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Carta del Editor

Melilla tiene futuro, si está bien gobernada

Platón creía que la realidad no existe, es solo un pálido reflejo de las ideas. La filosofía, como se sabe, nació en Grecia como logos, como un intento de comprender racionalmente el mundo, pero la tragedia griega, la de Esquilo, Sófocles y Eurípides, es puro pathos, en su acepción de sufrimiento.
Parecía que todo estaba ya inventado, pero Pedro Sánchez y su asombrosa gestión de la crisis -cuyo penúltimo episodio ha sido la resurrección de 2.000 muertos, que han desaparecido de las listas oficiales de fallecidos- requieren, como escribió José María Marco en La Razón, “la invención de un género literario nuevo, algo así como la tragedia bufa”, el triunfo del pathos -la tragedia de los que padecemos a Sánchez- sobre el logos, el intento de comprender racionalmente el mundo, de salir de la caverna -la alegoría de Platón- de antes; los confinamientos de Sánchez, Iglesias, Illa y compañía, de ahora.

Ahora es pertinente, por seguir con la filosofía, lo que escribió Immanuel Kant: “Un gobierno que se constituyera sobre el principio de la benevolencia para con el pueblo, al modo de un padre con sus hijos, esto es, un gobierno paternalista, en el que los súbditos se ven obligados a comportarse de manera meramente pasiva, aguardando sin más del juicio del Jefe cómo deben ser felices y esperando de su bondad que éste también quiera que lo sean, un gobierno así es el mayor despotismo imaginable”. Ahora, cuando nos tratan como niños, niños tontos además, estamos ya en ese “el mayor despotismo imaginable” kantiano. Lo ocurrido el miércoles en el Congreso fue una prueba más, estruendosamente audible, de hasta qué punto padecemos el despotismo en España, el despotismo progrecomunista.

Lo que no sabíamos es que entre los progres se encuentra el lamentable ministro del Interior, Grande Marlaska. Lo tenía bien escondido, quizás hasta la muerte de Julio Anguita, un comunista digno que repetía, ante mí también cuando estuvo en Melilla, que el peor insulto que le podían hacer y el que no podía soportar es que le llamaran “progre”, como Marlaska -al que parece que le quedan tres telediarios como ministro- se autodefine ahora.

Entre las barbaridades que estamos padeciendo hay que señalar la penúltima, la inclusión, con mando, en una comisión para la reconstrucción económica de España a un comunista destructor chulesco, como Pablo Iglesias. Eso es convertir a la recién nacida en una comisión para la deconstrucción. Cree, además, el ladrón que todos son de su misma condición. Los que están en pleno proceso de golpe a la democracia y a la Constitución desafían a otros a que, si se atreven, den un golpe de Estado -como hicieron los separatistas catalanes condenados, considerados unos demócratas ejemplares por el comunista bolivariano jefe- mientras Patxi López (o Patxi Nada) observa abobado cómo el guerracivilista acusa de guerracivilismo a los demás y Nadia Calviño comprueba lo difícil que va a ser, con el comunista Iglesias al mando de la economía y en plena orgía de intervencionismo público, recibir los 140.000 millones de euros de las ayudas de la UE que la programadamente dinamitada economía española necesita.

Nuestra España va a terminar muy mal, rota y empobrecida, si esto sigue así. Solo se me ocurre que unas nuevas elecciones, con más pensamiento racional y menos emocional a la hora de votar, cambie el panorama político y detenga el desastre progresivo en el que nos encontramos.

Pero eso de nuevas elecciones no es posible para Melilla, que no es una autonomía, y lo que se deduce de mi entrevista con Juan José Imbroda -publicada ayer- es que no hay posibilidades reales de cambio de gobierno local vía acuerdos del PP con CpM o con el PSOE. Hay otras posibilidades, dependientes de factores externos, pero todavía demasiado etéreas.

La entrevista con Juanjo Imbroda creo que permite a los melillenses conocer mejor a una persona que tiene una larga e importante historia política, que lleva veinte años ganando elecciones, que mantiene un peso y un liderazgo importante en el tablero político local, que quiere a Melilla, que es inteligente y que sabe mucho de nuestra ciudad. Juanjo tenía, hace poco más de 20 años, una posibilidad entre 100 millones de llegar a ser el número uno de la política local, pero se produjo esa posibilidad, ese milagro, y lo aprovechó. En estos últimos 20 años de su presidencia ha habido errores y aciertos, como ocurre en toda aventura humana. El tiempo y la perspectiva histórica ayudarán a juzgar mejor esa larga etapa. Ahora quizás el juicio más objetivo sería el que se deduzca de la respuesta a dos preguntas: ¿estaba Melilla mejor cuando Juanjo Imbroda dejó la presidencia que cuando la logró? y ¿está Melilla hoy peor que cuando él era presidente? La respuesta a ambas preguntas me parece clara: sí.

Dicho y admitido eso, por esa misma razón y teniendo en cuenta que Imbroda declara tener toda su vanidad política más que cubierta, lo que sería necesario es que aportara toda su experiencia y conocimientos para que Melilla estuviera gobernada mejor, y que eso ocurriera pronto. El recurso de que el cambio de gobierno debe provenir de los que gobiernan es más escapismo que otra cosa, y él lo sabe. Hay que pensar a largo plazo, es cierto, pero Melilla se desangra y el enfermo no puede esperar mucho. Melilla, me decía Juanjo, tiene futuro si está bien gobernada. Ni el PP, ni Cp., ni el PSOE de hoy serán los del mañana, le dije yo. Más que a la paciencia que Juanjo Imbroda recomienda, creo que hay que recurrir hoy a la grandeza humana, a la capacidad de sacrificio personal, a la esperanza de un presente mejor que nos permita llegar al futuro posible y deseable.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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