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Tribuna Pública

Omar Duddú El Funti, o el rugido de Al-Ándalus desde las entrañas del Rif

Invertí treinta y nueve años de mi vida rebuscando entre desgastados manuscritos de los antepasados y escudriñando apuntes árabes y no árabes. Mis pesquisas se extendían a ruinas abandonadas bajo tierra y otras veladas y apenas visibles en superficie, en busca de capítulos amputados de la historia de ese al-Ándalus que de tanta importancia gozaba en el extremo Dār al-Islam por haberles ofrecido a los seres humanos ciencias, sabiduría y civilización, cuya belleza y esplendor son inigualables.
No me imaginaba que al-Ándalus resucitara ante nuestros ojos de manera tan personificada para rugir en medio de la selva con la voz de esa verdad que su gente siempre había antepuesto en su conducta, cuando ya le creíamos enterrada en sus cenizas, después de que fueran arrancadas sus raíces, cortadas sus ramas, apagadas sus luces, robados sus bienes y borradas las señas de su identidad en un mar de tinieblas e injusticias de la era moderna, atiborradas de ostracismo religioso y odio racial.

No fue necesario que el rugido de al-Ándalus surgiera de sus grandiosas y archiconocidas metrópolis de Sevilla, Córdoba, Granada, Zaragoza, Valencia o Toledo…, tampoco de sus descendientes, domesticados (mudéjares) y cristianizados (“moriscos”) en la Península. Ni siquiera de los barrios de los confinados (andalusíes) en Rabat, Tetuán, Fes y Tremecén u otras ciudades y regiones. Ese rugido se hizo oír en Ras Addār (Rusadir), enraizada en Malīla (Melilla), capital de los Beni Yefren, en las entrañas del Rif. Ese rugido surgió de la garganta de uno de sus destacados hijos: el Sr. Omar Duddú el Funti. Se trata de uno de los más insignes personajes de la ciudad, rebosante de nobleza e indefectible moral, de mente vivaz e inteligente, siempre preparado para afrontar los momentos de crisis con valentía, coraje y rendir servicio a su ciudad con total entrega y generosidad.

Al mismo tiempo que la historia de toda una nación fue arrastrada por riadas de tinta surgida de plumas malintencionadas, intentando desembocar en charcas de interpretación y confusión, nuestros aprendices, en sus escuelas, no dejaron escapar las oportunidades que tuvieron de beber de sus turbias aguas, intentando con ello darle brillo a sus pálidos pliegos. ¡Cómo se parecen entre sí las tinieblas de la Edad Media y los deslumbradores fuegos de artificio de la era actual en su empeño por destruir las simientes andalusíes y acabar, una vez por todas, con la realidad histórica! Esa realidad que, una vez recobrada la nitidez, deja al descubierto la exacta e inequívoca evidencia de lo que sufrió en sus carnes la familia andalusí Al- Funtī : represión, tortura, persecución, el silenciamiento y la confiscación de bienes, tanto en su país de origen, en la Península Ibérica, como en su tierra de adopción, en la ciudad de Melilla, según el relato resumido de Omar Duddú El Funti en su conferencia en la Biblioteca Nacional de Reino de Marruecos en Rabat titulada: “Los Funti (Fuente) familia “morisca” en el Rif (Melilla): pasado y presente”.

Que sus antepasados fueran expulsados y exiliados de sus casas y de su tierra a raíz del famoso Decreto Real del Rey Felipe III del año 1609 es algo que se incluye en la lógica y las circunstancias de esa época; que se les vuelva a expulsar una segunda vez en los años sesenta del siglo diecinueve fuera de los muros de la ciudad de Melilla que los había acogido, fue toda una aberración. Pero, que se repita la expulsión por tercera vez, echando en 1987 al nieto detrás de las fronteras, privándole de su identidad en plena emancipación democrática, nos remite a la diabólica y larga mano, enraizada en las entrañas de ciertos Partidos, que anida en las mentes y encadena las almas, rechazando cualquier harmonía entre las regiones de la Península y los corazones de sus habitantes.

Lo mismo que rechaza tender puentes de fraternidad entre los pueblos ribereños que podrían disipar las sombras que impiden vislumbrar el horizonte de las dos naciones, desperdiciando así la posibilidad de devolverle al extremo occidente del Mediterráneo el protagonismo que tuviera en sus tiempos de gloria: motriz que surca las aguas en busca de la cumbre. Pero
¿cómo podría llegar tan alto el que niega la ciudadanía a los melillenses no cristianos o que no descienden de la estirpe nacionalista castellana, supuestamente unificadora? Visto lo visto, se nos antoja infructuoso cualquier intento de hacer razonar a quien sigue los pasos de la hidalguía medieval belicosa, preso de las ignorancias que, a raíz de la aplicación del decreto de expulsión, arrastraron a la Península y a su gente desde la cumbre de la gloria a la cola de las naciones.

