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Un escrutinio irreal

Es anacrónico tener que redactar actas a mano cuando se pueden utilizar ordenadores y dispositivos electrónicos para facilitar la labor, máxime cuando el sistema manuscrito no está libre de errores, como se ha comprobado Si la Junta Electoral de Zona u otro órgano superior no lo remedia, las elecciones locales y europeas celebradas en Melilla el pasado domingo se quedarán con unos resultados irreales que no se corresponderán a lo que los melillenses votaron de verdad en las urnas. Y esto es así porque las actas de siete mesas electorales no estaban bien redactadas, sino que contenían errores en el recuadro de los votos obtenidos por las diferentes candidaturas, lo que hizo perder a CpM 379 votos en una mesa en favor de Adelante Melilla en las elecciones autonómicas, y al PP 731 en favor de otras formaciones minoritarias en las elecciones europeas. Errores que la Junta Electoral dio por buenos y que se quedaron en anécdota porque no varían el reparto de escaños, pero que perfectamente podrían haber cambiado todo el panorama, y todo por un error evidente, cometido por unas pocas personas.
El fallo es del presidente de la mesa, que es el encargado de redactar el acta, al equivocarse de renglón a la hora de escribir el resultado de los votos tras llevar a cabo el escrutinio, y que en la noche electoral cometieron siete mesas diferentes, seis de ellas en el escrutinio de las europeas y una en las autonómicas. Pero también es un fallo del resto de integrantes de la mesa, incluidos los interventores asignados por los partidos, porque ninguno se percató de los errores que había en las actas y, sin embargo, plasmaron su firma para mostrar su conformidad con lo que allí había escrito. Un despiste generalizado en los interventores y no solo de los partidos afectados al ver reflejadas en las actas menos votos de los que en realidad les correspondían (PP, CpM y Vox), sino también los de los de otros partidos que tampoco dijeron nada, aunque el fallo no les afectara o sí lo hiciera, pero para llevarse más votos de los que habían cosechado en realidad en la urna.
Está claro que todos somos humanos y todos podemos errar. Y es muy comprensible que esto ocurra en el caso de los presidentes de las mesas electorales después de una jornada demasiado intensa, que empieza para ellos a las ocho de la mañana, cuando están convocados todos los miembros en los colegios, y termina en muchos casos de madrugada. Tras más de 12 horas al pie del cañón en la mesa, les toca llevar a cabo el recuento, y después, redactar el acta de escrutinio, el acta de sesión y llevar toda la documentación a la Junta Electoral. Con una responsabilidad tan grande durante tantas horas, que genera tanto desgaste, y especialmente en unas elecciones como las que se celebran en Melilla, con tanta tensión acumulada, es lógico que los presidentes de mesa cometan errores, especialmente cuando se trata de una tarea tan delicada y poco frecuente como esta.
Esa es la razón por la que cada vez que se celebran unas elecciones y se revisan las actas de las mesas al miércoles siguiente, los errores sean una tónica habitual. Esto debe ser objeto de reflexión y de un necesario cambio en el sistema electoral que se emplea. Es anacrónico tener que redactar actas a mano cuando se pueden utilizar ordenadores y dispositivos electrónicos para facilitar la labor, máxime cuando el sistema manuscrito no está libre de errores, como se ha comprobado. También es ya impropio de la época tecnológica en la que nos encontramos tener que utilizar toneladas de papel para confeccionar millones de papeletas y sobres que después son destruidos, al igual que obligar a los emigrantes a tener que desplazarse cientos o miles de kilómetros hasta el consulado o la embajada, cuando a golpe de clic podemos conectarnos con cualquier lugar del mundo y hacer trámites administrativos con el DNI electrónico. Está claro que hay que avanzar y no quedarse anclado en el pasado, porque estos errores, aunque anecdóticos en este caso, nos dejan unos resultados de ciencia ficción al no corresponderse con la voluntad real de los melillenses, especialmente de aquellos que votaron a un partido, y resulta que a la hora de la verdad, sus votos han ido a parar a otro.

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