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Todos somos contingentes (o la vuelta al cole, 1ª parte)

La verdad es que Melilla podría ser fuente de inspiración para una peli de José Luis Cuerda, que en paz descanse también, (para una de Buñuel no, que nos falta nivel)

Madre mía, me cojo unos días de descanso y no vean la que se ha liado. Claro, y la gente se pregunta qué está pasando para que en España (y en Melilla) nos esté azotando tanto el coronavirus. La COVID-19 ha regresado a Melilla para disfrutar de sus encantos patrimoniales, de su gastronomía amateur y de sus plácidas playas. Confieso que tampoco me sorprende: vengo insinuando desde varios artículos atrás que Melilla es un enjambre de incoherentes y caraduras irresponsables (espero que la imagen de una armónica y laboriosa colmena guste más que la de sucia y lóbrega “ratonera”). Lo más irrisorio es que ahora muchos de esos incoherentes salen a hurgar en la herida, a ver si sirviéndose miserablemente de los miedos pandémicos rascan por fin los cuatro votos que no consiguen por méritos propios. A mí, esta gente aprovechada me recuerda a los asaltadores de tumbas, esos que hurtaban las pocas joyas con que se enterraba a los difuntos o a los que sisaban las botas a los caídos en el campo de batalla. Yo es que tengo la manía de explicármelo todo con símiles, alegorías y metáforas, aunque luego vengan otros a copiarme las ideas. Voy a pensar que he creado “tendencia”, que queda más juvenil.

A propósito: los juveniles y desmelenados podemitas, aprovechando la ausencia de su querida líder, han salido en tropel para… Para nada. Para soltar somníferas peroratas o para inventarse trolas titánicas. Es lo que pasa cuando no se tiene ni puñetera idea de las cosas: o te las inventas a pie de paso de peatones o haces el ridículo desde el parque hasta la tele online. Natural que reciban la misma atención que un cacahuete en una pecera o que se lleguen a meter en un lío desagradable… Criaturas. No sé a ustedes, pero a mí me dan algo de penica. Soy así de tierna. Quizá se deba a mi nostalgia por los tiempos de Paco Frutos, que en paz descanse, a quien tuve la fortuna de escuchar en Granada, allá por el neolítico de mis días, cuando él era el líder de una aún no extinguida ni prostituida Izquierda Unida y yo una universitaria marxista de pura cepa. En aquel entonces ya me percataba de que, grosso modo, no hay mucha diferencia a veces entre un jardín de hermosas rosas y una bandada de gaviotas sobre el mar: las rosas tienen punzantes espinas, las gaviotas son aves carroñeras. Lo que no me podía imaginar es que IU llegara a colgarse el cartel de “Se alquila” y terminara como está en el presente. Como bien saben, ahora solo sigo las machacantes consignas de la incertidumbre pospandémica, que es al mismo tiempo una especie de religión new age. Total, aquí en Melilla no se distingue una cosa de la otra y así nuestros representantes políticos se arrojan recíprocamente borregos y mantillas para vergüenza y asombro de quienes defendemos la laicidad del sistema, como dicta nuestra sacra biblia constitucional.

La verdad es que Melilla podría ser fuente de inspiración para una peli de José Luis Cuerda, que en paz descanse también, (para una de Buñuel no, que nos falta nivel). Mi peli preferida de Cuerda es Así en el cielo como en la tierra (1995), magnífica de principio a fin, e impagable por contar con un Fernando Fernán Gómez haciendo de Dios fascinado con Nietzsche y un Gabino Diego como San Juan Evangelista, poeta incomprendido. Pero en Amanece que no es poco (1989), que cuenta con un buen número de feligreses llamados “amanecistas”, más feligreses incluso que los que le han salido ahora a nuestra Fundación Monumental, hay una frase genial que nos viene perfecta para estos tiempos: “¡Alcalde, nosotros somos contingentes, pero tú eres necesario!”, vitorean los ciudadanos al munícipe. Bien: ahora démosle la vuelta para aplicarla a nuestra ciudad. “Usted será necesario, pero aquí todos somos contingentes.” Y a eso voy: las autoridades sanitarias, educativas y territoriales tendrán la máxima responsabilidad en el modo de afrontar el bicho en sus áreas de competencia, pero si la ciudadanía melillense -ese todos y todas- no asume su rol de “contingencia”, su responsabilidad subjetiva, familiar e individual, todo se irá a tomar por saco, por muy “necesarias” que sean dichas autoridades.

