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Carta del Editor

Cambio sí, catástrofe no

A nuestro Rey, Felipe VI, le han otorgado la mayor de las distinciones británicas, la Orden de la Jarretera, en cuyo atavío figura la curiosa frase latina “honi soit qui mal y pense”, que viene a decir algo así como “debería avergonzarse, aquel que sospeche una motivación ilícita”. Es una frase más utilizada de lo que puede parecer, muchas veces con un propósito irónico, como cuando se emplea para definir lo hecho por un político que dice que va a actuar únicamente “por el bien de la comunidad” y resulta que su primera preocupación es el asiento público y sus prebendas, por ejemplo.

Es de caballeros no ser mal pensado, pero es de tontos pensar bien de quien hace mal. A nuestro Rey, Felipe VI, le han otorgado la mayor de las distinciones británicas, la Orden de la Jarretera, en cuyo atavío figura la curiosa frase latina “honi soit qui mal y pense”, que viene a decir algo así como “debería avergonzarse, aquel que sospeche una motivación ilícita”. Es una frase más utilizada de lo que puede parecer, muchas veces con un propósito irónico, como cuando se emplea para definir lo hecho por un político que dice que va a actuar únicamente “por el bien de la comunidad” y resulta que su primera preocupación es el asiento público y sus prebendas, por ejemplo.

Es de caballeros no ser mal pensado, pero es de tontos pensar bien de quien hace mal. Es de tontos pensar que quien ha sido un absoluto fracaso político, sin excepción alguna, una persona considerada por todos los que le conocen bien como lo peor de lo peor, un gafe monumental y penoso odiador eterno -pongamos que hablo de Julio Liarte- este tipo de persona pueda llevar a cabo una labor útil para la comunidad.

He dicho infinitas veces, y lo repito ahora, que el cambio era y es imprescindible e inevitable. En Melilla, por razones que ya iremos analizando, el cambio político se ha producido, al perder el PP, como era previsible que sucediera, la mayoría absoluta que ostentaba. Sería bueno para el conjunto de los melillenses que el cambio producido, con la evidente debilidad -resaltada en todos los medios de comunicación de España- de la anomalía de que un político con un único escaño, el del que fuera del partido con el que se presentó a las elecciones, sea el presidente de una coalición con otros dos partidos, uno con 8 diputados y otro con 4. Y sería una barbaridad, un verdadero suicidio político, que en la composición del Gobierno de la ciudad se volviera a caer en los manifiestos y monumentales errores del pasado, el amiguismo entre ellos. Eso no sería un cambio. Eso sería una catástrofe sin paliativos.
“El poder había dejado de temer a la prensa y ahora era la prensa la que temía al poder”, escribe el que fuera, solo durante un año, director de El Mundo, resumiendo -en su recién publicado y exitoso libro “El Director”- su impresión tras ser nombrado y haber vuelto a España, después de 18 años de corresponsal en el extranjero. Es un pensamiento con un poso de verdad, asentado más en la autocensura y la mixtificación del ejercicio del poder que en la censura manifiesta.

Por ejemplo: ¿Es conveniente criticar a un político que pueda influir, y amenace con hacerlo, en los ingresos que un periódico tiene? Por ejemplo: ¿Es práctico escribir que quizá no es Jesús Delgado el líder que necesitan los que han votado a Vox en Melilla? ¿Sería un cambio positivo un Gobierno en el que Delgado y algunas personas de su lamentable equipo -con alguna contada excepción- ocupara lo que Delgado pretendía, un sillón público y la satisfacción de su fatua vanidad por encima de todo, esto es, algunas Consejerías? Hay otros muchos ejemplos sobre la pugna y la mixtificación poder-prensa, ciertamente y como es bien sabido.

En el fondo, lo cierto y evidente es que los políticos que llegan a puestos de gobierno en una ciudad van y vienen cada ciertos años, mientras los verdaderos habitantes de la ciudad -como MELILLA HOY- permanecen. Algo parecido dice el escritor estadounidense George Pelecanos sobre Washington, su ciudad y la capital estadounidense, y yo lo aplico también a Melilla.

Cierto es que los ataques a la prensa y los peligros para ella son muy grandes y nos recuerdan a la ciudad fortaleza de Aquilea, fundada por los romanos en el año 180 a.C., convertida en el año 168 por Marco Aurelio en la principal fortaleza del imperio romano contra los bárbaros del Norte y del Este y considerada como uno de los lugares mitológicos asediados y defendidos en desventaja (“Notas desde Aquilea” era el título de las cartas del director que escribió Daniel Jiménez, el que fue efímero director del diario El Mundo y atacado desde todos los flancos). Daniel no soportó el asedio más que un solo año. ¿Podrá superar tanto tiempo Eduardo de Castro, con su posición todavía más débil que la que tuvo Aquilea? Mucho dependerá del Gobierno que él y sus coaligados elija, o elijan, la próxima semana. Ya se verá, pero que Melilla está en peligro, como Aquilea lo estuvo, es una evidencia. Un peligro agravado por la melillense más que excesiva corporativización (cooperativas, asociaciones, juntas, sindicatos, cámaras, colegios profesionales y así un largo etcétera) alentadas por los políticos y destinadas a votar y presionar más a, por los mismos políticos, inflada, antiliberal, omnipotente y omnipresente administración pública local.

Posdata. “Sicilia, capital Melilla”, oigo en una radio nacional. El actual espectáculo político local es lamentable. Que 12 de los 25 electos diputados locales no acudieran el sábado a la toma de posesión del presidente, al que no reconocen como tal, es un indicio más, no el único, de lo lamentable y preocupante de la situación. El conjunto de los españoles -lo constato estos días en Madrid- está asombrado por lo que aquí está pasando. Los melillenses, que deseaban un cambio, como el resultado electoral demostró, están más bien aterrados, contemplando impotentes el espectáculo.

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Enrique Bohórquez López-Dóriga

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