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La delgada línea roja

El exconsejero de Seguridad Ciudadana anunció en agosto de 2018 que el reglamento para usar el carril bici en Melilla estaba elaborado. Todavía hoy sigue sin estar regulado, KEPP CALM (poco a poco)

En la situación que nos encontramos actualmente, y tras la limitación en el tiempo de práctica de la actividad física, “hemos logrado” que, tras meses de inactividad forzada, el efecto llamada para la realización de tales usos, haya superado todas las expectativas. Esto ha puesto de manifiesto las limitaciones en infraestructuras peatonales y ciclistas en toda nuestra ciudad, tanto en calidad como en cantidad.
Aceras saturadas de peatones, bendita saturación, dan lugar a un replanteamiento serio en el reparto del espacio público, pues en una ciudad moderna no caben diseños propios de los años 70, donde inevitablemente las necesidades en los entornos urbanos cambian con el paso de los años y donde en Melilla, a las pruebas me remito, no hemos sabido, tras muchos discursos carentes de fundamento, adaptarnos en tiempo y forma.
Desde el punto de vista de la naturaleza humana, los ciudadanos siempre hemos necesitado de lugares de ocio, de comunicación verbal y física, de tener la oportunidad de trasladarnos, ya que nuestra naturaleza es sociabilizadora. Un “desarrollo de ciudad” que prime esas necesidades básicas debe convertirse en una constante en los planes actuales y futuros, pues la comunicación entre barrios necesita de unas aceras (redes peatonales de calidad) y redes ciclistas (seguras y ajenas a los contaminantes habituales) donde las relaciones sociales puedan desarrollarse de manera adecuada o, al menos, tengan una oportunidad de hacerlo, proponer una auténtica “vida entre los edificios”.
Nadie, ya sea por género, edad, con movilidad reducida o no, grupo social, barrio (zona residencial), debe quedar fuera (ciudad inclusiva) de tal diseño urbanístico. Seguir proponiendo carreteras incluso en entornos claramente diferenciadores, ya sean colegios, zonas residenciales, centros de ocio antes incluso de observar las necesidades básicas expuestas anteriormente se me antoja un despropósito.
Ciudades de renombre rompen calzadas a favor de los peatones para no ser recuperadas jamás. Barcelona, Milán y otras menos conocidas ahora mismo construyen aceras de 4,5 metros donde una familia pueda caminar unida y, si dado el caso se cruzan con más personas, puedan estas respetar la distancia recomendada por los expertos o si, llegado el caso, deciden pararse a charlar porque sencillamente les apetece, puedan hacerlo sin “entorpecer sin molestar”.
El diseño de calles, barrios, ciudades resilientes desde un punto de vista natural es objetivo de esa propuesta, la cual busca el cumplimiento de derechos fundamentales, como el derecho a respirar un aire que no perjudique nuestra salud o eliminar los altos ratios de ruido, además de proponer una reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero, donde la salud y la presencia de personas en las calles sea una prioridad del desarrollo urbanístico y no una casualidad.

Redes ciclistas
Si hablamos de redes ciclistas, estas deberán formar parte de toda la superficie de la ciudad y, en especial, deberán crecer a partir de los barrios. Los expertos hablan de unos “mínimos del 25%” para que dicha estructura (red ciclista) forme parte de un proyecto de ciudad. Saber en qué porcentajes nos movemos ahora plasmará, sin temor a equivocarnos, que el objetivo propuesto está muy lejos de lograrse y establecerá un verdadero orden de prioridades en su desarrollo.
El carril bici desde su “inauguración” (recordemos que sigue sin estar debidamente regulado o señalizado) ha ido, tras las sangrantes críticas recibidas en su nacimiento, donde los “costumbristas” del fake fueron muy numerosos y las críticas constructivas muy pocas, ganando adeptos de toda naturaleza y donde esa agresión voraz ha dejado paso a las buenas palabras y, lo más importante, a las costumbres y usos.
Corredores, usuarios de patines eléctricos o no, motos eléctricas, corredores individuales o en grupo, caminantes y, por supuesto, ciclistas han utilizado con más o menos derecho esta oferta de movilidad sostenible de protección ciclista, pues todos nos sentimos atraídos por esta infraestructura novedosa y protectora en nuestra ciudad.
¿Quién se acuerda ya de lo que el paseo marítimo ofrecía con dos carriles infestados de coches, donde la velocidad y los atropellos estaban a la orden del día? ¿Quién de los presentes daría un paso atrás? ¿Quién de esa masa crítica levantaría la mano hoy contra el carril-bici? Afortunadamente, ese discurso lleva tiempo fijando su mirada en otras cosas, pues el fake vive de la inmediatez, al descomponerse con facilidad.
Esa delgada línea roja en la que se ha convertido el carril bici aparece ante nosotros ahora llena de practicantes de actividad física. La autoridad competente lleva años “despistando” su atención ante los abusos de algunos y la soberbia de otros. Luchar a cada paso es agotador, reclamar protección ciclista y cuidado en un Estado de Derecho por parte de una entidad social debe hacer reflexionar a las autoridades y a los que claramente ofenden al sentido común. Frases como “si no molestamos”, “si es con educación”, “respetando a los demás”, todas ellas muy respetables, pero a todas luces incoherentes, pues los ciclistas no ganamos los espacios peatonales.
“La acera es del peatón”, los peatones, las motos eléctricas y demás fauna propia de esta selva en la que nos incluimos todos deben entender que el respeto comienza por cumplir la ley, si no las actuales, pues no está regulado, sí la del sentido común. Reza el refrán “Las leyes cambian, pero las verdades universales no lo hacen”. Nadie se imagina a un ciclista en la pista del Álvarez Claro realizando series en la pista de 400 metros, por mucho que respete a los corredores que allí entrenan, por respeto, seguridad o el menos valorado de todos: el sentido común.
En una ciudad donde los vehículos aparcan en las aceras, donde los camiones de reparto toman para su carga y descarga los pasos de peatones, donde siguen circulando vehículos a más de 60 km/h o donde todoterrenos con defensas metálicas “homologadas” circulan alegremente, sin escandalizar a nadie, o el ruido de motos trucadas te destrozan los oídos todos los días y lees en redes sociales la frase “si le molesta a tu bebé cuando paseas, haz como yo, que no saco a mi perro a la calle porque también se asusta”, entristecen y desesperan.
Escribir frases incendiarias como “hacer cumplir la Ley”, “respetar el espacio público” puede parecer pueril y tal vez, en una ciudad donde da la sensación que vale todo y el mientras a mí no me toque es moneda de cambio, solicitar una y mil veces que una infraestructura sea utilizada para lo que fue diseñada, sea peatón o ciclista, seguramente a ti que no te afecta la hagas caer en saco roto, pero eso no cambiará una verdad inalienable, y es que el uso o el abuso no te da el derecho por muy respetuoso que dices que seas, pues si tanto respetas, sé congruente.
Como decía la canción infantil, “vamos a contar mentiras tralará”. Donde por el mar corrían las liebres (las aceras llenas de coches), por los montes las sardinas (los corredores en el carril bici) y el peral de mi abuelo daba ricas peras (los ciclistas y patines por las aceras), ese es el escenario de nuestra querida ciudad, donde los abusos de algunos atentan contra los derechos fundamentales de muchos y así cuando le tiraban piedras caían avellanas y mientras, los responsables a otra cosa.

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