Esto es lo que la gente no quiere asumir en su infantilismo ciudadano (casi histerismo de postureo). Esa misma gente inmadura, caradura e irresponsable que incumple las normas, que no colabora, que alarma e insulta y que encima se atreve a soltar sandeces en redes sociales y tertulias de cerveza o café. A mí esta gente me provoca vergüenza ajena. Y mucha. Porque hay que explicárselo todo cien veces, como a mi alumnado, y ni por esas. Mi alumnado, al menos, termina entendiéndolo y, sobre todo, tiene más corazón. No importa, voy a sacrificarme duramente por el bien común, seré docente en este mes de agosto y lo explicaré por enésima vez. Las autoridades han de analizar las situaciones, dictar instrucciones (pero también velar por su cumplimiento) y proporcionar los recursos disponibles. La ciudadanía debe acatar dichas instrucciones (sin excepciones), usar con cabeza los recursos (sin excepciones) y colaborar en el bienestar y el cuidado de la ciudad (sin excepciones). Si se hubiera dado el caso de que las autoridades no se hubieran molestado en regular normas para su ciudadanía, entonces sí podríamos ponernos exigentes. Lo único que falta es más disciplina sobre quienes tienen la obligación de hacer cumplir las normas, desde la alta autoridad en el despacho hasta los agentes en nuestras calles. En esto se ha fallado, y no admite excusa. Pero esto es otra cuestión que supongo se resolverá. A mí me preocupa más la contingencia ciudadana en el campo que mejor conozco.

Queda muy poco para la vuelta al cole. Aunque el Ministerio de Educación y Formación Profesional -que está a nada de convertirse en el Ministerio del Milagro y la Hechicería, pero sin el glamour del Colegio Hodwarts de Harry Potter- nos ha dejado en el limbo, las Direcciones Provinciales de Melilla y Ceuta han estado meses trabajando en analizar situaciones, elaborar sus planes de contingencia (el nuestro más completo y realista que el ceutí, digan lo que digan los cenizos del gremio), negociar con distintas administraciones la disponibilidad de recursos y establecer acuerdos firmes (en esto adelantamos con creces a Ceuta, digan lo que digan los cenizos del gremio) y pelear con el Ministerio para aprobar el modelo semipresencial, que, por cierto, no es “el menos malo”, como dicen algunos iluminados, sino “el más sensato” para la ciudad. Vamos, que han sudado la camiseta. En mi opinión, quizá las DP pecan de una excesiva prudencia silenciosa (recuerden que nuestro Presi tendrá una reunión para abordar la cuestión educativa a finales de agosto, un poco más y lo hace en Navidad con dos bemoles); una prudencia que las gentes caraduras e incoherentes, en su histerismo infantil de postureo, tildan de opacidad o ineptitud. Pero por lo demás, hay que asumir que ahora nos toca a nosotros. Nos toca ser contingentes.

Tenemos que asumirlo. Porque si resulta que yo me contagio por culpa de un alumno que se niega a ponerse la mascarilla, ni se me ocurriría denunciar a la administración educativa correspondiente, ya que, por sentido común, caerá en saco roto. A quien habría que denunciar o multar es al padre, madre o tutor legal de esa criatura a la que no han sabido educar desde casa (¿no quedamos en que los niños y las niñas son de sus progenitores?, pues ea). Y si resulta que un compañero docente hace la misma gracieta, pese a sus tropecientos años de experiencia, tampoco se me ocurriría denunciar al director o al jefe de estudios de mi centro, que son los que se han comido todo el marrón organizativo en pro de su claustro. Denunciaría al docente temerario y egoísta, por usar dos adjetivos benévolos. Y si me pasara lo mismo acudiendo a una concentración convocada por los sindicatos, en lícitos y lógicos reclamos para nuestro colectivo que yo apoyaría obviamente, pero para la que no han tenido previsión de seguridad o porque se les escapa de las manos, pues ya saben… Así que vamos a asumir de una vez la parte que nos toca ya a todos y a todas. Nos toca ayudar y no entorpecer. Nos toca colaborar y no estorbar con mil quejas y cero aportaciones.

Y si la gente se sigue preguntando qué pasa en España (y en Melilla) para que nos esté azotando tanto el coronavirus y si se siguen multiplicando debates televisivos, editoriales mediáticos, griteríos cibernéticos, opiniones de chichinabo durante la cerveza o el café para dar una explicación, no se preocupen que yo se lo digo y esta vez sin sutilezas. ¡Con lo fácil que es! Lo que pasa en España (y especialmente en Melilla) es que hemos preferido ser gilipuertas, en vez de contingentes. Y ya está.

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