Sin lugar a dudas, es un orgullo que fuera el hijo magnánimo de la ciudad de Melilla, de raíces amazig, musulmán de confesión, de lengua y cultura españolas, el Sr. Omar Duddú El Funti, el primero que rugiera con la palabra de la verdad. Tan fuerte que su rugido sacudió a toda la Península. Reclamaba la reorganización del país sobre nuevas estructuras, que no impusieran la indivisible trilogía: raza, lengua y fe. Esto permitiría la ciudadanía a los musulmanes amazig de Melilla, a los musulmanes de Ceuta y a los judíos e hindúes de ambas ciudades. El mismo Omar Duddú que va aún más allá, instando a los ribereños, marroquíes y españoles, a aunar esfuerzos para desmantelar las vergonzosas barreras de alambre de espinas, apaciguar las conciencias intranquilas y erradicar del pensamiento, de la cultura y de la geografía toda barrera excluyente. Esa sería la mejor manera de reivindicar los orígenes y comprender las verdades de la Historia.
¿Acaso no pueden los españoles, los marroquíes y los portugueses, sean cuales fueren sus credos, trepar en el pedestal de su propio señorío, como hicieran sus antepasados, para volver a unificarse y afrontar juntos los retos de la época, retomando las riendas de su destino? Sólo entonces, el Estrecho de Gibraltar – ahora falto de perspectivas – recobraría su posición como en tiempos de Al-Fath (Aperturas llaves en mano): un mar de tránsito entre continentes y culturas y la puerta hacia la prosperidad. Como primer paso para que la historia vuelva a su cauce, Omar Duddú El Funti con su altura de miras, propone hacer de Melilla y Ceuta un punto de reencuentro unificador entre los ciudadanos de las dos orillas y los pueblos de las dos confesiones: marroquíes y españoles. Esto le devolvería al Mar Mediterráneo su particularidad genuina como cuna de las civilizaciones y llave de la paz entre los pueblos, sacándole así de su vergonzosa situación en la cola del mundo al convertirse en el cementerio de las esperanzas y vertedero de residuos.

Parece ser que, tanto en lo político como en el pensamiento y la cultura, no hay actualmente entre las élites de las dos orillas nadie que entienda el significado de al-Ándalus ni intuya cuál es la esencia de las dos entidades, la magrebí y la ibérica, lo que le permitiría retomar el mando sobre su tiempo antes de que fuera demasiado tarde. Entre la doctrina del nacionalismo católico cuyo aleteo fragmenta la Península sacudiendo su ser al impedir el retorno de las personas ansiosas por reengancharse a sus orígenes; la perdida de los de la orilla marroquí de su identidad y de su portentosa cultura para adoptar la de otras naciones, la situación permanece incontrolable y el vacío infunde miedo. Solo una élite capaz de ensamblar los elementos dispersos de las identidades originales, la magrebí y la ibérica, sería capaz de diseñar una estrategia de salvación para las dos naciones.

Este pues, que en los años ochenta del siglo pasado se había dirigido a vosotros desde Melilla, en el Rif, sin que en aquel entonces supierais o pudierais identificarlo al no poder situar con exactitud sus orígenes, al que retirasteis su documento de identidad, le denigrasteis, le insultasteis y expulsasteis; esa persona no es sino el que encarna la voz de al-Àndalus, el alma de su gente y os invita a romper con la era de las tinieblas y a agarraros a la luz de la sabiduría. Es, en definitiva, Omar Duddú El Funti, el líder de Melilla y los melillenses y que continuará siéndolo eternamente, con la cabeza alta, sin que nadie pueda, nunca jamás, borrar esa realidad de los anales de la Historia.

Al haber hecho oídos sordos al verdadero sentido de su rugido, las multitudes, perdidas en los laberintos ajenos, deberían reflexionar sobre cómo se desarrollan los tumores cancerígenos en nuestros lares y cómo se elevan, devastadoras, las olas de la pobreza en las profundidades del continente negro, derramando sangre sobre las alambradas afiladas, como consecuencia de las disputas nacionalistas, las intransigencias religiosas y los conflictos raciales.

Ciertamente, es enorme la diferencia entre cómo estamos y el sueño de Omar Duddú El Founti con que “brillen en Melilla y Ceuta las luces de los antiguos y nuevos andalusíes”

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