Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.
Logo de Melilla hoy

Frankenstein

Las zonas residenciales son actualmente para los coches y no para las personas. Nadie se detendría en esta acera del Barrio de la Victoria

Surge ante nosotros una nueva oportunidad llamada PGOU (Plan General de Ordenación Urbana), este nuevo proyecto podrá convertirse en un nuevo monstruo que aterrorice y escandalice a nuestra sociedad o, por el contrario, se transformará en ese ser amable y sensible a las necesidades vitales que deseamos todos. Desde luego, a tenor de nuestra historia reciente, son pocas las ocasiones en las que tenemos la oportunidad, como si de un programa informático se tratase, de implementar una actualización en esa búsqueda incansable de mejorar o, más bien, y entrando en el terreno que nos ocupa hoy, dignificar el status quo social existente.
El desarrollo de todos los planes urbanísticos, en mayor o menor medida, siempre afectan y, ese debe ser su cometido por encima de otros intereses, a “la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos” de la salud, servicios, resiliencia, AGENDA 2030, del medioambiente, infancia, la biodiversidad o siempre menospreciadas “las relaciones sociales”. Observemos que en ese ambicioso proyecto, la promoción de “las actividades exteriores en los espacios públicos”, esas que nacen de la frase “cuanto más tiempo pasan las personas en el exterior, con mayor frecuencia se encuentran y más hablan entre ellas” (Jan Gehl), sean objetivo y fin.
Jan menciona tres tipos de actividades, las necesarias, las opcionales y las más importantes las actividades sociales. Estas últimas se refuerzan directamente cuando a las dos primeras, se les proporcionan mejores condiciones en los espacios públicos, es decir, existen unas sinergias dignas de ser tenidas en cuenta.
Estas reflexiones están llenas de implicaciones, a veces sencillas de cumplir, otras, sin embargo, no. Tengamos en cuenta que las sociedades modernas se desarrollan en esta línea y la nuestra no es ninguna excepción, a pesar de la frase ya acuñada durante décadas y utilizada muchas veces en interés propio, la reconocida “Melilla es especial”, frase que, en lugar de ensalzarnos como sociedad, busca una excusa para no proponer nada nuevo.
El desarrollo de todas las sociedades, sean cuales fueren, no deben perder la esencia de su naturaleza humana. La implementación de planes urbanísticos como el PGOU o el PMUS (Plan de Movilidad Urbana Sostenible), no deben de menospreciar el que debe ser su objetivo más importante, a partir del cual podrán emanar otros, por insignificante que parezca para algunos o infravalorado por otros. “La necesidad de fomentar las relaciones sociales”, es decir, son todas aquellas que dependen de la presencia de otras personas en los espacios públicos. Creemos, por lo tanto, que no es necesario señalar que para que eso ocurra tenemos que lograr que las personas, no solo salgan a la calle, sino y este es el verdadero reto, “quieran quedarse en ellas”. Esto, que pudiera parecer pueril para un neófito, es la esencia de toda sociedad. Desde la edad primaria hasta nuestros días, necesitamos que en las calles, esa vida social entre los edificios pueda tener cabida, y así lograremos fomentar dichas relaciones, las cuales, una vez conseguidas, transformarán verdaderamente nuestra ciudad, nuestros barrios y lo que es más importante: nuestras vidas.
“Las oportunidades que surgen del mero hecho de encontrarse, ver y oír a otras personas, incluyen todas las formas de relación posible, sin ese contacto imprescindible toda oportunidad de interacción social y desarrollo personal se pierde”(Jan Gehl).
En nuestra época contemporánea, y señalando discursos propios de expertos, “un espacio público es bueno cuando en él ocurren actividades no indispensables”, entendiendo por actividades no esenciales aquellas que surgen por mero placer, y así lograremos establecer unos principios urbanísticos humanistas, dignos de ser tenidos en cuenta, si realmente el PGOU pretende servir de algo a sus ciudadanos. Por lo tanto, tendrá la obligación de desarrollarse en esta línea, que proponen expertos de talla mundial.
“Necesitamos, por ejemplo, caminar, ver gente, estar con gente”, nos sigue diciendo Jan. La ciudad debe tener características que propicien ese contacto con otros, son afirmaciones contundentes propias de una sociedad que necesita no reinventarse, pero sí poseer las herramientas necesarias a su disposición para construir un futuro inclusivo, donde nadie quede fuera y donde las personas primen sobre las máquinas o intereses partidistas. El discurso de los megalómanos debe de sucumbir ante las pequeñas intervenciones urbanísticas, las cuales, al margen de un ínfimo menor coste y menor tiempo de ejecución, buscarán, como si de un bisturí se tratara, eliminar el material sobrante (la máquina), para que el necesario (las personas) se pueda desarrollar.
“En la ciudad bien diseñada la estrella es el ciudadano común y no el arquitecto fulgurante”(Jan Gehl).
No podemos, no debemos dejar pasar esta oportunidad de forma baldía, hablar de alturas de edificios, de carreteras, promover líneas infinitas de aparcamientos, encerrar a nuestros hijos en parques o permitir que el coche sea accesible sin ningún tipo de restricciones a toda la ciudad, que el transporte público siga sin desarrollarse en la medida que necesitamos, que salir en bici se convierta en una quimera, que el tránsito de agitación o el peor de todos, el tránsito de paso de vehículos convierta nuestras zonas residenciales en meras autopistas, nos abocará irremediablemente al fracaso.
Barrios enteros han sido engullidos de la forma más bárbara durante décadas (el sonido de los niños desapareció hace años), la misma interconexión entre barrios es a través de viales por donde circulan decenas de miles de coches todos los días y luego oímos sostenibilidad, accesibilidad, seguridad vial, calidad del aire todas palabras vacías de contenido, sin alma.
Muchas han sido las barbaridades cometidas en tiempos pasados, muchos han sido los abusos promovidos por auténticos analfabetos urbanísticos, donde promueven desdoblamientos de viales principales a través de zonas residenciales (Urb. Miró más de 700 veh/h) ó B. del Real más de 2.000 veh/h) o exageradas zonas de estacionamiento en lugares desérticos (junto al aeropuerto).
Calvo Sotelo perdió el “ruido de los niños” jugando en sus calles hace años, las vecinas ya no se sientan en sus puertas charlando sobre el último cotilleo de la Paquita porque Juanito se acaba de sacar el carnet y dónde va a aparcar el pobre su coche, si no es en la acera donde la Mari. Así perdimos el susurro de los barrios, engullidos por el traqueteo de las máquinas.
El proyecto Frankenstein (PGOU) necesita solo de una descarga para cobrar vida, ¿cuál será el objetivo de su creación?, ¿estarán los creadores a la altura?, ¿cumplirá tan altas expectativas?, ¿será el desarrollo de las relaciones sociales entre personas, entre barrios su esencia?, ¿convertirá nuestra ciudad en un lugar propio de la naturaleza humana? o ¿seguirá teniendo dicho plan una visión mecánica de nuestra ciudad? Son preguntas que merecen ser respondidas urgentemente.
La criatura está encima de la mesa, la clase de “monstruo” que despierte de dicho experimento deberemos sufrirlo “solo” 15 años más. Esperemos que, como promete Víctor Frankenstein en la obra del mismo nombre, este proyecto vaya “sobre la vida”.

Loading

Más información

Scroll al inicio

¿Todavía no eres Premium?

Disfruta de todas
las ventajas de ser
Premium por 1€