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La firma invitada

La bandera, pero sin trampas

Está muy bien que el Rey, la ministra de Defensa o quien así lo desee hagan esos cantos a la bandera, como los escuchados con ocasión de la Pascua Militar. Al fin y al cabo, todos los países consideran a su bandera como símbolo de su soberanía, su independencia y su unidad. Eso está muy bien, siempre que no lo convirtamos en un discurso artificial producto de las irresistibles ganas de tapar esas cosas que muchos pretenden esconder detrás de palabras tan maravillosas. Y lo primero que ahí se esconde es el afán de aquellos de borrar el reconocimiento de lo que esconden detrás de ese desmedido culto a la bandera. Conviene hablar claro en esta cuestión para que no caigamos en el peligro de borrar lo que no se puede borrar.
La cosa es más simple. El culto a la bandera es algo común a todos los países… pero solo vale si no hay gato encerrado, si detrás de eso no se pretende bendecir un pasado ignominioso en forma de dictadura también ignominiosa. Trampa en la que no debemos caer de ninguna manera. Todo el culto que queramos a la bandera, pero reconozcamos que muchos problemas sobre su rechazo por algunos sectores están bien justificados. Tendríamos que habernos esforzado todos en limpiar ese pasado inmediato que tantos pretenden disfrazar con una perversa utilización de la bandera de todos.

Cuando se instaló la democracia en este país podía pensarse que nadie fuese a utilizar la vieja bandera como tapadera o refugio de intenciones inconfesables para disfrazar posiciones y sentimientos totalmente inaceptables para cualquier demócrata. Pero durante demasiados años ha habido en España muchos abusadores de la bandera de todos, que consiguieron colocar a otros en contra o al margen de esa bandera. Y antes de derramar lágrimas de cocodrilo, los tales estaban obligados a corregir los malos restos del pasado, a limpiar las suciedades con que tantos demacraron a nuestra bandera y conseguir que ésta brillara siempre con el rojo y gualda de la sinceridad democrática y la limpieza política de alma y corazón. Estoy seguro de que desde la izquierda se han hecho muchos esfuerzos de comprensión que no han contado con el respeto de los tradicionales aprovechados del símbolo nacional.

Así que seamos justos y también inteligentes y no pensemos ni digamos que determinados rechazos a la bandera rojigualda no tienen detrás una justificación histórica. El rechazo se habría terminado si hubiesen hecho todos lo que todos los nacionales de otros países han hecho siempre con sus símbolos nacionales, en lugar de utilizarlos como armas arrojadizas o instrumentos de dominación política sobre los que consideran adversarios de la patria porque no se han tragado las trampas cometidas por otros a raíz de la desaparición del dictador, al que no quieren mover de su incomprensible instalación en el Valle de los Caídos.

No hay que esforzarse mucho para entender todo lo que digo. Basta con contemplar lo que hacen y dicen de la bandera muchos herederos del franquismo dictatorial. No seremos felices hasta que no consigamos librarnos de la maldición del pasado… en el que tantísimos se han aprovechado para sus intereses económicos y personales. Que no somos tontos ni nos chupamos el dedo.

Bendita sea la bandera de todos pero hay que decir eso no nos libere de la ecesidad de la limpieza exigente que, aunque sea con un retraso de muchos años, tiene que terminar llegando. Solo así tendrá un sentido total el discurso de la bandera, actualizado ahora con motivo de la Pascua Militar, que espero que sea la Pascua de todos y uno de los escenarios de las reconciliaciones que haya todavía pendientes sobre la castigada superficie de nuestro país durante muchos años del pasado, un pasado que no tiene nunca que volver

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