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El tejido asociativo, en la cuerda floja

Es injusto que asociaciones que llevan años, décadas muchas de ellas, demostrando su compromiso con Melilla, tengan que añadir temores relacionados con el dinero a las preocupaciones habituales que ya tienen para ayudar a quien más lo necesita Las asociaciones, oenegés y otras entidades que hacen una labor importantísima y esencial en Melilla, ciudad con demasiados déficits, viven tiempos de enorme dificultad. Porque, aparte de que ahora muchas tienen más trabajo con la crisis del coronavirus, también se une una cruda realidad, y es que la Ciudad Autónoma les ha cortado el grifo de las ayudas con las que se financia su actividad con una instrucción publicada hace tres semanas en el BOME por la cual el Consejo de Gobierno establecía una contención del gasto a la hora de adjudicar obras y conceder subvenciones.
Para estas entidades, llueve sobre mojado, ya que muchas estaban esperando a que se aprobaran los Presupuestos de la Ciudad Autónoma de 2020 para que se renovaran sus respectivos convenios y poder empezar a recibir el dinero que tanto necesitan para sobrevivir. Al considerable retraso con el que se han aprobado los Presupuestos, se le añadía el 21 de abril el mazazo de la instrucción de la Consejería de Hacienda anunciando que las subvenciones tendrán que esperar, por lo pronto, hasta el 31 de mayo, ya que se podría prorrogar “en función del avance de la actual crisis sanitaria y de su repercusión en la estabilidad presupuestaria de esta Administración”.
Y así es como las asociaciones, muchas de ellas con personal contratado para hacer posible su impagable labor, llevan demasiado tiempo sin cobrar y con la incertidumbre que los problemas económicos conllevan para cualquiera. Es injusto que asociaciones que llevan años, décadas muchas de ellas, demostrando su compromiso con Melilla, tengan que añadir temores relacionados con el dinero a las preocupaciones habituales que ya tienen para ayudar a quien más lo necesita.
De prolongarse mucho más esta situación, Melilla se puede ir quedando, poco a poco, sin asociaciones fundamentales para todos los ámbitos de la vida diaria de nuestra ciudad, especialmente el social y el sanitario. Esta misma semana hemos sufrido ya la primera baja, muy dolorosa e incomprensible, con la disolución de la Hermandad de Donantes de Sangre. Una asociación que fue impulsada hace 36 años por una veintena de melillenses que, de forma generosa y altruista, contribuían a cuidar de la salud de todos donando sangre. Y gracias a un ejercicio de concienciación, información y cercanía, la Hermandad ha logrado aglutinar en estas casi cuatro décadas a miles de donantes comprometidos de varias generaciones. Más de 2.400 siguen estando activos en los últimos tres años, todo un mérito que hace que Melilla pueda autoabastecerse. A cambio, la Hermandad de Donantes de Sangre sólo necesitaba los 66.000 euros que le aportaban cada año el INGESA y la Ciudad Autónoma, moco de pavo para las cantidades económicas que ambas administraciones mueven y gastan. Pero las dos han decidido dar la espalda a la Hermandad de Donantes de Sangre, dejándola sin fondos y con un serio problema económico que han sufrido y sufren en primera persona las dos trabajadoras de la asociación.
Como decíamos antes, es injusto e incomprensible que estas cosas pasen en Melilla. Porque ¿alguien puede cuestionar la importante labor que ha venido desarrollando esta entidad en estos 36 años? Por lo que se ve, el INGESA, que aportaba la mayor parte de los fondos que hacían posible el funcionamiento de la Hermandad, sí. Todavía no ha dado explicación alguna de esta decisión. Tampoco es posible preguntar las razones porque el director territorial, Omar Haouari, lleva sin comparecer públicamente cerca de dos meses, otra cosa inexplicable en plena pandemia.

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