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Que De Castro anuncie que no dimite no es noticia

¿Cuánto puede durar este Gobierno contra natura autoproclamado adalid del cambio que, sin duda, Melilla necesitaba? Lo que tarden los ciudadanos en darse cuenta de que, con los mimbres del actual Gobierno y con el costurero que ha de ensamblarlos y que toma las decisiones que está tomando, como si fuera un Rey Sol redivivo, no se podrá hacer un nuevo cesto. Que un perro muerda a un hombre no es noticia, es algo que se puede esperar. Que un hombre muerda a un perro sí es noticia, es algo no habitual. Que Eduardo de Castro rechace dimitir como presidente y que asegure que cuenta con el respaldo de su partido, Ciudadanos, a nivel nacional tampoco es noticia. Nadie, y especialmente los que conocen bien al actual presidente de Melilla, puede llegar siquiera a imaginar que se le pueda pasar por la imaginación el noble acto de la dimisión, con lo contento que está con sus inauguraciones y del susto que pasó cuando dijo, o se le escapó o lo que sea, que no se presentaba como candidato, para terminar, tras una increíble carambola, siendo elegido el presidente con menos votos propios de la historia de la democracia mundial. Tampoco va a reconocer jamás De Castro que su partido le ordenó que se abstuviera y que, a su vez, el partido a nivel nacional no ha hecho una sola declaración mostrándose satisfecho de tener en sus filas a un presidente de Ciudad Autónoma.

Las cosas del gobierno de Melilla están como están, paralizadas. Ortega y Gasset distinguió entre estar, que es un estado de circunstancia, y ser, que es un estado de permanencia. La cosa política en Melilla “está”, pero no “es”. Y no “es” porque no puede ser y lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible, como decía El Guerra (el torero, no el político). El agua y el aceite no mezclan. El PSOE de Melilla y Coalición por Melilla, tampoco. Un verdadero presidente líder o es un personaje único, extraordinario, maravilloso, o no puede ser presidente con solo un diputado de los 25 de la Asamblea, del poder que controla al Ejecutivo.

Desde luego Castro no es un personaje extraordinario, ni maravilloso, ni carismático. Y sus primeros pasos, encabezados por el increíble nombramiento de consejero de Economía, Hacienda y ¡Empleo! al monumental gafe que es Julio Liarte, a pesar de las peticiones que se le hicieron para que no cometiera tan siniestro error, han sido de todo, menos buenos pasos, como se puede comprobar. No ya tanto por el error en sí, sino por lo que demuestra de la personalidad mutante – de la nada al cielo- de un hombre público situado en un puesto muy importante.
¿Cuánto puede durar este Gobierno contra natura autoproclamado adalid del cambio que, sin duda, Melilla necesitaba? Lo que tarden los ciudadanos en darse cuenta de que, con los mimbres del actual Gobierno y con el costurero que ha de ensamblarlos y que toma las decisiones que está tomando, como si fuera un Rey Sol redivivo, no se podrá hacer un nuevo cesto. ¿Pueden cambiar y mejorar las cosas públicas? Puede ser, pero desde luego, con los pasos que se están dando, parece algo imposible.

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