “confinamiento” (por cierto, y de acuerdo con el diccionario de la lengua española, lo que estamos padeciendo no es confinamiento, sino una especie de prisión domiciliaria).

De Castro -probablemente afectado todavía por el gafe monumental que fue, desde el principio de su desgraciada, para Melilla, presidencia, su guía y al mismo tiempo su catástrofe- añadió en su rueda de prensa una frase, un fallido intento de explicación a su decisión de mantener a los melillenses en prisión domiciliaria, que no hizo sino estropear aún más su dictatorial postura. “Prefiero pasarme a quedarme corto”, dijo. Cualquier político mínimamente sensato, con un mínimo sentido democrático, mintiendo o no, hubiera -debería de haber- dicho que iba a consultar a las demás fuerzas políticas incluyendo a sus compañeros de Gobierno, o a los melillenses en general -vía encuestas-, o a los comités de expertos locales (si es que existen tales comités, porque expertos sí los hay, y muchos). Pero no, él, el presidente aislado, decidirá, sin pasarse ni quedarse corto (según él mismo) cuál será el momento en el que 85.000 melillenses podremos salir de nuestro encierro, o el instante en el que los autónomos y las empresas podrán empezar a trabajar intentando sobrevivir, o cuándo los test del coronavirus se podrán hacer a la mayoría de los que moran o habitan en nuestra ciudad.

Yo creía, y deseaba, que jamás volveríamos a tener en Melilla un máximo dirigente político, alcalde en aquel año de 1985, tan cerril e incompetente como el nefasto Gonzalo Hernández. Eduardo de Castro demuestra, un día tras otro, que me equivoqué. El extinto diario El Sol publicó el 21 de noviembre de 1920 un artículo atribuido a José Ortega y Gasset, con el título de “Política del diablo y Gobierno de nadie” en el que decía que el señor Dato no podría gobernar porque “le faltan para ello dos cosas esenciales: fuerzas políticas e ideas de gobierno…estas gentes no tienen idea alguna de lo que van a hacer, en su vida las han visto más gordas y, cegados por pasiones particulares, asumen con inconsciencia las responsabilidades de gobierno”. Y, por desgracia para Melilla, entre Dato y De Castro no hay comparación posible.
“Es ya un clamor que el actual Gobierno local no puede continuar. También es evidente que el PP melillense tiene que cambiar, porque esa es la única posibilidad de que nuestro Gobierno cambie”, era el final de nuestro Editorial del lunes. No se trata de volver a ningún pasado, se trata de, es necesario, es imprescindible, construir un nuevo futuro. Y hay que ser conscientes de que los actuales dirigentes de los partidos políticos melillenses jamás “trabajarán juntos”, como “piden” (los representantes de los empresarios “piden”, los sindicatos “exigen”) una y otra vez, con incansable e inútil candidez, los dirigentes de la Plataforma de Empresarios de Melilla.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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