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Contra el Sistema presuntamente progresista

Las mayorías políticas absolutas se han acabado en España y se van a acabar asimismo en Melilla. El papel de Vox Melilla y la valía de los melillenses que formen el partido y lo dirijan va a ser muy importante para nuestro presente y nuestro futuro, hoy muy negro. Escribió un día Arturo Pérez-Reverte, confirmando los criterios hedonistas de la llamada sociedad del bienestar, “aquí -en España- no se echa nadie a la calle si no es para ver si le han rayado el coche”. Los politólogos estadounidenses denunciaron -escribe Manuel Parra Celaya y me lo envía mi amigo Jacinto Montes- lo que llaman una polarización afectiva partisana, o sea, una ruptura social en los EEUU entre seguidores de los partidos demócrata y republicano, que implica una demonización del adversario y una cerrazón de filas en el propio bando. ¿Se está dando también en España algo parecido?
Lo que está sucediendo en Cataluña nos inclina a pensar que sí hay criterios hedonistas paralizantes en nuestra sociedad y que sí estamos sometidos a los criterios -educación en la incivilidad y el rechazo del patriotismo, entre otros- presuntamente progresistas del ‘Sistema’ que padecemos, de manera que “la radicalización violenta ha aparecido en los sectores que se autodenominan pomposamente ‘progresistas’, caracterizados por un odio visceral a los valores denostados como tradicionales, a la historia y al propio conciudadano que osa discrepar de ese dogmatismo absolutista”, con el agravante, para nosotros, los españoles, de que “nuestra clase política presenta claras evidencias de rapacidad e imbecilidad, aunque tampoco debamos generalizar en este punto”.

La “polarización afectiva partisana” existe en España, como en todos los países desarrollados del mundo. Lo que ahora está en duda es si esos españoles criterios hedonistas paralizantes de la llamada sociedad del bienestar serán suficientes para evitar que la ya notable y más que peligrosa ruptura social que padecemos se convierta, de nuevo y atizada por repugnantes excrecencias parlamentarias como las del tal Rufián -un verdadero rufián de la peor especie-, se conviertan en un drama. La extraordinaria escritora María Elvira Roca Barea, autora de ‘Imperiofobia y Leyenda Negra’, nos da una pista para evitar ese peligro: “Tenemos por delante un trabajo de una o dos generaciones de reconstrucción nacional. Hay que limpiar todas las excrecencias que han producido los nacionalismos. Y este problema no se terminará hasta que no se modifique el régimen de las autonomías, una estructura territorial perversa que ha entregado los recursos del Estado a pequeños señores que en sus taifas se han hecho fuertes”. Lo mismo que dice VOX, dicho sea de paso.
“Vox le quita más votos a Ciudadanos que al PP. Podríamos pactar con ellos”. Son declaraciones de Teodoro García Egea, secretario general del PP, número dos del partido, publicadas en el diario El Mundo del pasado lunes. Vox, en España, va a obtener votos procedentes de la derecha y también de la izquierda, como ocurrirá hoy -según todas las encuestas- en las elecciones andaluzas, donde el hartazgo por los más de cuarenta años de dominio socialista y sus consecuencias sociales es evidente, aunque a los españoles cambiar el sentido de su voto les cuesta más de lo normal en cualquier democracia. Lo mismo ocurrirá, más que probablemente, en el resto de España, cuando llegue el momento de votar, algo que, a pesar de los desesperados y disparatados esfuerzos de Pedro Sánchez para intentar evitarlo, va a ser pronto. Y aún más ocurrirá con Vox Melilla, el nuevo partido local en una Melilla inmersa en un mar de descontentos especialmente graves y visibles. Las mayorías políticas absolutas se han acabado en España y se van a acabar asimismo en Melilla. El papel de Vox Melilla y la valía de los melillenses que formen el partido y lo dirijan va a ser muy importante para nuestro presente y nuestro futuro, hoy muy negro. Vox Melilla, la gente que la compone y los que se añaden y seguirán añadiéndose, no representa peligro alguno para nuestra ciudad, sino una oportunidad extraordinaria de cambiar y mejorar el peligroso rumbo melillense actual.

El cambio, y en ello vengo insistiendo una y otra vez, desde hace años, es imprescindible e inevitable en Melilla (como en casi todo el mundo, por cierto). Pero el necesario cambio no se produce por generación espontánea, sino por la decisión, el esfuerzo y la asunción de riesgo de las personas, de los individuos. Si te domina el miedo, no hay cambio posible y lo que tanto te disgusta seguirá disgustándote, porque, además, te lo merecerás. Si, instalado en tu inestable (aunque no lo creas) zona de confort, no te atreves a intentar instalarte mejor, perderás el confort y el futuro. Sólo el que ha superado sus miedos será verdaderamente libre, decía, con gran acierto y hace mucho tiempo, Aristóteles.

Posdata. Las fronteras de Melilla con Marruecos no sólo están mal, sino que cada día están peor, aunque pudiera parecer imposible conseguirlo. Cada vez hay menos coches, cada vez menos mercancía, cada vez son más caprichosos y desconocidos los criterios aplicados para permitir o prohibir las entradas y las salidas, cada vez hay más comerciantes aún más desesperados. Nuestras fronteras son un desastre sin paliativos. ¿Existe corrupción fronteriza? Probablemente. ¿Hay confrontación entre coches marroquíes y españoles? La hay. ¿Tenemos un vecino, Marruecos, incómodo? Sin duda. Pero: ¿Se podría arreglar el desastre? Se podría, porque, al menos en teoría, todo es posible, pero es indudable que así, con la composición político-funcionarial que tenemos, es manifiestamente imposible.

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